Constantino

 
Busto. Entre los años 235 y 284 d.C., el Imperio Romano tuvo a su frente un total de veintiséis emperadores, y prácticamente todos ellos tuvieron una muerte violenta. Las raíces de este periodo de anarquía hay que buscarlas en el dominio del ejército sobre el estado, y en que las legiones romanas ya no eran una fuerza unida por ideales comunes. Los soldados eran reclutados cada vez con más frecuencia en las provincias y entre las clase pobres, y vivían en unas condiciones que los alejaban de los civiles. Un número creciente de soldados ni siquiera procedía de las provincias, sino de las tribus bárbaras germanas establecidas al norte de la frontera del Imperio, que se alistaban por el dinero y el nivel de vida que el ejército podía proporcionarles. Y cualquier general o jefe de las legiones podía usar a sus soldados para autoproclamarse emperador. El nuevo emperador debía pronto enfrentarse a otros aspirantes, y acababa siendo eliminado por sus rivales o por sus propios soldados. Se necesitaba un hombre lo suficientemente sagaz y enérgico para adecuar el Imperio a los nuevos tiempos. Ese hombre sería Diocleciano, emperador entre 284 y 305, que inició una serie de reformas encaminadas a separar el poder civil y el militar, y cuya obra sería exitosamente coronada por Constantino I el Grande. Gracias a la labor ambos, el Imperio aseguró su pervivencia y recuperó la paz y también algo de su antiguo esplendor. En la imagen, un busto de Constantino del siglo IV.