Miguel de Cervantes
Muerte de Cervantes. La primera parte de Don Quijote de la Mancha no procuró gran alivio económico a su autor. Picado, no obstante,
por las apócrifas aventuras
de don Quijote publicadas por un tal Alonso Fernández de Avellaneda, Miguel de Cervantes completó una segunda parte de sus andanzas que,
además
de ser de un calado mayor y más admirable que primera, contenía como desenlace final la cristiana e inapelable muerte del protagonista. La
redacción de esta patética escena fue llevada a cabo cuando el propio Cervantes presentía su fallecimiento: si la segunda
parte del Quijote apareció en 1615, su última obra, Los trabajos de Persiles y Sigismunda, se publicó póstumamente
en 1616; en su magistral prólogo, acaso dictado desde el lecho, el escritor se despide emocionadamente de sus lectores. Es curioso comparar estas
dos muertes, una acaecida en la fantasía y otra en la realidad, no tanto en la anécdota de su representación como en las palabras
de quien se sabe al final de sus días. En el último capítulo del Quijote, la súbita lucidez del hidalgo moribundo
y la resistencia del fiel Sancho a asistir a la muerte de su querido amo constituye el más triste de los pasajes de esta obra maravillosa; en la
misma sazón y mezcolanza patética, bromas y veras se reúnen en el citado prólogo al lector de Los trabajos de Persiles
y Sigismunda. Y con esa melancolía que ha traspasado el corazón de millones de lectores, el autor y su criatura se despiden de una existencia
jalonada de calamidades.