Los mayas
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Lengua y escritura maya
En torno al año 4000 a.C., un idioma denominado protomaya por los lingüistas adquirió unas características diferenciadas del resto de las lenguas mesoamericanas. De aquella lengua protomaya surgieron tres agrupaciones principales, que fueron divergiendo entre sí hasta llegar a formar las veintiocho lenguas mayas que, con desigual vigor, se hablan actualmente. La situación en el período Clásico de la cultura maya (250-900) debió de ser diferente, y los expertos se inclinan a pensar que la lengua hablada en algunos sitios durante el periodo Clásico, y por ende relacionada con la escritura jeroglífica, procede del grupo conocido como cholano.
La existencia de una compleja escritura jeroglífica eleva la cultura maya a una alta cima de consideración y la sitúa entre las civilizaciones clásicas universales. Su difícil desciframiento se inició en 1827; en la década de 1980 se asistió en este campo a una verdadera revolución que justificó la idea, comúnmente aceptada, de que se había llegado a descifrar la escritura maya en un ochenta por ciento.
A pesar de las dificultades existentes para datar su origen, es posible que la escritura maya surgiera entre los siglos I y II d.C., influida por escrituras anteriores de otras regiones mesoamericanas. Hacia finales del siglo IV esta escritura alcanzó su grado de pleno desarrollo, llegando, durante el período Clásico, a su máximo esplendor. El uso de la escritura maya se mantuvo hasta finales del siglo XVII.
La escritura maya
A grandes rasgos, se puede decir que la escritura maya utilizó un sistema similar al resto de las escrituras jeroglíficas conocidas, como la egipcia, la hitita o la sumeria. Se compone de un centenar de signos logográficos (un signo representa por convención un término particular) y de signos fonéticos, los más frecuentes, consistentes en una sílaba de una sola vocal o bien formada por una consonante más una vocal. En ocasiones, los signos coinciden con objetos o seres del mundo real más o menos estilizados (pictográficos), pero en otros muchos casos son arbitrarios.
Una misma palabra puede ser escrita con sistemas diferentes, y así (a modo de ejemplo) la palabra balam, que significa «jaguar», se puede escribir con un logograma que representa la cabeza de dicho animal o con la unión de los signos fonéticos silábicos ba-la-m(a), pero también con una combinación de tales signos con el logograma. En total se han reconocido unos seiscientos signos, que se agrupan en bloques cuadrangulares en los cuales destaca un glifo principal (de mayor tamaño) rodeado de otros menores o afijos, que se leen de izquierda a derecha y de arriba abajo.
Distintas formas de escribir balam («jaguar»)
A pesar de que los temas de los textos del período Clásico parecen variables y numerosos, todos se relacionan de manera directa o indirecta con un solo tópico: la vida y obra de individuos pertenecientes a la élite maya. Si bien en un principio se pensó que los glifos hacían referencia al calendario, al ritual y a los dioses, ahora se sabe que tienen un contenido histórico (nombres particulares, glifos emblemas, fechas de nacimiento, muerte o entronización) y, como tal, propagandístico, por lo que es necesario contrastar sus informaciones.
Las inscripciones, en efecto, legitimaban la organización política maya y el poder de los señores, que gobernaban ya fuera por sus vínculos con seres mitológicos, por su descendencia de ancestros reales, por su habilidad para eliminar rivales militarmente o bien por una combinación de estos elementos. Los gobernantes utilizaban las inscripciones jeroglíficas no sólo para identificar a los rivales vencidos o proclamar los numerosos títulos que detentaban, sino también para fijar las fuentes y la continuidad de su poder: la dignidad de sus antepasados, su derecho genealógico a gobernar, su entronización, sus matrimonios con mujeres importantes, el nacimiento de sus herederos, su propia muerte y enterramiento.
De este modo, la escritura era utilizada como propaganda política para contribuir a que un gobernante en particular obtuviese o consolidase su puesto, o para incrementar su prestigio en relación con otros rivales. En ocasiones, los señores reescribieron la historia de acuerdo con sus intereses; exageraban su edad, dañaban o borraban los registros de sus predecesores y aumentaban la duración de sus propios reinados para cubrir los interregnos dejados por la eliminación de los textos de algunos gobernantes; proclamaban ser descendientes o tener relación con personajes míticos, y utilizaban una combinación de conquista y matrimonio político para usurpar y asegurar tronos a los que nunca tuvieron derecho de sucesión.
La mayor parte de los textos se concentra en los gobernantes, pero también hay referencias a otros miembros de la sociedad maya. De los nobles se mencionan sus nombres, títulos y actividades, y se les representa con vistosos atuendos similares a los de sus señores. Los artistas y cortesanos eran tenidos en alta estima por los soberanos, e incluso algunos escribas mayas pertenecieron a familias reales o nobles. También es frecuente encontrar menciones y representaciones de mujeres de la realeza en los monumentos, donde desempeñan papeles de diversa índole. Los eventos importantes de estas damas eran celebrados quizás con la misma pompa usada en los de los varones.
Soportes de la escritura
Los mayas utilizaron múltiples materiales y técnicas muy variadas para escribir. Así, se esculpieron glifos en monumentos como estelas, dinteles, altares, paneles, escaleras y jambas; se grabaron en objetos portátiles de jade, concha y hueso; se modelaron en estuco adornando las fachadas de los edificios públicos, y se pintaron sobre superficies tan diferentes como piezas de cerámica, paredes de edificios y cuevas y, especialmente, sobre amates, largas tiras de corteza de una variedad del árbol ficus que, una vez tratadas y estucadas, se plegaban en biombo formando los conocidos códices.
Láminas del Códice de Dresde
A diferencia del periodo Clásico (250-900), en el periodo Posclásico los textos se registraron más en códices que en piedra. Aunque deben de haber existido cientos de códices mayas, casi todos fueron destruidos tras la llegada de los españoles, y solamente cuatro han llegado hasta nosotros. Tres de ellos han tomado el nombre de las ciudades europeas en cuyos museos se conservan: el Códice de Dresde (Alemania), el Códice de París y el Códice de Madrid. El cuarto, llamado Códice de Grolier, se halla en la ciudad de México. De esta precaria muestra se desprende que la escritura sobre códices se concentró en temas impersonales de índole matemático-astronómica. Por ejemplo, el Códice de Dresde es un tratado sobre adivinación y astronomía, mientras que el Códice de Madrid contiene horóscopos y almanaques para auxiliar a los sacerdotes en sus predicciones y ceremonias.
Los textos que se conservan en mayor número se hallan esculpidos en piedra y pintados en distintos objetos de cerámica y se vinculan, por consiguiente, a las diversas manifestaciones del arte maya. Las estelas y escalinatas grabadas fueron los mejores soportes de transmisión, pues se colocaron en lugares accesibles a las grandes masas receptoras de información, mientras que la escritura en otros soportes, lo mismo en objetos portátiles (cerámicas) que en elementos arquitectónicos interiores (paneles o dinteles), limitó su conocimiento a un ámbito de vida más privado y a sus guardianes.
Al escriba se le otorgaba el título de ah k'u hun («el de los libros sagrados»), que el obispo español Diego de Landa tradujo por "maestro cantor". Los escribas se ocuparon de mantener viva la tradición durante la conquista española y en los inicios del periodo colonial, hasta que Diego de Landa, persuadido de que los nuevos conversos seguían profesando la religión maya e incurrían en idolatría y apostasía, mandó en 1562 quemar sus códices en la hoguera. Por fortuna los cuatro citados subsistieron, así como el saber maya hibridado con el cristianismo de la mano de los maestros cantores y los escribidores, sus ayudantes; se mantuvo secretamente vivo el arte caligráfico, resistiendo al empeño de la Corona y los encomenderos de evitar la pervivencia de la cultura maya fuera de las formas católicas ortodoxas.
Cómo citar este artículo:
Fernández, Tomás y Tamaro, Elena. «».
En Biografías y Vidas. La enciclopedia biográfica en línea [Internet]. Barcelona, España, 2004. Disponible en
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