Los cachorros
Publicada en 1967, esta novela corta del escritor peruano Mario Vargas Llosa comienza con la llegada de Cuéllar al Colegio Champagnat de Miraflores, donde en seguida traba amistad con sus compañeros Choto, Chíngolo, Mañaco y Lalo. A partir de este momento, los cinco amigos serán inseparables. Un día, un perro llamado Judas ataca a Cuéllar, a quien castra de un mordisco. A raíz de ello comienzan a llamarle Pichulita, cosa que al principio le causa gran disgusto, pero que acepta después.
Mario Vargas Llosa
Al poco tiempo Cuéllar comienza a hacer locuras para llamar la atención: sin respetar los semáforos y causando el pánico de los transeúntes, circula a toda velocidad en el Ford convertible que sus padres (que desde el accidente le consienten y miman de una forma exagerada) le regalaron por Navidad. A Cuéllar le hacen concebir la esperanza de que un médico de Nueva York le operará y sanará; pero al fin tal esperanza se demuestra vana.
Después de ello prosigue su vida disipada hasta el día en que llega al barrio de Teresita, de la que se enamora. Intenta entonces comportarse como un chico modelo y dejar atrás su mala fama, pero cuando Teresita, cansada de esperar a que se decida a formalizar sus relaciones, lo abandona por Cachito Arnilla, Cuéllar vuelve a las andadas y se entrega a más locuras que antes.
Tras una desgraciada aventura con Nanette, una prostituta con la que solía quedar charlando o bebiendo mientras los demás se "ocupaban" con algunas de sus compañeras, se acentúan los desórdenes en la conducta de Cuéllar. Se aleja de los amigos, parte de los cuales ya se han casado, y suele vérsele en compañía de chicos jóvenes a los que sube a su tabla hawaiana o enseña a conducir su Volvo, con el que ya ha tenido varias colisiones.
Fotogramas de Los cachorros (1973),
basada en la novela de Vargas Llosa
Durante una temporada se dedica al deporte, pero luego vuelve a su desenfrenada vida participando en peligrosas competiciones, como carreras nocturnas por la ciudad circulando en dirección prohibida. Tras uno de sus accidentes, riñe con sus amigos, con quienes, a partir de ese momento, se ve poco; y al final se mata en un accidente de automóvil mientras se dirige al norte. En el entierro lamentan su triste final, aunque viéndolo como inevitable, sus antiguos amigos, que ahora, en el momento de relatar esta historia, casados y con hijos que estudian, han comenzado a construirse una casita para veranear y empiezan ya a envejecer.
Aunque el retrato del protagonista no carezca de importancia, es mucho más significativa la técnica empleada en la narración, que pasa de continuo del empleo distanciado de la tercera persona del singular del pretérito imperfecto de indicativo, propia de la narrativa tradicional, a la primera del plural del mismo tiempo y modo, porque el narrador es al mismo tiempo testigo del drama de Cuéllar y uno de sus cuatro compañeros y, por consiguiente, uno de los personajes de la novela.
Así, por ejemplo, vemos que ya al comienzo del relato se nos dice: "Todavía llevaban pantalones cortos ese año, aun no fumábamos, entre todos los deportes preferían el fútbol y estábamos aprendiendo...", o incluso, más adelante, "al principio ellos le poníamos mala cara". En esta fórmula experimental lo poético se mezcla de continuo con lo realista, puesto de manifiesto a través de ese lenguaje popular que tanta vida le confiere al relato; un relato que no precisa de grandes aconteceres para cautivar al lector atento que en la lectura quiera encontrar algo más que un mero pasatiempo.
Cómo citar este artículo:
Fernández, Tomás y Tamaro, Elena. «».
En Biografías y Vidas. La enciclopedia biográfica en línea [Internet]. Barcelona, España, 2004. Disponible en
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