Victoria I de Inglaterra
La prosperidad. La reina Victoria presidió la consecución gradual de un equilibrio interno que puso a salvo su reino de las convulsiones del continente europeo, de tal modo que su trayectoria coincide paso a paso con la entrada de las instituciones de índole democrática en la historia británica. Bajo el reinado de Victoria, las reformas políticas (como las que extendieron progresivamente el derecho a voto) se acompañaron además de medidas económicas, fundamentalmente la adopción del librecambismo y la apertura del mercado inglés a los productos extranjeros, que asentaron definitivamente, y sin efusiones de sangre, el poder de la burguesía en la isla. Después de la abolición de las leyes del trigo y, en 1850, del Acta de Navegación (decretadas dos siglos atrás), Gran Bretaña se introdujo plenamente en un sistema de libertad comercial que, en conjunción con el espectacular desarrollo de su industria, había de conducirle al esplendor imponderable de la década de los sesenta, con una moneda que impondría su ley en los mercados internacionales y con unas inversiones en el extranjero que supondrían prácticamente la colonización económica de muchas zonas del Mediterráneo y de América del Sur. En 1860 Gran Bretaña poseía ya la más extensa red ferroviaria; su flota mercante, por otra parte, representaba el 75 % del tonelaje mundial. Ambos índices muestran el nivel de su desarrollo industrial y comercial. Otras reformas de carácter penal y religioso, como la equiparación de católicos y protestantes, negada durante siglos, terminaron de enterrar la vieja sociedad. En la imagen, la reina Victoria I de Inglaterra en 1887, cuando se cumplía medio siglo de su llegada al trono.