William Shakespeare
El rey Lear
Escrita en 1605-1606 y representada en 1606, esta tragedia en cinco actos en verso y prosa de William Shakespeare fue publicada en 1608 (primer en cuarto con el título La verdadera crónica de la vida y muerte del rey Lear y de sus tres hijas), en 1619 (segundo en cuarto), en 1623 (en folio) y en 1655 (tercer en cuarto).
Las tres hijas del rey Lear (óleo de Gustav Pope)
La historia de Lear y de sus hijas, uno de los temas que más ha interesado a los estudiosos de las tradiciones populares, se encuentra en autores como Geoffrey of Monmouth (Historia Regum Britanniae, obra compuesta hacia 1140), Holinshed (Chronicle) y en una aportación de John Higgins (1574) al Espejo de los magistrados, obra en la que hombres ilustres de Inglaterra narran su caída (siguiendo el modelo de las Caídas de los príncipes, de John Lydgate, que a su vez imitaba las Desventuras de Boccaccio).
También se halla en la Reina de las hadas, de Edmund Spenser (lib. II, canto 10, st. 27-32). Pero Shakespeare se basó principalmente en King Leir, un drama anónimo anterior de cierto éxito, al que incorporó una acción secundaria y un desenlace mucho más sombrío. La leyenda del rey Lear tiene motivos comunes con la de la Cenicienta: la figura de Cordelia, hija del rey Lear, es una de tantas encarnaciones del tipo de muchacha virtuosa perseguida. En la acción secundaria ha sido observada una analogía con la historia de Yayetis y Dirghatamas en el Mahabhárata.
El argumento
En la tragedia se desarrollan paralelamente dos acciones que en líneas generales comparten la temática de la ingratitud filial. La primera y principal es la historia del rey Lear y de sus tres hijas. La segunda tiene como protagonistas al conde de Gloucester y a sus dos hijos: Edgard, el hijo legítimo, y Edmund, el bastardo.
Lear, rey de Bretaña, viejo autoritario y mal aconsejado, tiene tres hijas: Goneril, mujer del duque de Albania; Regan, mujer del duque de Cornuailles, y Cordelia, a cuya mano aspiran el rey de Francia y el duque de Borgoña. Con la intención de dividir su reino entre las tres hijas según el afecto que sientan por él, el rey Lear pregunta a cada una cómo lo quieren. Goneril y Regan hacen retóricas expresiones de afecto y cada una recibe un tercio del reino; por contraposición a la irritante hipocresía de sus hermanas, Cordelia, modesta y digna, dice que le ama como manda el deber.
Lear repudia a Cornelia
Airado por dicha respuesta, el rey deshereda a Cordelia y entrega su parte del reino a las otras hermanas. Lear dispone asimismo que se mantendrán cien caballeros a su servicio, con los que residirá alternativamente en los palacios de sus hijas Goneril y Regan. Retirado el duque de Borgoña, el rey de Francia acepta a Cordelia sin dote y regresa con ella a su patria. El conde de Kent, al interceder en favor de Cordelia e intentar que Lear rectifique su error, no consigue sino provocar la ira del rey, que lo condena al destierro. Llevado por la absoluta fidelidad que profesa al rey, el conde de Kent se disfraza y, bajo su nueva identidad, entra al servicio de Lear como criado.
Ya dueñas del poder, Goneril y Regan manifiestan de inmediato su ánimo malvado: faltan al pacto estipulado por el padre negándole la escolta de caballeros, y cuando el rey Lear, indignado, rechaza su odiosa hospitalidad, lo dejan que vague por el campo durante la tempestad. El conde de Gloucester siente piedad del viejo rey y, por una delación de su hijo ilegítimo Edmund, se hace sospechoso de complicidad con las tropas del rey de Francia que desembarcan en Inglaterra a instancias de Cordelia. El duque de Cornuailles, en sintonía con la maldad de su esposa Regan, ordena que se le arranquen los ojos al conde de Gloucester como castigo por su traición.
Representación moderna de El rey Lear
Antes de procurar la ruina de su padre acusándolo falsamente de colaborar con los franceses, el bastardo Edmund había calumniado ante el conde de Gloucester a su hermano, el legítimo Edgard, obligándolo a huir de la ira paterna. Disfrazándose de mendigo loco, Edgard se ve obligado a vivir en una cabaña en el campo, y precisamente en dicha cabaña buscan refugio, durante la tempestad, el rey Lear junto con el bufón de su corte y el fiel conde de Kent, bajo la apariencia de humilde criado suyo. El rey Lear, reducido al nivel de un mísero vagabundo, siente por primera vez en su corazón la angustia del sufrimiento humano; la prueba es demasiado ruda y pierde la razón. El conde de Kent lo lleva a Dover, y allí su hija Cordelia lo recibe afectuosamente. Edgard, sin darse a conocer, se convierte en lazarillo de su padre ciego y logra que recapacite y descarte su decisión de suicidarse.
Entretanto, el bastardo Edmund, elevado a conde de Gloucester tras la caída de su padre, se ha convertido en personaje clave ante la delicada situación de los reinos, amenazados por la invasión francesa. El duque de Cornuailles ha muerto tras ser herido en un enfrentamiento con un criado fiel al viejo conde de Gloucester, y su esposa Regan, para acrecentar su poder, decide apoyarse en Edmund, prometiéndole ser su esposa tras la victoria. También Goneril (cuyo marido, el duque de Albania, no aprueba la conducta de las hermanas y se ha propuesto vengar a Gloucester) tiene el mismo propósito: atrae igualmente a Edmund con la promesa del matrimonio, y allana el camino envenenando a su hermana Regan; pero su intención de desembarazarse de su propio marido es descubierta por una carta en la que incitaba a Edmund a matar al duque de Albania, y Goneril se quita la vida.
Lear y Cordelia
Edmund logra derrotar a los franceses y captura al rey Lear y a Cordelia. Pero el duque de Albania, conocedor de la carta, acusa públicamente de traición a Edmund, y en el subsiguiente de juicio de Dios se presenta para sostener la acusación el hermano legítimo, Edgard, que da muerte a Edmund. Antes de morir, Edmund confiesa que ha dado orden de ahorcar a Cordelia fingiendo un suicidio, pero la revelación llega demasiado tarde. El rey Lear, que soñaba con estar siempre al lado de su hija, y por ello soportaba resignadamente la prisión, ha visto cómo ahorcaban a Cordelia ante sus propios ojos; Lear entra en escena con su hija muerta en brazos, y muere vencido por el dolor. El duque de Albania le sucede en el trono, y Edgard y el conde de Kent son restaurados en sus títulos y honores.
El triunfo del mal
El drama, uno de los más potentes de Shakespeare, parte del esquema casi abstracto de una fábula alegórica para penetrar en las últimas profundidades de las acciones y el sentimiento humanos. En la primera escena de la división del reino, los personajes parecen los de una "moralidad" medieval; el doble error político y humano de ceder su corona en vida y desconocer los verdaderos sentimientos de sus hijas abocan al rey Lear a la catástrofe. No menos lineal y simplista puede parecer el modo con que Edgard es traicionado por su hermano bastardo.
Pero todo cuanto puede parecer paradigmático en la premisa se concreta afiladamente en un desarrollo que acomete angustiosamente el problema de la bondad del mundo, pues, aunque los malvados no triunfan al final del drama, la bondad (el conde de Gloucester, Cordelia, el rey Lear) ha caído antes víctima de sus intrigas, de modo que la única moraleja que puede extraerse (si hay que buscar alguna) está contenida quizás en las palabras de Edgard a su padre ciego, que había querido poner fin a su desesperación arrojándose por un acantilado: «Los hombres han de tener paciencia para partir de este mundo, tanta como para vivir en él: la madurez lo es todo». Por contravenir las más básicas leyes naturales y sociales, la ingratitud se convierte en el emblema del mal; pero, al igual que el bien, la inclinación al mal reside en la naturaleza humana y emponzoña inevitable y perpetuamente el mundo de los hombres, degradándolo a un nivel al que sólo puede oponerse, desde la madura aceptación de su existencia, la firmeza de una voluntad contraria.
Imagen de este triste mundo es la tormenta que domina en el acto central del drama, arrastrando a Lear, que, con sus errores y pasiones, adquiere un significado simbólico: es la humanidad entera la que, por boca del rey loco, se desespera en medio de la tempestad, mientras su creciente demencia debida a la crueldad de los hombres y de los elementos resulta más trágica en contraste con el ropaje grotesco que toma la verdad en las palabras del bufón y con la simulada locura de Edgard, que se finge obseso. Como observó August Wilhelm von Schlegel, «Del mismo modo que en Macbeth Shakespeare llevó el terror a la cúspide, parece que en El rey Lear agotó las fuentes de la piedad».
Cómo citar este artículo:
Fernández, Tomás y Tamaro, Elena. «».
En Biografías y Vidas. La enciclopedia biográfica en línea [Internet]. Barcelona, España, 2004. Disponible en
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