Diego Velázquez

 
Las Meninas
1656
Lienzo. 3,18 x 2,76
Museo del Prado, Madrid.

Pintado en 1656, el lienzo que en los inventarios reales se llama "de la Familia" y el uso ha consagrado como Las Meninas es algo más que un conjunto de retratos. En alguna ocasión se le ha llamado la "Teología de la pintura" y en realidad nunca como en él se ha conseguido un fragmento de pura pintura, de captación del aire y de las relaciones espaciales de las cosas en una atmósfera viva y en un espacio concreto y mensurable.

En un salón bajo del Viejo Alcázar de Madrid, de blancos muros cubiertos de cuadros, se ha reunido la familia real para que el pintor de cámara retrate a los reyes. La infantita, los servidores más inmediatos, los enanos, el mastín, son tratados igualmente como puros elementos plásticos, fundidos todos en el aire casi palpable que se dora de luz bajo los altos techos. Los reyes, situados idealmente donde hoy se coloca el espectador, reflejan su imagen pintada en el espejo del fondo, y el pintor los mira (nos mira) con fijeza y profundidad.

El eje plástico del cuadro, hacia el que se inclinan las dos "meninas" que le traen de beber en un fresco búcaro de barro, es la infanta Margarita María, futura emperatriz de Alemania, de algo más de cinco años, rebosante de gracia infantil y con algo ya de femenina coquetería dentro del complicado y rígido traje cortesano. La técnica pictórica se hace ligerísima al recorrer los brillos de las sedas de su traje y del de sus meninas, enanas y dueñas, todos de nombre y biografía conocidos. El golpe de sol del fondo y el polvillo luminoso frente a las ventanas hacen del cuadro algo vivo, con realidad instantáneamente sorprendida.

Pero a la vez, seguramente hay en el cuadro intenciones alegóricas y quizá políticas, aún no suficientemente claras. El cuadro, además, tiene el interés de mostrarnos la más segura efigie del pintor que conservamos. Hombre de cincuenta y siete años, sereno, de noble aspecto y porte flemático, tal como lo describen sus biógrafos, se nos ha corporeizado en su propio quehacer de pintor de la nobleza. La cruz de Santiago, que se le concedió en 1659, fue añadida sin duda al lienzo, quizá después de la muerte de Velázquez.