Dionisio de Halicarnaso
(Halicarnaso, c. 60 a.C. - Roma?, c. 7 a.C) Historiador griego. Las escasas informaciones que poseemos acerca de la vida de este autor proceden de él mismo. Hijo de cierto Alejandro, llegó a Roma en el año 30 a. de C., tras la victoria definitiva de Octavio Augusto sobre Marco Antonio y Cleopatra, y permaneció allí durante veintidós años por lo menos, en el curso de los cuales aprendió el latín y adquirió un conocimiento de las antigüedades romanas que le permitió componer los veinte libros de la Arqueología romana, obra histórica publicada entre los años 8 y 7 a. de C.
Dionisio de Halicarnaso
Durante su estancia en Roma actuó también como maestro de retórica; sin embargo, no parece haber tenido una escuela pública, sino tan sólo alumnos particulares, a algunos de los cuales dedicó parte de sus obras retóricas. Aun prescindiendo de las que no han llegado hasta nosotros, no resulta posible establecer su fecha; de todas formas, puede disponerse aproximadamente su sucesión de esta forma: Primera carta a Ammeo; Sobre los oradores antiguos (dedicada asimismo al ignoto Ammeo); Sobre la colocación de las palabras, para el discípulo Rufo Metilio; Sobre el estilo de Demóstenes; Sobre la imitación (obra casi completamente perdida); Carta a Gneo Pompeyo Gemino (gramático posiblemente liberto de Pompeyo Magno); Sobre Dinarco; Sobre Tucídides, dedicada al jurista Elio Tuberón, y Segunda carta a Ammeo.
En tales textos se manifiesta partidario del aticismo, que en la época de Octavio Augusto encontró sus mayores representantes no ya en oradores latinos, sino en retóricos griegos como Apolodoro de Pérgamo (maestro del mismo Augusto) y Cecilio de Calates, amigo de Dionisio. Dionisio de Halicarnaso defendió a Lisias y sostuvo la escasa utilidad de Tucídides e incluso de Platón respecto del futuro orador; su amplitud mental es mayor que la de los restantes aticistas griegos y romanos, como lo manifiesta el que, al igual que Cicerón, juzgase a Demóstenes como la cumbre de la elocuencia. Su "facies" de plácido erudito queda revelada también por la elección del tema de su obra histórica Arqueología romana. Las noticias acerca de su actividad (excepto en lo que se refiere a la composición de un compendio de la Arqueología) cesan a partir del 7 a. de C., y como a ello cabe unir además el conocimiento de su mal estado de salud, se supone que debió de morir no mucho después del citado año.
Dionisio de Halicarnaso quiso ofrecer una narración amplia y elaborada retóricamente que explicase en griego la nobleza de los orígenes romanos a todos los que no leían las obras de los analistas, porque estaban escritas en latín o porque eran demasiado toscas. Después de veintidós años de trabajo, publicó el 7 a. de C. su Arqueología romana, que en veinte libros narraba la historia de Roma desde sus orígenes hasta el 264 antes de Cristo, es decir, hasta el comienzo de la primera guerra púnica, con la que comenzaba la historia de Polibio. De esta magna obra han llegado hasta nosotros los once primeros libros (cuya narración abarca hasta el 443 antes de Cristo) y extractos bizantinos del resto.
El concepto fundamental de Dionisio es que los romanos, en vez de ser un hatajo de bárbaros, no eran otra cosa que griegos, y de este origen les venían sus prendas de carácter y sus instituciones. El primer libro está destinado por entero a la prehistoria de Roma y contiene su tesoro de citas eruditas; pero también el resto de la narración se detiene a menudo en análisis de problemas constitucionales y etnográficos, citando a veces documentos preciosos que ponen de manifiesto el interés muy vivo del autor, aunque no le acompañe un sentido crítico muy parejo.
Ciertamente, además del mencionado concepto acerca del origen de los romanos, Dionisio parece descarriado por un pragmatismo que no admite lagunas ni incertidumbres en la reconstrucción histórica; quiere saberlo todo y explicar las causas de todo. Por esto y para tener material suficiente para tejer una narración amplia y continua, busca sus fuentes entre la más reciente analística sin tener en cuenta el poco crédito que merece, corrigiendo solamente ciertas contradicciones o errores cronológicos para hacer inteligibles las relaciones de causalidad, y explicando en digresiones eruditas las instituciones romanas.
Para dar a su narración el aspecto vivo de la historia documentada, insertó además por todas partes discursos prolijos y disputas a la manera de las escuelas de la retórica, sin ninguna comprensión de la realidad histórica ni de la conveniencia artística, fingiendo por ejemplo que Rómulo dejó decidir a los romanos la constitución que era menester adoptar, o que Tulio Hostilla discutió, hasta agotar el tema, con Mencio Fulgencio acerca de que Roma tenía mejor derecho que Alba a gobernar el Lacio, o que Servio Tulio respondió en el Senado al discurso con que Tarquino el Soberbio le pidió el trono. Toda esta retórica sofoca y a veces hace olvidar los no escasos méritos de Dionisio.
Cómo citar este artículo:
Fernández, Tomás y Tamaro, Elena. «».
En Biografías y Vidas. La enciclopedia biográfica en línea [Internet]. Barcelona, España, 2004. Disponible en
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