Luis XIV de Francia
Últimos años. En la última etapa del reinado, la corte perdió gran parte de su anterior esplendor, adquiriendo un carácter más grave y solemne, a la manera de la monarquía hispánica, a pesar de que los nobles seguían abarrotando los salones de Versalles, a menudo viviendo en condiciones de higiene deplorables. Con el tiempo se hizo necesario construir residencias más pequeñas, como Marly o Trianon, a las que el monarca pudiera retirarse con su círculo más estrecho. En sus últimos años, el anciano Luis XIV conservó su lúcida atención a los asuntos de Estado, si bien más preocupado por el fracaso relativo de su política de hegemonía europea que por los problemas interiores de su reino. Las muertes del Delfín en 1711, del duque de Borgoña y del hijo de éste en 1712 le dejaron sin más heredero directo que un bisnieto nacido en 1710. Los esfuerzos de guerra y la política de prestigio agotaron económicamente a Francia e impusieron una presión fiscal desproporcionada. Esto, unido a las crisis de subsistencia de finales de siglo, mermó el prestigio del rey entre sus súbditos. Incluso en los círculos cortesanos se puso en entredicho la legitimidad de la política regia. El clima de oposición subía de tono a medida que el rey envejecía y se hacía evidente el fracaso de buena parte de sus proyectos. Circularon violentos panfletos en contra del monarca, mientras los nuevos aires de la Ilustración ganaban adeptos entre los intelectuales. Los tiempos del Rey Sol habían terminado. La muerte de Luis XIV, el 1 de septiembre de 1715, fue festejada en las calles de París con gran alegría. Su cuerpo fue transportado, entre las burlas y protestas del pueblo, a la basílica de Saint-Denis. En la imagen, Luis XIV recibiendo al rey de Polonia y elector de Sajonia Augusto III en el castillo de Fontainebleau, un año antes de su fallecimiento.