Ludwig van Beethoven
Un genio desabrido. Físicamente, Beethoven no tenía nada de notable: era de mediana estatura, regordete y poco atractivo. Tan sólo su larga y salvaje cabellera llamaba la atención, aunque normalmente la llevaba desgreñada y mugrienta. Su aspecto le tenía sin cuidado; unos pantalones rotos y un raído frac eran su atuendo habitual, llegando en más de una ocasión a ser detenido en la calle por los gendarmes al ser confundido con uno de los muchos vagabundos que deambulaban por la ciudad. En la última etapa de su vida este mismo estado de abandono presentaba su domicilio, donde se amontonaban los restos de comida, los platos sucios y las partituras sin terminar. En medio de este caos daba Beethoven lecciones de piano a señoritas distinguidas, a muchachas de rostro sonrosado que se sentían al mismo tiempo turbadas y atraídas por tan indómito maestro. Más de una vez se enamoró Beethoven de alguna de sus alumnas y más de una vez su amor fue correspondido, pues las efusiones de su corazón resultaban irresistibles aun cuando su presencia pudiera desagradar. Beethoven era un hombre lleno de amor; el amor era la fuerza motriz de su creatividad y la razón de ser de su existencia. Deseaba con toda su alma encontrar una mujer que se entregase a él ciegamente para convertirla en su esposa. Soñaba con las bellas damas de la alta sociedad, por las que frecuentemente fue rechazado, y se esforzaba en presentarse ante ellas bien peinado, mejor vestido, galante, seguro de sí mismo y tranquilo. Pero la imagen de un Beethoven acicalado y manso no despertaba el menor interés; si había algo capaz de seducir en él era precisamente su fiero temperamento del "titán", apelativo con el que se lo nombraba a menudo.