Miguel de Cervantes
La batalla de Lepanto. En la ciudad del Vaticano se alistó como soldado a las órdenes de Diego de Urbino y, en 1571, participó heroicamente en la gloriosa
batalla naval en la que Juan de Austria demostró que los turcos no eran invencibles en el mar y que se trabó en el golfo de Lepanto. Allí se
produjo el último gran encontronazo entre barcos de guerra resuelto por la técnica del abordaje; en aquella lid, en efecto, jugó un
papel menos decisivo la artillería que el arrojo de los hombres, enfrentados cuerpo a cuerpo sobre las cubiertas en medio del rebullir y entrechocar
de armas blancas, los aullidos de los heridos, las arengas de los capitanes y las explosiones de los arcabuces. Ese día, un 7 de octubre, el soldado
Miguel de Cervantes se hallaba enfermo a bordo de La Marquesa, una de las doscientas ocho galeras españolas. Abatido como estaba por la fiebre,
los amigos y el propio capitán le recomendaron que permaneciese en la cámara, pero el ardoroso joven protestaba que más quería
ser muerto en combate por su Dios y por su rey que permanecer a resguardo. Y así, cuando se entabló la lucha, acreditó su valor hasta
ser derribado por dos arcabuzazos, uno en la mano izquierda, que le dejó manco, y otro en el pecho.