Wolfgang Amadeus Mozart
Réquiem. Sin embargo, su salud fue poco a poco empeorando, a la vez que cundía su desánimo por la escasez de dinero y el exceso de trabajo. En julio de 1791, Mozart recibió la visita de un hombre de rostro severo, vestido de luto y tocado con un sombrero que le cubría casi toda la cara. Era un enviado del conde Franz von Walsegg, y le encargó una misa de réquiem por la esposa del conde, recientemente fallecida. Parece lógico pensar que el que se dedicara en exclusiva al Réquiem en sus últimas semanas de vida fuera un anuncio de su propio fin, como si la obra estuviese realmente pensada para su propia muerte. Con muchas interrupciones y con el emisario apremiando a su puerta, Mozart escribió lentamente la angustiosa partitura, convertida en su postrera obsesión. Nunca terminaría el Réquiem, aunque hasta exhalar su último suspiro dictó desde su lecho con labios trémulos las notas de la trompeta del Juicio Final. El 5 de diciembre de 1791 falleció de una fiebre reumática. La imagen representa a un Mozart ya convaleciente trabajando en el Réquiem.