Lorenzo Latorre
[Por Alfredo E. Allende, colaborador de la sección Especiales]
En 1875 una personalidad del Uruguay, un verdadero prócer desde ese año hasta nuestros días para el país, José Pedro Varela, declaraba: “Bien puede decirse que la guerra es el estado normal de la República”. Computaba 19 revoluciones en 45 años, inestabilidad permanente que le hizo dudar sobre la viabilidad de la nación a la que perteneció como entidad soberana. En verdad las elecciones locales y nacionales circunscriptas a círculos menores del 1% de la población, se llevaban a cabo en medio de escándalos fraudulentos y refriegas sangrientas.
Cuando nace en 1844 el futuro Gobernador Provisorio y Presidente Constitucional Lorenzo Latorre, la República Oriental del Uruguay se hallaba dividida en dos gobiernos, uno que controlaba Montevideo, con ayuda de las flotas de Francia e Inglaterra, y el otro que ejercía supremacía en el interior, con ayuda argentina. Latorre, montevideano, creció en medio de este caos que no terminó con la paz de 1851, sino que en ocasiones se profundizó, al punto -por ejemplo- que en 1868 hubo un doble magnicidio en un mismo día: el del General Flores que iba a asumir la Presidencia Constitucional y el de Berro que había sido el Primer Mandatario, depuesto por aquél.
Antes, en 1858, se trenzaron en luchas desgarradoras los partidarios de los dos partidos tradicionales, el Colorado y el Blanco, con episodios de crueles e inútiles fusilamientos. En 1863 el citado Flores encabezó la llamada “Cruzada Libertadora” desde las costas argentinas, con incursiones devastadoras de muchos meses en un territorio de 177.500 kilómetros cuadrados. Claro que eso no fue todo en 1870, desde el Brasil y la Argentina se lanzó la llamada “Revolución de las Lanzas” prolongada hasta abril de 1872. En 1875, grupos de ambos partidos y de sectores denominados “principistas” se largaron en una aventura que terminó cuando el ya entonces Coronel Latorre, Ministro de Guerra, mediante maniobras que le valieron elogios desde el extranjero, sin derramar sangre cuando él mismo se puso al frente de las operaciones, consiguió expulsar a los sublevados al Brasil.
Lorenzo Antonio Inocencio de la Torre y Jampen, tal su nombre completo, hijo de un inmigrante de tierras gallegas y de una joven criolla, luego de cursar sus estudios primarios y trabajar en diversas actividades, se alistó a los 19 años en las filas de aquella denominada “Cruzada Libertadora”, comenzando una carrera militar. Durante la guerra contra el Paraguay, en la cual el jefe de mayor prestigio, el español León de Palleja, le reconoció dotes castrenses superiores, Latorre fue herido gravemente al frente de la vanguardia en la batalla de Estero Bellaco, quedando toda su vida con un malestar a veces intenso en una pierna. Por su acción fue considerado un héroe.
Alto y espigado, ancho de frente, de ojos negros y mirar profundo, llegó a ser Ministro de la Guerra con el Presidente Pedro Varela en 1875. En medio de un desorden generalizado, en marzo de 1876, luego de unas elecciones bochornosas con costos de vidas, una cantidad nada despreciable para la época de gente -no menos de 1500 personas- lo proclamó frente a su vivienda Jefe de Estado.
Busto de Lorenzo Latorre
Se rodeó de inmediato de ilustres personalidades civiles de todos los sectores para que ocuparan los ministerios y funciones principales. El Uruguay había entrado en colapso productivo, sin caminos, sin telégrafos, con correo ocasional, inclinándose al bilingüismo por la incidencia brasileña al norte, prácticamente sin escuelas, y con la inseguridad personal rayana en la diaria criminalidad. La propiedad rural, carentes de cercos, estaba amenazada a diario por las incursiones de partidas de valientes y recios gauchos cuya vida se desenvolvía entre el atraco a las llamadas “estancias”, extensiones de terrenos en los que se intentaba sin mucha suerte apacentar ganado y sembrar. El contrabando era la forma más habitual de comerciar, incluyendo la introducción de esclavos desde el Imperio Brasileño. El Estado era una expresión, no una realidad vigente. El 50% del Presupuesto se lo llevaban los gastos militares.
¿Qué hizo, sintéticamente, el nuevo gobierno? Hay que aclarar: no es meramente orden el que Latorre implantó, sino organización; el orden se esfuma con la fuerza del momento; él dejó un Estado, hasta allí nonato, y una unidad nacional precaria o inexistente hasta ese momento.
1. Rompió con el statu quo al lanzar el país por la senda de la producción agraria en cantidad y calidad, mediante la paz impuesta, el cercado de las suertes de campo y las líneas férreas y puentes que hizo extender. Desde ese momento el Uruguay se constituyó en uno de los grandes productores de ganado refinado en el mundo. La habitabilidad de la campaña permitió unificar el país y dar fundamentos materiales a las creaciones institucionales y jurídicas implantadas durante su gobierno y en otros.
2. Estableció la justicia de paz letrada que suplantó a los alcaldes judicializando las controversias en la campaña, dando bases reales a la defensa de los derechos humanos en el territorio. Dictó el Código de Procedimientos criminal, para la estabilidad y transparencia de las garantías individuales, y actualizó los demás.
3. Creó el Registro de Marcas y Señales y el Registro General de Embargos e Interdicciones, sin los cuales no habría seguridad jurídica en las propiedades y transacciones.
4. Contrariamente a lo que se supone, tuvo que luchar para que se aceptase la reforma vareliana, en rigor vareliana-latorrista, ya que sin el Dictador no hubiera sido posible alcanzarse la revolución educativa, quizá la mayor del orbe, que en pocos años permitió eliminar el analfabetismo de raíz. No sólo la educación fue pública, laica y obligatoria sino de características científicas, cosa hasta ese momento desconocida.
5. Impulsó una insólita reforma universitaria (¿la primera en América?) con incorporación democratizadora de profesionales y estudiantes en los claustros de altos estudios. Creó, además, la Facultad de Medicina y cimentó las bases de las facultades de Agronomía, Agrimensura e Ingeniería, con organización de cursos y validez de títulos.
6. Mandó erigir la Escuela-Taller de Artes y Oficios en Montevideo e hizo dictar una ley para la extensión de esos institutos en el interior del país.
7. Ordenó el régimen penitenciario que constituía un galimatías atroz -no existía en verdad- con delincuentes enrolados en el ejército, con detenidos en la colina denominada Cerrito (de donde solían escapar) y en pontones. Hoy día los historiadores -Gonzalo Abella entre otros- consideran al mal llamado Taller de los Adoquines una avanzada pionera en la materia. Era la época de la Siberia rusa, del gélido sur argentino carcelario, de los cuatro millones de esclavos brasileños, de la “ley de Lynch” norteamericana, de la Isla del Diablo en la Guayana francesa que dio lugar al memorable “J’accuse” de Emile Zola. Un régimen notablemente más humano y orgánico se implanto en la República Oriental.
8. Instituyó el Registro Nacional de las Personas, obra de decisiva influencia en la sociedad, independizando el proceso de la vida civil de la vinculación con la Iglesia.
9. Creó el Correo Nacional levantando estafetas en todo el territorio donde antes existían almacenes -“pulperías”- como lugares de referencias epistolares y se tejió una red de comunicaciones telegráficas, fundamentando así, con la reforma escolar, la integración territorial y cultural. Realizó obras públicas en Montevideo, abriendo calles, empedrando otras, trazando plazas e implantando un sistema de urgencias médicas y asilos maternales diurnos.
10. Respetó escrupulosamente la libertad de prensa (se crearon órganos opositores durante su gobierno), no exilió a nadie pero fue él quien recibió un ostracismo inconstitucional por vida, a pesar de ponerse a disposición de la justicia uruguaya para efectuar su defensa: no se lo permitieron. No designó jueces sino que dejó la instancia a la Corte Superior, a la que respetó en su formación integrada antes de su asunción. Jamás hubo un preso político en su gobierno, cancelándose el cargo de censor teatral.
11. Eliminó las habituales levas de negros en el ejército, respetó la agremiación obrera y las huelgas que se efectuaron en ese período de nacimiento sindical. Disminuyó drásticamente el presupuesto estrictamente militar, casi en un 50%, y el número de sus efectivos. No se ascendió a General, ni autorizó ascenso alguno en los escalones de mayor jerarquía durante su gobierno. No fue, por lo visto, un gobierno militarista, ni siquiera un gobierno militar: fue durante tres años un gobierno de facto y durante otro un ejecutivo constitucional.
12. Mantuvo estrechas relaciones con la Argentina, eliminó la enseñanza del portugués en el norte y supo mantener una buena relación con el vecino Brasil. Abrió relaciones con el Vaticano y la Gran Bretaña.
Este pequeño, un tanto desordenado y harto sucinto dodecálogo, creo que dará una idea claramente demostrativa de que Latorre ha sido el estadista por antonomasia, autor de la primera, y tal vez única, revolución estructural del Uruguay, verdadero fundador de su Estado. Una la aclaración final: todo esta impresionante masa de hechos, fueron logros; quiero decir que no quedaron en proyectos, sino que se efectivizaron en la realidad inmediata. Y un político sabe mejor que nadie la diferencia de lo que va del dicho al hecho. Por eso fue Estadista.
Sin apoyo militar, con una Cámara de representantes que él no conformó a dedo, dispuesta a la morosidad y no a la concreción de sus vastos programas de desarrollo, renunció en marzo de 1880. Pero no le permitieron continuar en el territorio porque las fuerzas vivas y el pueblo humilde lo recordaban con nostalgia. No había exiliado a nadie, pero a Latorre se le impuso esa medida inconstitucional; cuando intentó regresar, le dieron plazos perentorios, de horas, para alejarse, a pesar de que exigió ser investigado por el Poder Judicial. Falleció en la Argentina, pensando en su Patria, en 1916. Sus restos ahora descansan en su Uruguay.
Cómo citar este artículo:
Allende, Alfredo E. (2008).
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