Aristóteles
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La filosofía de Aristóteles
Como autor de un sistema filosófico y científico que se convertiría en base y vehículo del cristianismo medieval y de la escolástica islámica y judaica, Aristóteles ha determinado, más que cualquier otro filósofo, la orientación y los contenidos de la historia del pensamiento occidental. Sus obras ejercerían una notable influencia sobre innumerables pensadores durante cerca de dos mil años, y continúan siendo objeto de estudio por parte de múltiples especialistas en nuestros días. La filosofía de Aristóteles constituye, junto a la de su maestro Platón, el legado más importante del pensamiento de la Grecia antigua.
Aristóteles (óleo de Francesco Hayez, 1811)
Pese a ser discípulo de Platón, Aristóteles se distanció de las posiciones idealistas para elaborar un pensamiento de carácter naturalista y realista. Frente a la separación radical entre el mundo sensible y el mundo inteligible planteada por las doctrinas platónicas, defendió la posibilidad de aprehender la realidad a partir de la experiencia. Así pues, en contra de las tesis de su maestro, consideró que las ideas o conceptos universales no deben separarse de las cosas, sino que están inmersos en ellas como principios informantes de la materia.
Sin embargo, los esfuerzos de Aristóteles no se dirigieron únicamente al estudio especulativo de las cosas y sus causas, sino que, en coherencia con sus concepciones, otorgó gran importancia a los estudios científicos y a la observación de la naturaleza. No menos relevantes son sus escritos sobre lógica formal y sus reflexiones en torno a la moral, la política y la estética. De acuerdo con las fuentes antiguas, el filósofo griego escribió 170 obras, aunque sólo 30 se han conservado hasta nuestros días.
La metafísica
La metafísica de Aristóteles es por un lado crítica con respecto a la de su maestro Platón, y por otro constructiva, puesto que se propone llegar a una nueva sistematización. Hay que notar que ni el maestro ni el discípulo emplearon el término "metafísica", que fue acuñado por Andrónico de Rodas, editor del legado aristotélico. Lo que pretende la metafísica es llegar a saber "de los principios y de las causas primeras", y por ello Aristóteles llamó al estudio de las cuestiones metafísicas "filosofía primera", ciencia que considera el ser en cuanto ser. Por ocuparse de las primeras y verdaderas causas, puede ser considerada igualmente ciencia de lo divino, ciencia teológica (Theologiké épistéme).
Aristóteles rechaza la teoría platónica de las Ideas separadas de los entes de este mundo. Lo verdaderamente existente no son los "reflejos" de las Ideas, sino los entes individuales, captados por la inteligencia y en los que reside el aspecto universal. En todo ser se da la sustancia (ousìa, esencia de cada ente individual subsistente en sí mismo) y el accidente (cualidad que no existe en sí misma sino en la sustancia). La sustancia permanece más allá de todos los cambios accidentales que experimente. Por ejemplo, el árbol sigue siendo un árbol aunque pierda sus hojas en otoño; si el árbol muere, experimenta un cambio sustancial, y deja de ser un árbol.
El hilemorfismo
Las sustancias sensibles se hallan constituidas por dos principios: materia, que dice de qué está hecha una cosa, y forma, disposición o estructura de la misma. Esta doctrina se denomina hilemorfismo o teoría hilemórfica (de híle, materia, y morfé, forma). La materia es el substrato general de toda sustancia corpórea, y de ella derivan las propiedades físicas comunes a todos los cuerpos, pero, por si sola, ni siquiera es cognoscible: es imposible experimentar una materia no determinada, no incardinada en una forma. La materia es un principio indeterminado que adquiere su determinación gracias a la forma; la forma es el principio determinante que hace que la materia sea lo que es. Ambos principios son inseparables.
La distinción aristotélica entre forma sustancial y forma accidental ayuda a comprender el concepto de forma. Un ser individual se compone de materia y de una forma sustancial, que viene a ser el diseño estructural de la materia. A través de los sentidos y del intelecto identificamos tal diseño e incluimos al ser en un género; la forma sustancial nos permite incluir cierto fruto en el género “manzana” y distinguirlo de una nuez. Ahora bien, el tamaño, la forma, el color o el sabor varían de una manzana a otra; tales rasgos, que individualizan una manzana en concreto, configuran su forma accidental.
Aristóteles estudiando la naturaleza
Como puede verse, formas sustanciales e ideas platónicas son nociones afines. Pero para Platón las ideas son trascendentes: se hallan en un mundo aparte, el mundo de las Ideas, y los seres del mundo sensible (el nuestro) son meros reflejos de las Ideas. En Aristóteles sólo existe el mundo sensible; la materia y las formas sustanciales son dos principios constitutivos que residen en los mismo seres, es decir, son inmanentes.
Potencia y acto
Para explicar el cambio, Aristóteles se vale de las nociones de acto y potencia, determinaciones primeras del ser. Por potencia se entiende una potencialidad que posee un ser; el acto es la realización de esa potencialidad. Aristóteles define el cambio como el paso de la potencia al acto. Así, el mosto de uva tiene entre sus potencias o capacidades la de convertirse en vino. Tras la fermentación del mosto, obtenemos vino: esa potencia o potencial del mosto se ha realizado.
Existen, como ya se ha indicado, dos tipos de cambio: el cambio sustancial y el cambio accidental. En el cambio sustancial, un ser se convierte en otro, lo que implica un doble proceso simultáneo de corrupción del primero y de generación del segundo. En el cambio accidental, la sustancia permanece; sólo se modifican las cualidades accidentales. Los cambios accidentales pueden ser de tres tipos. En el cambio cuantitativo se altera la cantidad (el árbol que crece gana en altura, pero sigue siendo un árbol). En el cambio cualitativo se modifica la cualidad (las lentejas se hacen blandas tras una prolongada cocción). El cambio local es simplemente el cambio o movimiento de un lugar a otro.
Clases de causas
Con las nociones de potencia y acto sabemos cómo suceden los cambios o movimientos. Ahora bien, el paso de potencia a acto no ocurre espontáneamente; es precisa la acción de un agente externo, de una causa. Para Aristóteles, las razones o causas del cambio son cuatro: causa material, causa formal, causa eficiente y causa final (o teleológica). El propio filósofo las ilustra con la realización de una escultura. La causa eficiente de la transformación del bloque de mármol en estatua es la acción del escultor, que modela y cincela el mármol hasta completar una representación de, por ejemplo, la diosa Afrodita.
En el sentido moderno y habitual de la palabra, la única causa es la causa eficiente. Pero Aristóteles, más que de causas, está hablando de "elementos" que necesariamente intervienen en el cambio y lo explican; así, la causa material determina y explica que la estatua ya realizada esté hecha de mármol, y la causa formal, que reproduzca el cuerpo de un mujer hermosa. Tampoco en lenguaje habitual hablaríamos de causa final, sino, simplemente, de finalidad. En el ejemplo, la causa final es la finalidad del escultor, la cual es también un factor que incide en el paso de mármol a estatua; así, la obra respetará la iconografía tradicional si el artista piensa destinarla a presidir un templo consagrado a la diosa, pero puede ser más personal si la finalidad es decorar una estancia privada.
En el ejemplo del escultor es claro que alguna finalidad lo empuja a ejecutar la estatua, pero, ¿qué decir de los cambios operados por agentes no concientes, por fuerzas de la naturaleza? Por ejemplo, el sol calienta el agua del mar, que se evapora y eleva formando nubes. No puede decirse que el sol forme nubes con alguna finalidad, pero sí que tal cambio tiene lo que podríamos llamar una "finalidad última": las nubes traen la lluvia, que fertiliza la tierra y posibilita la existencia de seres vivos (superiores a los inertes); de las plantas se alimentan los animales y de ambos el hombre, el ser más perfecto. La causa final es de gran importancia para el Estagirita, ya que está convencido de que todo existe para cumplir un fin, pues todo, por su propia inmanencia, busca su intrínseca perfección.
Primer motor y acto puro
La ciencia metafísica de Aristóteles culmina en la teología, la cual se ocupa del ser que existe per se, o sea, el ente en su sentido más pleno, la forma pura sin materia. Para probar la existencia de ese ser apela a varios argumentos: "Entre las cosas que existen una es mejor que la otra; de allí que exista una cosa óptima, que debe ser la divina". Su argumento más conocido es el denominado de predicamento cosmológico: las cosas de este mundo son perecederas, y por lo tanto sufren cambio; este cambio acaece en el tiempo. Cambio y tiempo son, pues, imperecederos; mas para que se produzca el cambio o movimiento eterno ha de existir una sustancia eterna capaz de producir ese movimiento. Pero no podemos retrotraernos al infinito para buscar las causas de las causas, por lo que debemos llegar a un Ser supremo. Ese Ser, sin embargo, no aparece en Aristóteles como creador del mundo, porque éste es eterno.
Aristóteles (óleo de José de Ribera, 1637)
Ya en sus tratados sobre física había expuesto Aristóteles el concepto de primer motor. Todo ser que se mueve es movido por otro; puesto que no podemos remontarnos en esta cadena hasta el infinito, debe existir un primer motor, el cual es inmóvil: si fuese móvil, estaría movido por otro motor anterior, y no sería el primero. Aristóteles ahonda en esta idea en sus escritos metafísicos. Como el movimiento es paso de potencia a acto, la misma inmovilidad implica que el primer motor no está en potencia respecto a ningún acto, es decir, no tiene ninguna potencialidad: es acto puro. En consecuencia, es inmaterial (la materia siempre supone potencialidad) y absolutamente perfecto; no puede faltarle nada en el orden del ser y de la perfección, pues si le faltase algo estaría en potencia respecto a aquello de lo que careciese, y ya no sería acto puro.
Por su misma perfección debemos atribuir vida a este Ser superior, y vida en su grado más perfecto; y no podemos atribuirle otra actividad que la teórica o contemplativa, que no requiere movimiento y no se orienta a satisfacer ninguna necesidad. Así, el Dios aristotélico es pura inteligencia, puro pensamiento incesante que se piensa a sí mismo; el objeto de su pensamiento no puede consistir en cosas externas a él, porque entonces dependería de tales cosas. Autónomo, trascendente, separado del mundo, Dios es eternamente feliz pensándose eternamente.
Estando separado del cosmos y sin ningún contacto con él, ¿cómo puede Dios actuar sobre el mundo, moverlo como un primer motor? Dada su suma perfección y su plenitud de ser, en Dios se encuentra todo lo apetecible, todo lo digno de ser contemplado, todo lo que merece ser poseído; en consecuencia, mueve a todas las cosas como el bien mueve al que lo desea o la belleza mueve al que la contempla. Dios mueve el mundo no como causa eficiente, sino como causa final, es decir, como fin último (la perfección) al que tiende el universo. Del mismo modo que a la amada le bastan su belleza y su bondad para atraer al amante, Dios no ejerce ninguna fuerza: el movimiento surge en las cosas como un afán hacia lo perfecto.
Alma y conocimiento
Todos los seres vivos se presentan a Aristóteles como poseedores de alma (psyché), por la cual se distinguen de los seres inanimados o inorgánicos. Según su conocida definición, el alma es la forma de un cuerpo que tiene la vida en potencia. La doctrina hilemórfica se aplica también a los seres vivos: se componen de materia (el cuerpo) y de forma (el alma). El alma es el principio vital que realiza una potencialidad de la materia: constituir un ser vivo. Aristóteles distingue tres clases de alma: vegetativa (propia de las plantas, pero presente también en los animales y en el hombre), sensitiva (propia de los animales y del hombre) y racional (exclusiva del hombre). Ésta tiene tres características: es causa del movimiento del cuerpo, conoce y es incorpórea.
Aristóteles (detalle de un cuadro de Justo de Gante, c. 1476)
De esta concepción se deducen consecuencias inmediatas y contrarias al pensamiento de Platón y de otros filósofos; por ejemplo, el alma no existe antes del nacimiento del ser vivo (se niega la preexistencia del alma), ni pasa de un ser vivo a otro (trasmigración de las almas). El alma no se halla accidentalmente prisionera en la cárcel del cuerpo; al igual que la materia y la forma, el cuerpo y el alma son principios constitutivos inseparables e interdependientes que forman un compuesto sustancial, de modo que ni uno ni otro pueden tener una existencia propia.
Con la extinción del alma en la muerte, el cuerpo pierde su principio vital y su materia se descompone. Esto ocurre indudablemente en las plantas y en los animales; en cambio, la posición de Aristóteles respecto a la posible inmortalidad del alma humana ha sido objeto de interpretaciones divergentes. Con respecto al conocimiento, Aristóteles no admite las doctrinas de Platón, ni tampoco el innatismo. La mente al nacer es "tamquam tabula rasa", en la que nada hay escrito. El conocimiento comienza en los sentidos, como nos demuestra la experiencia. Las captaciones de los sentidos son aprehendidas por el intelecto, generándose así el concepto. De esta forma llegamos al conocimiento suprasensible.
Ética
La ética de Aristóteles tiene un fin que se resume en la búsqueda de la felicidad. Para algunos, la felicidad consiste en los placeres; para otros, en las riquezas; pero el hombre sabio la busca en el ejercicio de la actividad que le es propia al hombre, es decir, en la vida intelectiva. Ello no excluye el goce moderado de los placeres sensibles y de los demás bienes, con tal de que no impida la contemplación de la verdad.
Sobre esta base desarrolla Aristóteles el concepto de virtud. La virtud consiste en el justo medio; así, la valentía es la virtud que se sitúa entre dos extremos igualmente viciosos, la cobardía (carencia de valor) y la temeridad (exceso de valor que lleva a correr riesgos innecesarios). Lo que quiere dar a entender es que el actuar del hombre debe estar regido por la prudencia o regla recta. Hay dos modalidades de virtud: las dianoéticas (que se refieren al ejercicio de la inteligencia) y las éticas (que se refieren a la sensibilidad y los afectos). Todas las virtudes son hábitos que se adquieren por medio de la repetición. La virtud por excelencia es la justicia, la cual consiste en el acatamiento de las leyes y en el respeto a los demás ciudadanos.
Política
Para Aristóteles el hombre es un "animal político" por naturaleza; esta célebre expresión ha de entenderse como "animal social", ya que "político" deriva de polis, la ciudad-estado griega, que es la forma más avanzada de sociedad. Sólo los animales y los dioses pueden vivir aislados. La fuerza natural hacia la reproducción y la conservación inclina a los hombres a vivir unidos, primero en la familia, luego en la aldea (unión de varias familias) y finalmente en la ciudad-estado (ni muy pocos, ni demasiados habitantes). El buen funcionamiento de una ciudad-estado no se asegura solamente por aunar voluntades hacia un mismo fin; se requiere también de leyes sensatas y apropiadas que respeten las diferencias y eduquen a los ciudadanos para la responsabilidad civil dentro de la libertad (Aristóteles, en su mentalidad clasista griega, no concibe el derecho de ciudadanía ni para las mujeres ni para los esclavos).
Existen tres formas de legítimo gobierno: la monarquía (gobierno de uno), la aristocracia (gobierno de los mejores) y la democracia (gobierno de muchos). A estas formas rectas de gobierno se oponen tres formas degeneradas, en las que los gobernantes prescinden del bien general y buscan sólo su propio interés: la tiranía, la oligarquía y la demagogia. No se puede decir cuál de las tres es mejor, pues para cada pueblo en concreto hay que deducirla de una indagación objetiva de las varias formas históricas de gobierno, y definir según las circunstancias cuál es más conveniente para un determinado estado (Aristóteles recogió y estudió las constituciones de 158 estados). En principio, toda forma de gobierno es buena si quien gobierna busca el bien de los gobernados.
Su influencia
Durante mucho tiempo el pensamiento aristotélico se vio eclipsado por el prestigio de las doctrinas de Platón. En época de la Roma cristianizada, el naturalismo y el realismo de Aristóteles eran despreciados, y se privilegiaban las lecturas neoplatónicas de Plotino y Beocio. Debido al espiritualismo que caracterizó al pensamiento medieval, las doctrinas de Platón gozaron de preeminencia hasta el siglo XII.
Los filósofos árabes (y, particularmente, Avicena y Averroes) contribuyeron a que el pensamiento aristotélico fuese de nuevo objeto de atención en Occidente. El creciente interés por la naturaleza mostrado por el pensamiento cristiano en la Baja Edad Media hizo posible que la obra de Aristóteles fuese estudiada. Roger Bacon y San Alberto Magno reivindicaron el pensamiento del Estagirita, y Santo Tomás de Aquino lo transformó en la base de la teología cristiana.
La revolución científica del Renacimiento, con figuras clave como el británico Francis Bacon en el plano filosófico y Galileo en el científico, socavó la autoridad de Aristóteles. Aunque Galileo y Newton finiquitaron la física y la astronomía aristotélicas, los estudios sobre biología y lógica del Estagirita mantuvieron su vigencia hasta los siglos XIX y XX, respectivamente, y sus escritos filosóficos continuaron ejerciendo influencia sobre diversas corrientes de pensamiento modernas, como el idealismo, el neoescolasticismo, el conductismo y el dinamismo de Bergson, entre otras.
Cómo citar este artículo:
Fernández, Tomás y Tamaro, Elena. «».
En Biografías y Vidas. La enciclopedia biográfica en línea [Internet]. Barcelona, España, 2004. Disponible en
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