Julio César
César y Cleopatra. Mientras César conquistaba la Galia, en Roma los otros dos triunviros se distanciaban cada vez más hasta amenazar con la ruptura. César, que necesitaba tiempo para terminar la conquista, logró renovar el acuerdo en Lucca, en el año 56 a.C. Pero el pacto quedaría en entredicho muy pronto con la muerte de uno de los aliados, Craso, en una descabellada campaña en Mesopotamia contra los partos (53 a.C.). El ambiente en Roma era favorable a un acercamiento del senado a Pompeyo, que fue nombrado consul sine collega, "cónsul sin compañero", con el fin de restablecer el orden público. Pompeyo utilizó su posición para reafirmar su poder, empujando a Julio César a la grave decisión de atravesar el Rubicón, río que marcaba la frontera de Italia, al frente de sus tropas, donde pronunció su famosa frase alea jacta est, "la suerte está echada". Comenzaba de esta forma una nueva guerra civil (49 a.C.). Tras la victoria de César en Farsalia (48 a.C.), Pompeyo tuvo que refugiarse en Egipto, donde fue asesinado. Fue de este modo casual (persiguiendo a Pompeyo) como César llegó a Egipto. Allí resolvió la disputa dinástica que enfrentaba a Ptolomeo y Cleopatra: César se hizo con el control de Egipto y entregó el mando a la reina Cleopatra, con la que tuvo una intensa y famosa relación, fruto de la cual fue su hijo Cesarión. En la imagen, el conocido cuadro César da a Cleopatra el trono de Egipto (c. 1637), de Pietro da Cortona.