Buda

 
Muerte de Buda. Buda difundió la nueva doctrina mediante la predicación, la enseñanza oral y el razonamiento dialogado. Durante cuarenta y cinco años recorrió innumerables poblados y regiones enseñando el camino hacia la verdad. Convirtió a muchos maestros famosos, a reyes descreídos y a decenas de ascetas misántropos. Y su extraordinaria actividad, en la que la eficacia de la palabra se unía a la fascinación intensa de su persona para ganarse el corazón y la mente de las gentes, se hizo inmortal por obra de los discípulos que conservaron sus discursos, predicaciones y máximas, aproximadamente como debió haberlas pronunciado en tantas circunstancias de su larga vida terrenal. Siddharta Gautama tenía ochenta años cuando, según fabulosos testimonios, le sobrevino una disentería sangrante tras ingerir un plato de carne de cerdo que le había preparado el herrero Chunda, uno de sus más fieles seguidores. Sobrellevó la enfermedad con entereza admirable y un perfecto dominio de sí mismo, sin descuidar por un solo momento su esfuerzo misionero. Al fin, sintiendo que se acercaba su hora, se envolvió en su manto amarillo y se acostó en un lecho de hojas para instruir a su discípulo predilecto, el humilde y silencioso Ananda, en las últimas cuestiones relativas a la verdad que le había sido revelada. Murió sereno y confiado, de la misma manera noble que había vivido, en un suburbio de Kusinagara. En la imagen, representación de la muerte de Buda, que, de acuerdo con la doctrina budista, significó su entrada en el parinirvana o nirvana absoluto.