John Kennedy

Un presidente para el cambio

La elección de Kennedy como presidente de los Estados Unidos fue el signo de la voluntad del país de afrontar la nueva fase de la competencia soviética con nuevas ideas y energías jóvenes. A comienzos de los años sesenta, al clima de encendidos debates y críticas a la sociedad se unía el malestar generalizado hacia la política de Eisenhower. Tras ocho años de Gobierno republicano y pese a las nuevas fórmulas y promesas electorales, los métodos formulados tras la Segunda Guerra Mundial se revelaban insuficientes. La sociedad exigía nuevos estímulos para afrontar el desafío soviético con imaginación. De esta exigencia nacional se benefició el candidato demócrata John Fitzgerald Kennedy.


John Kennedy

En la acción presidencial de Kennedy no puede faltar el reconocimiento de una serie de circunstancias: su condición de católico, su privilegiada formación cultural y procedencia social, así como el estar arropado por un grupo de brillantes intelectuales a quienes llamó a la Casa Blanca para colaborar en su proyecto. La fuente ideológica del programa de Kennedy ha de buscarse en el libro The Affluent Society, del economista y sociólogo John Kenneth Galbraith. Esta obra, producto de la investigación del grupo Rockefeller Report y construida a partir de encuestas sobre los temas de la política y la vida estadounidense, puso sobre aviso acerca de los peligros a los que estaba sometida la pervivencia de la democracia en los Estados Unidos. El impulso ideológico de esta izquierda moderada pesaba poderosamente en las decisiones de Kennedy. Acusado de que sus simpatías izquierdistas le hacían asumir actitudes de conciliación con respecto a la Unión Soviética, Kennedy se esforzó durante su mandato por desarrollar una línea de dureza en la política exterior, expresada en algunas acciones desafortunadas, como la de Bahía Cochinos.

Kennedy llegó a la Casa Blanca después de una campaña electoral que pretendía expresar la voluntad de renovación que la sociedad demandaba y recuperar la iniciativa frente a la URSS. El país parecía hastiado de la aburrida prosperidad de la era Eisenhower y asistía impotente al espectacular ascenso de la Unión Soviética de Nikita Kruschev, que en 1958 había puesto en órbita el primer satélite artificial: su efecto propagandístico había causado un fuerte impacto en la opinión pública americana. Parecía necesario encontrar un desafío que trajera consigo una nueva respuesta, y Kennedy fue el hombre que encarnó esta respuesta; no sólo con respecto a la Unión Soviética, sino también respecto a todos los retos que la evolución tecnológica y social ponía a la democracia americana. En ese sentido, y remontándose a las tradiciones heroicas de los pioneros de Estados Unidos, Kennedy habló, en su discurso de candidatura en la convención de Los Ángeles, el 15 de julio de 1960, sobre la necesidad de crear "una nueva frontera", de no dormirse en los laureles de los éxitos obtenidos y, por el contrario, aceptar el desafío de los tiempos.


Kennedy y Jacqueline en la campaña electoral de 1960

El nuevo presidente adoptó un papel de cara al mundo en el que la popularidad se convirtió en su principal aliada. Especialmente en Europa, Kennedy representaba la figura de un líder diferente, la imagen de un tiempo nuevo; una suerte de rey con un tipo de corte contemporánea. Los programas del nuevo presidente parecían querer dar la vuelta a la política de los republicanos, que hacían recaer el peso de sus acciones en las relaciones políticas con los pueblos. La política de Kennedy apostaba por las relaciones económicas y culturales. Kennedy se apoyó en la fórmula de las responsabilidades globales para defender los intereses de Estados Unidos en el mundo.

Nada más tomar posesión de su cargo, Kennedy formó un equipo competente y de su máxima confianza, integrado por su hermano Robert F. Kennedy como secretario de Justicia (Fiscal General), Robert McNamara en el puesto de secretario de Defensa y Dean Rusk en la secretaría de Estado. Su programa político se basó en la recuperación económica, la mejora general de la Administración estadounidense, la diversificación de los medios de defensa y el establecimiento de una alianza para el desarrollo integral del continente americano, programa este último al que llamó Alianza para el Progreso. Además, propuso un amplio abanico de reformas sociales que encomendó a su hermano Robert, mientras él se dedicaba, casi por completo, a los múltiples asuntos exteriores en los que Estados Unidos tenía intereses muy concretos.

Política exterior

Su primera acción importante de gobierno afectó al continente americano. Kennedy, con el objeto de adelantarse ante cualquier iniciativa política del comunista Fidel Castro, que había liderado junto con el Che Guevara la revolución en Cuba, modeló una nueva política estadounidense respecto a sus vecinos continentales: la Alianza para el Progreso. Este programa, que incluía una ayuda económica de más de 46.000 millones de dólares, se cimentó en una serie de puntos: el apoyo a las democracias contra las dictaduras, la concesión de créditos a largo plazo, la estabilización de precios en la exportación, los programas de reforma agraria, el control de armamento, las ayudas a la investigación y el fortalecimiento de la OEA (Organización de Estados Americanos) como organismo decisorio y dotado de mecanismos políticos. Todos menos el líder cubano Fidel Castro, en el poder desde enero de 1959, aceptaron el programa del joven presidente estadounidense.

En el terreno internacional, las capacidades del nuevo presidente se pusieron a prueba en las relaciones con la URSS de Nikita Kruschev. En enero de 1961, los soviéticos pusieron en libertad a los tripulantes de un avión espía estadounidense derribado mientras sobrevolaba el espacio aéreo soviético; ello parecía conducir a una nueva fase de distensión. Kennedy intentó consolidar la coyuntura y mostrar sus deseos de paz creando un Cuerpo de la Paz, organismo fundado en pro de la fraternidad mundial.


Kennedy y Nikita Kruschev

Pero los propósitos del presidente se vinieron abajo tras el gran fiasco de Bahía de Cochinos. Un gran número de exiliados cubanos en Miami, entrenados a conciencia por la CIA, intentaron invadir Cuba desde Bahía de Cochinos el 14 de abril de 1961 y fueron rápidamente derrotados. Aunque era un plan diseñado por la anterior administración del presidente Eisenhower, Kennedy, tras resistirse en un primer momento al plan, acabó dando el visto bueno. Kennedy y su administración sufrieron un duro varapalo. Fidel Castro reaccionó declarando la República Socialista de Cuba y fortaleciendo todavía más su posición en la isla.

A partir del mes de abril de ese mismo año, Kennedy dirigió su atención al sudeste asiático, donde los comunistas amenazaban con hacerse con el control de Laos. Para evitarlo, Kennedy se hizo cargo, con la aquiescencia de la SEATO, de la defensa militar anticomunista en toda Indochina, y abasteció con todo tipo de material de guerra al gobierno proestadounidense laosiano, a la vez que enviaba a los primeros "asesores militares" (eufemismo para designar a los contingentes de tropas). Su firme compromiso de aplicar los acuerdos de Ginebra dio como resultado un alto el fuego efectivo en la zona y una posterior entrevista en Viena, en el mes de junio, con el líder soviético, en la que se acordó mantener una postura neutral respecto a Laos.

Kennedy y Kruschev, sin embargo, no pudieron llegar a acuerdo alguno en el problema de Berlín. Cuando fue levantado el vergonzoso muro que separó ambos sectores, uno occidental proestadounidense y uno oriental bajo la égida soviética, Kennedy no dudó en enviar contingentes bien armados para asegurar la ruta terrestre hacia el sector occidental y reafirmar los derechos de paso. Mientras tanto, volvieron a surgir problemas en el Sudeste Asiático; la zona en conflicto se extendió de Laos a Vietnam del Sur, país ocupado por el régimen proestadounidense de Diem. Kennedy trató de frenar las fuerzas comunistas del Vietcong en Vietnam del Sur con nuevas medidas de contrainsurgencia. En un claro error táctico, envió más material de guerra y "asesores militares" hasta alcanzar, a finales del noviembre de 1963, el número de 16.000 hombres, lo que a la postre daría lugar a la larga Guerra de Vietnam.

La crisis de los misiles

En el otoño de 1962, Kennedy tuvo que enfrentarse a la crisis más importante de todo su mandato presidencial, al descubrirse una serie de estaciones secretas de rampas de misiles soviéticos de medio alcance en la isla de Cuba. ¿Estaba la URSS buscando una operación de riesgo calculado mediante la cual presionar a los Estados Unidos para que retirasen sus misiles nucleares en Turquía, a cambio de hacer lo propio con los cubanos?


Kennedy con el General Curtis LeMay y los pilotos
que descubrieron las rampas lanzamisiles,
visibles en las fotos de los aviones espía U2

Si esto era así, el descubrimiento de la operación desbarató los planes iniciales de los soviéticos. El presidente Kennedy reaccionó planeando un ataque aéreo preventivo y un desembarco masivo de tropas; finalmente, optó por el bloqueo naval y aéreo de Cuba. Con ello se pretendía cortar el proceso de instalación soviética en la isla e instar al desmantelamiento.

El temple de Kennedy se puso precisamente de manifiesto cuando exigió de modo tajante al líder soviético el desmantelamiento de las bases. Tras unos meses en los que se temió seriamente por el estallido de un conflicto nuclear entre las dos máximas potencias del mundo, Nikita Kruschev cedió a la presión estadounidense y ordenó el derribo de las rampas de misiles.

El desenlace feliz de la segunda crisis cubana constituyó un éxito indudable para el presidente estadounidense y una pérdida de prestigio para Kruschev: la retirada soviética minaba la imagen del líder. Pero pese a que los Estados Unidos parecían haber ganado el pulso, Kennedy accedió a retirar los obsoletos misiles nucleares estadounidenses de Turquía y se comprometió a no intentar una nueva invasión de Cuba.

La crisis había puesto de relieve el peligro real de una política de desafíos, por muy controlada que pudiera parecer. Tras la crisis de los misiles, Moscú y Washington parecieron llegar a un entendimiento tácito que anulaba el espíritu de confrontación abierta, sustituyéndolo por una política de distensión en la que la elaboración de un lenguaje de símbolos constituía todo un reto de futuro.


Kennedy y Willy Brandt (13 de marzo de 1961)

El año 1963 significó para Kennedy la culminación de su éxito en política internacional. Kennedy se bañó en multitudes en una triunfal gira por varios países de Europa; en Berlín occidental, fue recibido como un héroe. En junio pronunció un discurso en la ONU en el que abanderó los deseos de acabar con la Guerra Fría, al tiempo que establecía con Moscú el famoso teléfono rojo de línea directa entre ambos líderes. Un mes después, los Estados Unidos, la URSS y Gran Bretaña firmaron el primer tratado de limitación de pruebas nucleares. El único hecho que enturbió su política exterior fue el recrudecimiento de las hostilidades en Vietnam del Sur, donde tenía ya instalado un auténtico ejército de ocupación que sostenía a un gobierno totalmente corrupto.

La política interior

Debido a la poca fuerza con que contaba en el Congreso, Kennedy tuvo serios problemas para llevar a cabo su programa de estímulos económicos, reformas fiscales y ayudas para la educación y el bienestar, siempre obstaculizado por la mayoría conservadora republicana. Durante los dos primeros años de su administración, Kennedy tuvo que dar prioridad a la amenaza de la inflación. Para ello, no dudó en utilizar su poder para persuadir a la industria y a los poderosos sindicatos de que mantuvieran los precios y los salarios dentro de las pautas recomendadas (como hizo en el año 1962, cuando forzó a las compañías acereras, en una aparición televisiva ante todo el país, a retirar un proyectado incremento de precios), como parte fundamental para desarrollar su política liberalizadora en los intercambios comerciales y para proteger al dólar.

Kennedy logró sacar adelante varias leyes: para aumentar el salario mínimo, para fomentar las obras públicas y los programas urbanísticos y para reducir los impuestos. También incrementó la distribución de víveres a los más necesitados y subvencionó las escuelas públicas en un país donde se rendía, y se rinde aún, un culto casi divino a la enseñanza privada. Fracasó sin embargo en la política de Derechos Civiles, no tanto por sus intenciones sino por lo que tardó en adoptar un postura consistente sobre el tema, tal y como se encargó de recordarle, en marzo de 1963, un desencantado Martin Luther King, que acusó al presidente de establecer medidas simbólicas en los asuntos raciales, pensando más en las próximas elecciones que en los problemas concretos de las minorías. Aun así, Kennedy llevó a cabo serios intentos para lograr la integración plena de los negros en el sistema educativo del país, para lo cual amenazó incluso con el envío de tropas federales si no se cumplían las leyes de integración, labor en la que destacó especialmente su hermano Robert Kennedy. La mayor parte de sus proyectos de ley no fueron promulgados hasta el año 1964, ya con Lyndon B. Johnson como presidente.

El asesinato

El 22 de noviembre de 1963, Kennedy fue asesinado en Dallas (Texas) en el transcurso de su segunda jornada de visita a la ciudad, en plena campaña de reelección. La comitiva presidencial, que se dirigía al centro de la ciudad, discurría a paso lento por una ancha avenida cuando el coche descapotable (un cabriolet Lincoln) en el que viajaban el presidente, su esposa Jacqueline Kennedy y el gobernador de Texas, John Connally, tomó una curva junto a un parque.

En ese momento, las 12.30 de la mañana, tres impactos de bala (aparentemente efectuados desde el quinto piso de una casa que dominaba el recorrido de la comitiva oficial) alcanzaron a Kennedy y Connally. Ambos fueron trasladados de inmediato al Parkland Memorial Hospital; mientras Connally conseguía recuperarse, Kennedy murió 30 minutos después del atentado: una bala le había destrozado el cerebro.

Noventa y ocho minutos más tarde, en el mismo aeropuerto de Dallas, Lyndon Johnson fue nombrado trigésimo sexto presidente de Estados Unidos. Poco después del magnicidio, la policía detuvo a un sospechoso: un ex marine llamado Lee Harvey Oswald, que trabajaba en el almacén desde el cual se había abierto fuego contra el séquito presidencial.


Lyndon Johnson jura como nuevo
presidente en el Air Force One

El misterio de la muerte de Kennedy no había hecho sino empezar. El presidente Johnson creó una comisión de investigación, encabezada por el presidente de la Audiencia federal Earl Warren, para aclarar la autoría del atentado. Las hipótesis se multiplicaron. ¿Quién quería muerto al presidente? Desde los agentes del KGB hasta la mafia cubana en Miami, pasando por la tesis oficial que defiende que Oswald actuó de forma independiente, las distintas teorías dejaron al descubierto que la administración Kennedy tenía detractores.

Según el Informe Warren, el único responsable del magnicidio fue Oswald; tenía antecedentes de desequilibrio mental y era conocida su ideología prosoviética y castrista. Oswald fue arrestado pocas horas después del crimen, en un cine próximo al lugar de los hechos, y fue asesinado dos días después por el propietario de un bar nocturno, Jack Ruby, quien murió también después en extrañas circunstancias.


Lee Harvey Oswald ante la prensa

A pesar del dictamen de la Comisión Warren, los enigmas y dudas alrededor del asesinato dieron pie a todo tipo de conjeturas que señalaban incluso a la CIA y al mismo gobierno como posibles implicados. En una posterior investigación del caso encargada por el Congreso, se llegó a la conclusión de que era posible que en el magnicidio hubiera participado más de una persona, lo que reforzaría varias declaraciones de testigos presenciales del hecho, silenciadas en aquellos momentos trágicos, que oyeron varios disparos procedentes de lugares distintos.

Cómo citar este artículo:
Tomás Fernández y Elena Tamaro. «» [Internet]. Barcelona, España: Editorial Biografías y Vidas, 2004. Disponible en [página consultada el ].