Luis XIV de Francia
El Rey Sol. Todos sus biógrafos coinciden en señalar que Luis XIV, el más extraordinario y deslumbrante monarca de todos los tiempos, tuvo tres virtudes principales: conocía y desempeñaba su oficio a la perfección, poseía una inagotable capacidad de trabajo y sabía rodearse de las personas más adecuadas para resolver cualquier asunto. Estas raras cualidades, que hubieran bastado por sí solas para convertirle en el soberano más poderoso y admirado de su época, no fueron sin embargo las únicas que adornaron su personalidad, pues el Rey Sol era además un hombre atractivo, inteligente, vivaz, refinado y metódico. Por todo ello, su figura pasó por la historia como un cometa radiante, impregnándolo todo de majestad y fulgor, y en vida fue, a la vez, símbolo de la gloria militar, árbitro de gustos y costumbres y representación misma de la ley. Tan sólo su carácter despótico, su megalomanía y el derroche constante que practicó durante su reinado empañan un tanto esta soberbia imagen, aunque para sus contemporáneos fuesen rasgos inherentes a la monarquía y debieran adornar a todo rey que se preciase de serlo. En la imagen, un conocido retrato de Hyacinthe Rigaud (1701), pintor oficial de la corte.