Sara Baras
(Cádiz, 1971) Bailarina y coreógrafa española. Sara Pereira Baras nació el 25 de abril de 1971 en la ciudad de Cádiz, donde residían entonces sus padres, Concha Baras (María de la Concepción Baras Herrera), profesora de baile flamenco y también bailaora con larga trayectoria al frente de su propia compañía, y el coronel de infantería de marina Cayetano Pereira.
Contaba ocho años cuando la familia se trasladó a la cercana San Fernando, ciudad natal de su madre, quien abrió allí una escuela de baile e hizo de Sara la alumna más exigida. Concha Baras tocaba el piano y organizaba en su casa reuniones con sus hijas y las de sus amigas en las que pretendía transmitirles lo que aprendía en Jerez con Cristóbal el Jerezano, y enseguida notó que la pequeña Sara apuntaba maneras.
Con diez años, Sara amenizaba las cenas de gala que daban los superiores de su padre, y no transcurrió mucho tiempo cuando ya formaba parte de Los Niños de la Tertulia Flamenca, un grupo con el que recorrió todos los festivales de flamenco de Andalucía e incluso bailó ante la reina Sofía.
Sara Baras
De su contacto con la gitanería de Cádiz había cogido mucho arte, lo que unido a una técnica aprendida con disciplina de hierro conformaba un cóctel explosivo. Pero su madre se negaba a que bailara sola, como ella deseaba; le decía que «una niña tiene que saber esperar y no acaparar protagonismo». Y así hasta los diecisiete años, en que la dejó soltar amarras.
Tras su debut en el teatro Alameda de su ciudad natal, actuó enseguida junto a los grandes (como Camarón de la Isla, Tomatito, Manuela Carrasco, Pansequito) antes de pasar a formar parte de la compañía de Manuel Morao, en la que gozaba de libertad para bailar en solitario, como hizo en 1989 en el programa-concurso de Televisión Española Gente Joven, en el que ganó el primer premio, o bien con otros grupos, como cuando bailó junto a su madre y Joselito Fernández en el montaje Leyendas, de la compañía de Paco Moyano, antes de viajar a Japón, en 1990, y actuar durante seis meses en la sala El Flamenco de Tokio.
Bailaora de proyección internacional
Con la compañía Manuel Morao y los Gitanos de Jerez actuó en el Festival de Teatro Flamenco Alhambra ’89, en Granada, y salió también al extranjero. En 1991 se presentó durante dos meses en el teatro Éduard VII de París. Sin dejar la compañía, al año siguiente se presentó en la Bienal de la Danza de Lyon y en el Palacio de Congresos de París formando pareja artística con Javier Barón. Luego, durante la celebración de la Expo ’92 en Sevilla, bailó de nuevo en el espectáculo de Manuel Morao en el Auditorio de La Cartuja, y a fines del mismo año en el teatro Town Hall de Nueva York.
Ya en 1994 bailó al son del cantaor Enrique Morente, luego con la compañía de Paco Peña, con la que realizó una gira por varios países de Europa, y más tarde en la Bienal de Flamenco de Sevilla. Pero, no obstante la relevancia de todas las experiencias precedentes, fue a partir de la primavera de 1996, tras formar parte del espectáculo Mujeres, de la compañía de Merche Esmeralda, estrenado en el teatro Principal de Vitoria y que se paseó después por Madrid, Barcelona y el Festival de Segovia, cuando su colaboración con Antonio Canales la situó de inmediato a las puertas del triunfo.
Antonio Canales se hallaba por entonces en la cima de su carrera. Sara se integró en su compañía como artista invitada en la producción Gitano (1996-1997), presentada en la Bienal de Sevilla y con la que acudió al Festival de Otoño de Madrid en el teatro Albéniz antes de recorrer las principales salas de España. La asociación entre ambos bailarines se prolongó hasta principios de 1999, pero antes, aprovechando la suspensión de un nuevo espectáculo de Canales, La Cenicienta, que ella debía protagonizar, decidió formar su propia compañía.
El Ballet Flamenco Sara Baras
Sara presentó su propia compañía, el Ballet Flamenco Sara Baras, a fines de 1997 como cierre del XXXVII Festival Nacional del Cante de las Minas, y obtuvo el beneplácito de crítica y público. En abril del año siguiente, con un espectáculo que tituló Sensaciones, un recorrido por los distintos palos del flamenco en el que bailaba una farruca con pantalones que puso en pie al Auditorio de Murcia, inició el gran despegue, y en 1999, el estreno, en el teatro Villamarta de Jerez, de Sueños, un nuevo montaje de su compañía, la situó definitivamente en la esfera de prestigio que ocupa tras ganar el primero de los cuatro premios Max con que ha sido distinguida.
Mientras tanto, compaginó su actividad en su propia compañía, con la que se presentó en el Festival Evian, dirigido por Mstislav Rostropovich, y en la Bienal de Flamenco de Sevilla, con actuaciones en otras formaciones como artista invitada: aparte de la de Canales, actuó en la compañía flamenca de Eduardo Serrano, el Güito, con la que en la Navidad de 1999 se presentó en el Théâtre du Châtelet de París.
Sin embargo, su popularidad se incrementó en la medida en que amplió su labor a otros cometidos. El mejor escaparate fue el programa de televisión Algo más que flamenco, en el que se reveló como una competente presentadora, aunque también cosechó halagos con sus incursiones en el mundo de la moda. Fue el broche final de la colección de Amaya Arzuaga en la Semana de la Moda en Londres, participó en el catálogo de joyas de Cartier, desfiló posteriormente para Francis Montesinos en la Pasarela Cibeles y en Lisboa, y ella y las integrantes de su compañía fueron las encargadas de lucir la lencería de la firma Triumph.
Lo sorprendente es que, de forma simultánea, se embarcara en proyectos tan ambiciosos como llevar a su terreno la vida de heroínas de la historia española con los riesgos que podían entrañar adaptaciones de esa naturaleza. Primero fue la reina Juana I de Castilla en la producción titulada Juana la Loca (Vivir por amor), que, con la dirección de Luis Olmos y su propia coreografía, presentó en el teatro de La Maestranza de Sevilla, en el marco de la Bienal de Flamenco de 2000, y cuya buena acogida le aseguró dos meses la sala llena en el teatro Coliseum de Madrid y nuevas giras mundiales.
Posteriormente, también en Sevilla, en la XII Bienal de Flamenco, celebrada en septiembre de 2002, estrenó el montaje Mariana Pineda, la heroína liberal cuya vida llevó a escena Federico García Lorca, en una versión ideada y dirigida por Lluís Pasqual y con música del guitarrista y compositor Manolo Sanlúcar. El éxito fue aún mayor y no sólo le valió el Premio Nacional de Danza sino que, además, le auguró un sinfín de representaciones (en Barcelona, Milán, París, Washington, Boston, Nueva York, Miami, São Paulo, Caracas y Madrid, entre otras ciudades), que todavía continúan con el mismo entusiasmo, tanto del público como de la bailaora, convencida de que el baile flamenco, que últimamente parecía cosa de hombres, necesitaba mujeres de bandera como ella.
Tras obtener el Premio Nacional de Danza, en enero de 2004 emprendió una nueva serie de giras internacionales que se inició con su presentación en el City Center de Nueva York y que culminaría en los primeros días de 2005 en el Théâtre des Champs Elysées de París. En marzo fue distinguida con la Medalla de Andalucía.
La herencia del arte gaditano
El palíndromo que forma su nombre artístico (se lee igual de derecha a izquierda) es la guinda del pastel, el ingrediente que remata una armonía fraguada con otras sabias combinaciones de elementos contrapuestos (fuerza y ligereza, disciplina y libertad, técnica y apasionamiento) y sus dotes naturales. Bailaora de los pies a la cabeza, Sara Baras ha sabido seducir a eruditos y profanos. Público, crítica e instituciones coinciden en el reconocimiento de su talento y destacan su voluntad rompedora de arquetipos, visible en la fusión de elementos modernos y artes escénicas que imperan en sus espectáculos.
Sólo algunos puristas del flamenco, renuentes asimismo a otras fusiones que, a partir del género, han llevado a cabo otros artistas en los últimos tiempos, consideran que esas adiciones lo desvirtúan, y muestran su desacuerdo con la bailarina, que manifiesta que «el flamenco no tiene reglas ni leyes». Sin duda más fieles a su liturgia, la mayoría de estos críticos piensan que la artista está sobrevalorada respecto a otros profesionales que reúnen tanta o más sabiduría y no tan buena suerte y que, como antes ocurriera con Joaquín Cortés o Antonio Canales, se trata de un fenómeno mediático.
A esta apreciación contribuye su protagonismo en acontecimientos ajenos a su oficio, como haber sido presentadora de televisión, imagen promocional de Andalucía o modelo ocasional de pasarela como invitada «de lujo». Con todo, hasta los más puristas admiten en ella un atractivo extraordinario y técnica y conocimiento suficientes para ser la gran estrella que es.
Cómo citar este artículo:
Fernández, Tomás y Tamaro, Elena. «».
En Biografías y Vidas. La enciclopedia biográfica en línea [Internet]. Barcelona, España, 2004. Disponible en
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