Juan Albert Martí

[Por Antonio Gascón Ricao, colaborador de la sección Especiales]

Introducción

De hacer un breve resumen, de la Historia de la educación de los sordos en España, la primera ciudad española que abrió una escuela, dedicada en exclusiva a aquel colectivo formado, indudablemente y a pesar de su discapacidad auditiva, por ciudadanos españoles de nacimiento, marginado durante siglos, pues en nuestro país nadie lo había tenido en cuenta hasta aquel entonces, y menos aún las sucesivas monarquías reinantes, de ser rigurosos y por una mera y simple cuestión cronológica, indudablemente, fue Madrid, al hacerlo en 1795.

Pero de buscar una explicación racional, a aquel aparente adelanto pedagógico español de 1795, a falta de mejores pruebas, dicho adelanto debió obedecer, de forma fundamental, al comprobar la monarquía reinante, el bochornoso atraso que en aquella época sufría España, en aquel campo concreto de la educación de los sordos, en su caso y evidentemente, una educación especial. Y en particular, de comparar lo que en España había en aquel entonces, con lo que estaba acaeciendo en toda Europa, desde hacía ya más de veinticinco años y en aquel mismo campo educativo.

Más bochornoso aún, cuando, de forma irónica, venía a resultar que España había sido la pionera, a nivel mundial, de aquella misma educación y desde el año 1620, gracias a la obra genial del aragonés Juan de Pablo Bonet (1573-1633), impresa en Madrid aquel mismo año. Circunstancia, que es de suponer, no se ignoraba en la Corte de Madrid, dada la gran repercusión que había tenido aquella misma obra, pocos años después de su edición y al conocerse en Europa, y en particular en Holanda y en Gran Bretaña. [1]

A la vista de aquellas mismas repercusiones, aquel hecho lleva a la conclusión, también simple, de que nuestro país perdió en 1620, de forma lastimosa y por pura desidia de nuestros gobernantes aquella ocasión, al temer en demasía a la poderosa orden benedictina durante casi 150 años, y más aún al saberse hoy que una de las causas pasó por aceptar, sin más, uno de los muchos mitos mediáticos benedictinos.

Fundamentado en aquel caso, de ser muy crédulos y de creer en los contenidos de determinados artículos o comentarios, aparecidos en las Crónicas benedictinas de los siglos XVI y XVII, en que un miembro de la misma orden, llamado fray Pedro Ponce de León (¿1506? – 1584), había sido “el primer educador de sordos conocido y documentado en el mundo”. [2]

Mito al que contribuyó, aún más, pero ya en el siglo XVIII, el erudito benedictino Benito Jerónimo Feijoo, [3] sabiendo éste, perfectamente, que mentía, al ocultar, de forma dolosa, gran parte de la pertinente documentación que demostraba la impostura de Ponce de León en aquel campo. Llegando Feijoo a la desfachatez de acusar a Pablo Bonet, de ser un vulgar plagiario de la supuesta obra magna de Ponce de León, cuando sabía que aquella acusación era absolutamente falsa. [4]

Oportunidad aquella perdida por España, que sin embargo supo aprovechar Francia, para, utilizando una parte de nuestros propios avances pedagógicos del siglo XVII, crear una escuela en París, pionera a nivel universal, veinte y cuatro años antes de que España decidiera, por fin, abrir la escuela de Madrid. Eso sí, reconociendo siempre Francia, de forma caballerosa, en aquel caso, el abate Carlos Miguel L’Epée (1712-1789), su dependencia respecto a España y en particular al pionero autor español de 1620 Pablo Bonet.

Personaje que no era precisamente el benedictino Pedro Ponce de León, invocado por Feijoo en sus escritos de 1759, como “gloria de España” y en aquel campo concreto de la educación de los sordos, con la malsana intención, supuestamente patriótica, de contraponerlo a la merecida fama ganada a pulso por el abate francés L’Epée, y cuando L’Epée llevaba oficialmente cinco años trabajando con los sordos franceses con un éxito rotundo.

Éxito el de L’Epée, que le reconocía Europa entera, tras el enfrentamiento que había tenido con el maestro de sordos español, extremeño de nacimiento y afincado en Francia, a causa de la persecución de la Inquisición española, al ser de ascendencia judía, Jacobo Rodríguez de Pereira, echándole en cara L’Epée al español que si tenía interés en hacer mejor su trabajo con los sordos franceses, que se leyera mejor la obra de su compatriota, Pablo Bonet. Enfrentamiento aquel, del cual Feijoo, se guardó muy bien de dar noticia en España, por no perjudicar, su arriesgada apuesta personal por Ponce de León.

Personaje el de Ponce de León, al cual L’Epée no podía conocer, por la simple razón de que aquel personaje no había publicado en vida nada en absoluto, al decidir guardarse para sí, de forma muy egoísta, el “secreto” de su supuesto genial e insuperable sistema pedagógico, “que hacía de los sordos hombres perfectos”, [5] dado que para él aquella actividad docente pasó por ser un puro y duro “negocio” particular, al dedicarse en exclusiva, al servicio de dos hermanos sordos de estirpe noble, familia de los poderosos Condestables de Castilla. [6]

Secretismo de su trabajo, que a Ponce de León le proporcionó unos pingües beneficios económicos particulares, al estar autorizado por sus superiores a guardárselos para sí, pero que reinvertidos por él en préstamos, de los llamados en la época de usura, con la perceptiva autorización de sus superiores, le generaron una auténtica fortuna particular.

Fortuna, que a su muerte y por testamento sirvió, no para abrir una escuela de sordos y pagar a su correspondiente maestro especializado, como hubiera sido de recibo, sino para volver a ser invertida, por sus hermanos los benedictinos, con la intención de generar con ella suculentas rentas, en beneficio de su propio monasterio o para pagar las innumerables misas, por el eterno descanso de su alma, rentas o intereses aquellos, que sobrevivieron, dado el gran capital inicial de 1584, hasta la Guerra de la Independencia, en 1808. [7]

Goya y el Real Colegio de Sordomudos de San Fernando

Por otra parte, dicho adelanto español, en 1795 y en Madrid, debió pasar, de forma circunstancial y por cosas del azar, por la indudable relación personal que existía en aquel momento, entre el rey Carlos IV y toda su familia, con el pintor de cámara, aragonés de nacimiento, Francisco de Goya y Lucientes.

Más aún, al observar Carlos IV, que Goya había quedado sordo profundo, a causa de una enfermedad desconocida, entre 1792 y 1793, decidiendo Goya, de forma voluntaria, dejar de hablar vocalmente, sin conocer, para su desgracia, leer los labios de sus interlocutores, de acuerdo con lo que ahora se conoce como “lectura labial”.

Quedando de aquel modo Goya totalmente incomunicado y reducido, en todo lo que representaba la fundamental comunicación interpersonal, al uso obligatorio de la escritura o del llamado “alfabeto manual español”, esto último, casi siempre con la necesaria ayuda de intérpretes. [8] Preocupación por aquel tema educativo tan peculiar, por parte del rey, que, en cierto modo, también debió afectar a su primer ministro Manuel Godoy y, además, posiblemente, por el mismo motivo de su relación personal con Goya.

Consecuencia de aquella preocupación, en la Corte madrileña, fue que en 1795, se promulgó, a instancias del ministro Godoy, pero por orden directa de Carlos IV, una Real Orden en la cual se ordenaba, tajantemente, abrir en Madrid, la que sería la primera “aula” para sordos que abría sus puertas en España, que no escuela, pues nunca lo fue, a pesar del ostentoso título que le adjudicó Godoy.

Resaltando, a nivel de español, que aquella misma Orden Real no se hizo extensiva, como debería haber sido de recibo, al resto de las principales capitales del reino, en las cuales, por supuesto, también había sordos, al igual que en Madrid. Muestra, una vez más, de la mala política educativa, concebida por un estado, en aquella época, evidentemente, muy centralista.

Escuela madrileña, que abrió sus puertas, pero, eso sí, con carácter provisional y dentro del ya establecido Colegio que los Padres Escolapios tenían abierto de Avapiés, orden religiosa dedicada, de siempre, a la educación y sin implicaciones políticas, pero con el rimbombante nombre, muy al gusto de la época, de Real Colegio de Sordomudos de San Fernando.

Moda aquella, en cuanto hace a los títulos de los grandes establecimientos educativos, establecidos siempre primero en Madrid, que pervivió hasta el siglo XX, olvidándose de aquella forma que la Corte madrileña no era, ni mucho menos, representativa del resto de España. [9]

Institución escolapia aquella, ubicada en la calle Mesón de Paredes, pero teniendo en cuenta que aquel Real Colegio de Sordomudos, fue en la práctica, una reducida aula, ubicada ésta físicamente dentro de dicho colegio, eso sí, por Orden Real y dedicada a los sordos, se supone, que al servicio de los sordos madrileños pobres, asunto por otra parte muy discutible, visto lo que después acaeció. Triste y miserable aula, que quedó bajo la responsabilidad directa, del sacerdote escolapio José Fernández de Navarrete y de Santa Bárbara, según confirma en sus Memorias el propio Godoy.

Aquella designación de Fernández de Navarrete, como responsable de aquella solitaria aula, y la consiguiente educación de los futuros alumnos sordos que se presentaran a matricularse en ella, debió pasar por el hecho, también circunstancial, de que aquel mismo personaje, había residido un tiempo en Italia, y más en concreto en Roma, donde al parecer, Fernández de Navarrete había asistido a las clases magistrales que allí impartía desde 1784, el también escolapio Tommaso Silvestri, en la escuela gratuita para sordos que existía en la capital romana.

Escuela aquella financiada gracias a la voluntad y al dinero aportado, de forma muy generosa, por el abogado romano Pascual di Pietro, al ser aquel personaje el mecenas de dicha escuela, ejemplo aquel que jamás cundió en España.

Conocimientos, que su director Silvestri había adquirido años antes en París, en la escuela oficialmente abierta desde 1771, bajo el amparo del gobierno francés, por el abate francés Miguel L’Epée, pero siguiendo éste en buena medida, parte del método español del siglo XVII, ideado por el aragonés Juan de Pablo Bonet en 1620, titulado Reducción de las letras y arte para enseñar a hablar los mudos. Motivo por el cual se puede considerar a Fernández de Navarrete, a todos los efectos, como un discípulo directo de la escuela francesa para sordos creada por L’Epée.


L’Epée

Escuela la italiana, por la cual también pasará años más tarde, en concreto en 1793, el erudito jesuita español, padre de la actual Lingüística Comparada, Lorenzo Hervás y Panduro, amigo íntimo de aquel mismo generoso abogado, institución que en aquella época estaba regentada por Camilo Mariani, discípulo del fallecido Silvestre. Pero estancia la de Hervás, que dará lugar a una de sus obras capitales, Escuela Española de Sordomudos o Arte para enseñarles a escribir y hablar el idioma español, obra que se editará en Madrid en 1795. [10]

Por otra parte, y aunque hoy se desconocen los motivos reales del rotundo fracaso que se produjo en la escuela de Avapiés, más bien catástrofe, al cerrarse ésta de forma definitiva en 1802, a causa de la sorpresiva marcha de Fernández de Navarrete, que por vil dinero, decidió dimitir de su cargo en dicha escuela, sita entonces en la casa consistorial de la Plaza Mayor, llamada de la Panadería, para irse a educar, siguiendo el ejemplo anterior de Ponce de León, al hijo sordo de un noble castellano, el principal motivo de ello debió pasar por el hecho puntual de que dicha escuela, cuando mucho y de promedio, tuvo como máximo dos alumnos sordos, y en algunos de los casos, ni naturales ni residentes en Madrid.

Fracaso el de Fernández de Navarrete, que se hace comprensible, al haber estado cantado muchos años antes, a juzgar por unos graves comentarios vertidos, en la prensa madrileña y en aquel mismo año de 1795, en una carta abierta y firmada por su amigo José Manuel Alea, titulada: En favor de los sordomudos. [11] Alea, el autor de dicha carta, era un hombre muy comprometido con las nuevas corrientes culturales provenientes de Europa. Prueba de ello fue que diez años más tarde (1805), Godoy lo nombró presidente de la Comisión del Instituto Pestalozziano, institución pedagógica creada por una Real Orden de febrero de aquel año.

“…los sordomudos de la corte española no asisten a la escuela (de Navarrete), en mi opinión, (la de Alea) por la preocupación de la gente acerca de la seguridad y certeza de los principios del arte”.

Vistos los argumentos expuestos por Alea en 1795, y donde él mismo ponía en duda el hecho puntual de que aquella disciplina pedagógica estuviera bien establecida y probada, tal vez fiado por las confidencias de su amigo Fernández de Navarrete, se puede llegar a intuir que Fernández de Navarrete, no era precisamente la persona más idónea e indicada para aquella labor docente, pues, en principio actuaba, no se olvide, bajo órdenes reales, y por ello no precisamente por motivaciones personales y pedagógicas, porque de haber sido así, es lógico pensar que Fernández de Navarrete, de haber estado bien impuesto en aquel arte, se podría haber decidido mucho antes a dar clases, bajo su cuenta y riesgo y sin necesidad de ninguna imperiosa Orden Real.

Muestra de ello, fue el desmedido interés demostrado de Fernández Navarrete en 1795, y tal como muy bien explicaba Alea en su Carta, por conocer como fuera y al precio que hiciera falta, y con independencia de la estancia de Fernández Navarrete en el colegio de sordos de Roma, el “secreto” de aquella misma educación, no por mediación y con la ayuda de los afamados especialistas que durante aquella misma época existían en Europa, en todos los casos accesibles, incluido Camilo Mariano en Roma, pues se comunicaban entre ellos mediante correspondencia, sino por mediación de un pobre sordo aragonés, recién aterrizado, por pura casualidad, en la Corte madrileña, llamado Gregorio de Santa Fe.

Personaje sordo, al que tanto Fernández de Navarrete como Alea, trataron de sonsacar inútilmente, habrá que reconocer que de una forma muy innoble, el “secreto” que concernía al “arte” de la sordomudística, y más en particular el de la denominada “lectura labial”, pues Santa Fe sabía leer perfectamente los labios de sus interlocutores, gracias, según él, a la dedicación de un escolapio zaragozano, llamado Padre Vidal. [12] Lamentable asunto aquel, hoy suficientemente estudiado. [13]

Del mismo modo que el personaje siguiente, que en su caso y en su momento, debería haber sido el director del Real Colegio de Sordomudos de Madrid, pero en su segunda época (1803-1804), y ya bajo la dirección y el amparo económico, no de la Corona, sino de la madrileña Sociedad Económica de Amigos del País, en vulgar, la Matritense, el francés Antonio José Rouyer, antiguo discípulo de Sicart en París, fue enviado antes de acceder al cargo, durante dos años y para su formación, a la escuela de sordos de París, en aquel tiempo bajo la dirección del abate Sicart, sucesor desde 1789 del fallecido abate L’Epée.

De ahí que se pueda deducir, de manera simple, que en los principios de la escuela de Madrid, su sistema educativo estuvo basado, en gran parte, en el modelo francés creado años antes por el abate L’Epée. [14] Cuestión que se hace patente, al observar que el mismo Alea, que años después tomará las riendas de aquella misma escuela, se encargó de traducir del francés al castellano, gran parte de la obra de Sicard, el sucesor en todo de L’Epée. [15]

La Escuela Municipal de Sordomudos de Barcelona

Es por ello, que debe quedar fuera de discusión, que la experiencia educativa que estaba a punto de iniciarse en Barcelona, en los principios del año 1800, difería en mucho de la planteada en Madrid en 1795.

En primer lugar, al no contar Barcelona, para nada, con ningún apoyo por parte de la Corona española, ni moral ni económico, a diferencia de Madrid, sino únicamente con la buena voluntad y disposición, del maestro de turno, que en los inicios aportó, además, el dinero necesario para aquella educación. Maestro, que un tiempo más tarde contó, con el reconocimiento, en principio, más moral que económico, por parte del propio Ayuntamiento de la ciudad.

De este modo y en segundo lugar, se puede afirmar que aquel nuevo modelo de escuela barcelonesa para sordos, que no “aula”, como la de Madrid, al abrirse, fue pionero en España en todo lo que atañe a aquel modelo de enseñanza, al entrar la misma dentro de las competencias normales y propias del municipio barcelonés, en cuanto a colegio municipal hacía, al ser uno más, y pionero también, dado el carácter netamente universal, gratuito y obligatorio de aquella misma enseñanza, al incluirse en él, pocos años más tarde, el adelanto de la coeducación, y por lo mismo dándose las mismas oportunidades, tanto a los hombres como a las mujeres sordas.

A gran diferencia de lo que sucedería con la Real Escuela de Sordomudos de Madrid, pues, en su nueva andadura, que se iniciará oficialmente en 1805, bajo el amparo económico de la Matritense, resultará que todos los alumnos, en su caso varones, eran de pago, con la excepción de seis alumnos becados, ampliable a alguno más, pero siempre que existieran los fondos económicos suficientes y necesarios para la manutención de los alumnos pobres, pero con su educación reducida a lo más elemental, y con el claro interés de hacerles cursar directamente un oficio manual, a gran diferencia de los alumnos, cuyas familias tenían el suficiente poder económico, para que a sus hijos se les diera similar o igual educación que a los oyentes.

Cierto es también, que la continuidad de aquella escuela municipal barcelonesa, se vio muy gravemente alterada en sus inicios. En unos casos, a causa de la sorpresiva desaparición del maestro voluntario de turno y en otros, a causa de los cambios políticos, ya fuera por guerras o por revoluciones, por desgracia demasiado habituales en aquella época, pero mal que bien, dicha escuela se fue arrastrando durante dos siglos, con una continuidad tenaz, hecho que le ha permitido llegar a alcanzar nuestros días, escuela llamada en la actualidad, Centre de Recursos Educatius per a Deficients Auditius (CREDAC), Pere Barnils.

Del primer personaje que abrió escuela en Barcelona, en el primer momento con carácter privado y gratuito y un tiempo después público y subvencionado, en realidad apenas se sabe nada. De hecho, sus datos más elementales quedan reducidos a que se llamaba Juan Albert Martí, [16] y que se trataba de un hombre de iglesia, más en concreto Presbítero.

Juan Albert Martí

En lo que respecta a la nacionalidad de Martí, [17] si dicha nacionalidad en la actualidad se conoce, se debe gracias a unas referencias indirectas que apuntaban a su origen francés, según mencionaba en una carta escrita por Antonio-José Rouyer [18], desde París y dirigida al Duque de Híjar, en aquel entonces director de la Sociedad Económica madrileña. Del mismo modo, que se desconoce todo al respecto de su filiación, fecha y lugar de nacimiento y fecha y lugar de defunción, o su pertenencia o no a alguna orden religiosa en concreto.

Es por ello, que lo documentado y por tanto se supone que verídico, que ha llegado hasta nuestros días respecto al personaje, es lo que Martí declaró verbalmente ante el secretario del Ayuntamiento de Barcelona durante sus primeros contactos, recogido en las pertinentes actas municipales, en concreto cuatro, aunque de hecho aquella información es muy corta, al no darse en ella más que grandes detalles.

Con la notable excepción de dos cartas privadas, que Martí remitió al jesuita Lorenzo Hervás y Panduro, cartas que se rescataron en 1999 y donde Martí da noticias ciertamente sabrosas, misivas que después veremos con el detalle que se merecen. Del mismo modo que tampoco se posee ningún documento autógrafo de Martí, donde se explique en detalle el plan de estudios que tenía previsto para su escuela de sordos, si ésta finalmente se abría.

A diferencia de lo anterior, se conocen los motivos primeros que al parecer impulsaron a Martí, a lanzarse a aquella benéfica dedicación en pro de los sordos, cuando menos y de cara a la galería, los oficiales, pues, según sus propias palabras, recogidas en las actas municipales, dichos motivos eran: “la de hacer bien a la humanidad”. Comentario por su parte muy loable, aunque demasiado genérico y por lo mismo poco o nada ilustrativo, en todo lo que hace referencia al carácter que tenía pensado imprimir a dicha escuela.

En cuanto a los métodos pedagógicos que utilizó Martí, en su labor docente, apenas unos breves comentarios, pero de acuerdo con su propio testimonio, éstos estaban basados en las obras anteriores del español Lorenzo Hervás y Panduro, Escuela Española de Sordomudos (Madrid, 1795), y, lógicamente, en la del abate francés, al igual que él, Carlos Miguel de L'Epée, La véritable manière d'instruire les sourds et muets, (París, 1794).

Afirmación aquella de Martí, que en su época, era tanto como no afirmar absolutamente nada, ya que, en principio muy poco tenían en común la escuela sordomudística española, de compararla con la francesa, al contar la última con una antigüedad de veinticuatro años de práctica oficial abierta a la curiosidad del público, pero teniendo muy en cuenta que la escuela de Madrid, regentada por Fernández de Navarrete, estaba fracasando, siendo como era, en puridad, un seguidor directo de la escuela francesa.

Mientras que la de Hervás, en su caso la española, únicamente era una pura y dura entelequia, al ser, eso sí, una gran teoría pedagógica, bien plasmada en un manual impecable, compuesto por dos volúmenes e impreso en Madrid en 1795. El primero dedicado a los antecedentes históricos propiamente dichos de aquella educación, y el segundo al arte de enseñar a los sordos a escribir, a leer, a contar y hablar, con un catecismo incluido.

Pero doctrina pedagógica de Hervás, que hasta aquel entonces y en el año 1800, es decir, cinco años después de su publicación en Madrid, no se había puesto en práctica en España y que se sepa en ningún otro sitio. Circunstancia que al parecer finalmente se dio, pero en muy corta medida, visto lo recogido en las actas municipales, durante la breve aventura barcelonesa que estaba a punto de protagonizar Martí.

Puestos ahora en el resbaladizo terreno de la hipótesis, la presencia de Martí en Barcelona, documentada de forma masiva en 1800, gracias a las actas municipales barcelonesas, no tiene porque indicar en sí y de manera precisa que el personaje acababa de desembarcar aquel año en la Ciudad Condal. Pues, de pensar en el simple detalle de que Martí era sacerdote y, además, francés, da muy bien en poder suponer que Martí había llegado a España muchos años antes, y probablemente a causa de motivos políticos.

Motivos o circunstancias políticas, las francesas, a tener en muy cuenta en su caso, de recordar que en 1789 se inició en Francia la llamada Revolución, con el asalto a la Bastilla el 14 de julio de aquel año, o que en 1792 se proclamó la República, y que al año siguiente, con la ejecución de Luis XVI en enero, se inició el periodo denominado época del Terror, encabezada y dirigida por Robespierre, que sería devorado por la propia Revolución, junto con Dantón, ajusticiados ambos en 1794.

En noviembre de 1792, pero en España, el Conde de Aranda, [19] fue substituido en su cargo de primer ministro, por el protegido de la reina María Luisa de Parma, el extremeño Manuel Godoy, que en vano trató de liberar a Luis XVI, y que una vez ejecutado aquel en enero siguiente, Godoy decretó la expulsión de los súbditos franceses residentes en España.

Decreto que el 7 de marzo de 1793 motivó, que la Convención francesa declarara la guerra a España. Conflicto bélico que, dados los triunfos republicanos franceses, tanto en España como en Europa, obligaron a nuestro país a tener que firmar, a la fuerza, la llamada Paz de Basilea, en julio de 1795.

De esta forma, si en 1791 los graves acontecimientos acaecidos en Francia provocaron un continuo goteo, en dirección a España, y en particular hacia Barcelona, vía Gerona, de aristócratas, funcionarios y sacerdotes franceses y sus correspondientes familias, al año siguiente y tras ser ejecutados en París cerca de 300 clérigos, al negarse a prestar juramento a la Constitución republicana, aquella carnicería provocó una auténtica marea emigratoria de religiosos de todas las especies, tal como le explicaba, el 6 de septiembre de aquel mismo año, el entonces obispo de Gerona, Tomás de Lorenzana Butrón, [20] al obispo de Barcelona, Eustaquio de Azara:

“… llegan (religiosos) Franceses a pelotones, pero todos quieren quedarse en el Obispado (Gerona), y no les puedo hacer entrar en caminar a Sigüenza, ellos piensan que podrán volver a su País luego, pero no lo creo…”. [21]

Años turbulentos en Francia, que vendrán a concluir, más o menos, en 1799. Momento en que Napoleón Bonaparte decidió dar un golpe de estado, el 18 de Brumario, coincidente con el 9 de noviembre, según el calendario gregoriano, estableciéndose a su triunfo, como régimen político, el Consulado. Consulado que finalmente presidirá el propio Napoleón en 1802, al pasar a ser nombrado primer Cónsul, y justamente la misma época histórica, en la que Juan Albert Martí decidió regresar, se supone que de forma voluntaria, a su país natal.

Por otra parte, tal como afirma Ramón Ferrerons, en su artículo, Acerca del maestro de sordos francés Juan Albert Martí, es muy posible que al producirse aquellas sucesivas oleadas de refugiados franceses, en particular a partir de 1792, que en una de ellas llegara a Barcelona Juan Albert Martí, pero lo cierto es que su nombre no consta en ninguna de las diversas relaciones confeccionadas en 1793, referidas justamente a los Presbíteros seculares y emigrantes Franceses que hai en la Ciudad y obispado de Barcelona. [22]

También según Ferrerons, la primera noticia localizada respecto a la estancia de Juan Albert Martí en la propia Barcelona, aparece en un Registro de las Licencias que ha concedido el Ilmo. Señor Don Eustaquio de Azara, [23] Obispo de Barcelona, para celebrar, [24] donde en una de cuyas partidas, correspondiente al 28 de septiembre de 1795, se afirma “Don Juan Albert [,] Frances….un mes”. [25] Es decir, el obispo de Barcelona, autorizaba al sacerdote francés exiliado Juan Albert Martí, residente fijo en la ciudad, para celebrar misas, pero sólo durante un mes.

La siguiente noticia, procedente también del mismo autor, es que el nombre de Juan Albert Martí vuelve a aparecer, pero casi justo cuatro años más tarde, en un Registro formado de orden y por disposición del Ilmo Sr. Don Pedro Díaz (de) Valdes, [26] Obispo de Barcelona, del Consejo de Su Majestad, en que se anotan las licencias de celebrar, concedidas por Su Señoría Ilma. A los Sacerdotes Franceses. [Que] empieza en 8 [de] Mayo de 1799, [27] aunque registro concluido el 19 de agosto de 1799, y donde se lee:

“Albert, Don Juan, y Martí = Pbro. Francés, que subsiste (en Barcelona) con permiso del Capitán General de Barcelona para hacer hablar los sordos y mudos, mientras ejerza este empleo de utilidad; y lleva licencia de celebrar [misa] por un año”.

A destacar de aquella escueta noticia, que al parecer en mayo de 1799, Juan Albert Martí, con la pertinente licencia dada por Agustín de Lancaster y Araciel, en aquel momento capitán general de Barcelona, y las pertinentes bendiciones del obispo de la misma capital, ya andaba metido en el asunto de la educación de los sordos, cuando menos como excusa y justificante a su propia estancia física en la Ciudad Condal, y por tanto condicionado a tener que realizar, casi a la fuerza, aquella misma actividad docente, de no querer ser expulsado de la ciudad, tal como se hacía mención directa en aquel asiento del Registro.

Excusa o pretexto referido a la educación de los sordos, que permitió a Martí, según el documento anterior, renovar también su licencia para poder celebrar misas en Barcelona, pero en esta ocasión, a diferencia de la anterior vista de 1795, por todo un año, pero en unas fechas en las cuales ya había llegado a Barcelona, procedente de su exilio italiano, el jesuita español Lorenzo Hervás y Panduro.

Cuestión curiosa, y sobre la cual no hay noticias de ningún tipo, es cómo se debieron conocer ambos personajes y en qué momento ocurrió aquel encuentro, teniendo en cuenta que Hervás era jesuita, y por lo mismo expulsado de España en 1767, a causa de la ley promulgada aquel año por Carlos III contra la Compañía de Jesús, pero que al acogerse a un decreto de Carlos IV, publicado el 11 de mayo de 1798, que permitía a los jesuitas exiliados en Italia volver individualmente a España, Hervás había vuelto a su patria.

Detalle que da en pensar en dos posibilidades. La primera, que ambos tuvieran amigos o conocidos comunes en Barcelona, y la segunda, que Martí también fuera de la misma orden de Hervás, pero de la rama francesa, y de ahí su posterior relación, aunque detalle éste último que se desconoce.

En resumen, cuando menos, Martí ya estaba afincado en Barcelona en 1795, pero a pesar de ello no se decidió a empezar con la educación de los sordos, como mínimo, hasta mayo del año 1799, es decir, hasta casi cuatro años más tarde. Coincidiendo su compromiso moral y docente, referido a aquella actividad, de forma harto curiosa, con la propia llegada de Hervás a la Ciudad Condal, el 1 de febrero de aquel mismo año.

La influencia de Lorenzo Hervás y Panduro

Vistas aquellas aparentes casualidades temporales, que se desencadenaron tras la llegada Hervás a Barcelona en febrero, viene a resultar que en mayo siguiente a Martí se le dio permiso y licencia para celebrar misas por un año, pero con la condición de que debería dedicarse por completo a la enseñanza de los sordos, permiso que se hacía extensivo al de la autoridad militar, en su caso la gubernativa y por el mismo motivo.

Ambos hechos, de por sí, vienen a indicar el más que posible peso específico de Hervás, en la toma de aquella misma decisión por parte de Martí, que le servía, directamente, para poder seguir residiendo en Barcelona, con la venia del capitán general de Barcelona Agustín de Lancaster y Araciel, sin olvidar, la ayuda que también les prestará a ambos, el Intendente del Ejército, Blas de Aranza y Doyle, pero desconociéndose si aquella ayuda de Aranza fue voluntaria o motivada por orden superior, con independencia de la relación epistolar posterior de Aranza con Hervás. [28]

Decisión, por parte de Martí, que lleva a otra cuestión muy distinta al hecho educativo, de reparar que aquel aunque tardío pero repentino interés de Martí por los sordos, que se desató oficialmente en 1799, parece discurrir en paralelo con los propios intereses, en principio, los meramente económicos de Hervás, en su caso los referidos a su obra Escuela española de sordomudos, cuestión de la cual se quejará amargamente Hervás en 1807. [29]

Al hacer alusión Hervás aquel año, en una carta a su primo Antonio Panduro, a la ruina económica que le había supuesto la aventura empresarial como editor en España, y con aquella obra en concreto, impresa en Madrid en 1795, ya que al parecer su agente, el librero y editor, Elias Ranz, le debía todavía, entre unas cosas u otras, en aquella fecha de 1807, “más de 300 duros”. [30]

Teniendo en cuenta, además, que durante su estancia en España, que se alargará hasta julio de 1802, Hervás se involucró directamente en la distribución, colocación y venta de aquella misma obra, junto con otras suyas, entre sus amigos y conocidos dentro y fuera de la Mancha, haciendo extensiva aquella misma labor, incluso, al País Vasco, pero sin demasiado éxito, en comparación con lo que estaba acaeciendo con la obra Carta del abate Don Juan Andrés sobre el origen y las vicisitudes del arte de enseñar a hablar a los mudos sordos, [31] obra traducida y gestionada en su caso y en España, por el hermano de Juan Andrés, Carlos Andrés y desde 1794, publicación que tuvo una muy buena acogida entre el público español, tal como apuntaba Hervás, con una cierta envidia, en la misma carta de 1807.


Lorenzo Hervás

De ahí que surja la sospecha, de que el interés, tanto de Martí como de Hervás, por los sordos y en Barcelona, pudiera haber pasado por el mismo camino. El de Hervás por vender y promocionar su libro Escuela española de sordomudos, junto con otros suyos, pero a poder ser con una escuela de sordos abierta y donde poder por fin aplicarlo en toda su extensión, a modo de publicidad de su propia obra, y el de Martí, por abrir y dirigir aquella misma escuela, con el apoyo directo de Hervás, dada la oportunidad que al parecer existía en la misma Barcelona, y más aún a la vista de las buenas relaciones personales que mantenía Hervás en la misma ciudad.

De ahí se puede entender que, cuando Hervás partió de Barcelona en junio, rumbo a Valencia, Martí mantuvo con él una breve correspondencia, limitada únicamente a dos cartas, y en las dos, dándole detalles a Hervás respecto a la marcha de su trabajo con los sordos barceloneses, y en la primera de ellas, fechada el 16 de agosto de 1799, Martí le decía así:

“Mi dueño y muy señor mío:
Aunque vuestra merced (Hervás) no esté aquí presente como desearíamos, me sirve de mucho su empeño. Los buenos señores (Antonio) Pi (y Carabassa) me han proporcionado la dicha de tratar con el leal amigo de entrambos, el Sr. D. Ignacio Trías, por cuyo influjo se podrá continuar en ésta la instrucción de los sordomudos, que cuanto más les estrato tanto más me inspiran un vivo interés.
Valiéndome de la erudita obra de vuestra merced, se hace a favor de éstos una Gramática manual o colección de señas relativas a cualquier parte de la oración.
Por haber gastado todo cuanto tenía yo, y no haber cobrado todavía ningún socorro, no he mudado de habitación, lo que atrasa mucho el progreso de los discípulos que se van aumentando, y que vendrían con más exactitud y mayor número si tuvieran una escuela con las proporciones que tengo ideadas, aunque por ahora se halle muy distante.
Vuestra merced es capaz de facilitarlo mucho. Por tener tan conocida su buena voluntad en procurar y patrocinar las buenas obras, no le molestaré con súplicas.
Si se consigue, pues, plantar dicha escuela me determino en acabar mis días en este Católico Reino, y así no desconfío tener el gusto de disfrutar aún de su agradable trato y acertadas luces.
Mientras tanto que vuestra merced vuelva cuanto antes a vernos, quedo para siempre su más humilde y agradecido servidor, que su mano besa.
Juan Albert y Martí.
Instructor de sordomudos.
Muy señor mío.
Don Lorenzo Hervás.
Barcelona, 16 de agosto de 1799.
[32]

A destacar de aquella carta, que Martí hacía mención de Antonio Pi y Carabassa, personaje en cuya casa había residido Hervás, durante sus cuatro meses de estancia en Barcelona, según Antonio Astorgano, contable, [33] y según otras fuentes, comerciante, pero que en la Guía de Forasteros en Madrid de 1830, figura como cónsul español en Lisboa, y que de normal residía en la calle Palau de Barcelona, siendo aquel personaje amigo muy íntimo de Hervás, y del cual se conservan 10 cartas enviadas a su amigo.

Pero mencionando Martí en su carta a otro personaje, al parecer amigo de ambos, aunque no identificado, un tal Ignacio Trías, pero que según Martí, “por cuyo influjo se podrá continuar en ésta la instrucción de los sordomudos”, dando a entender de aquel modo, que se trataba de un posible mecenas de aquella misma educación, o que su influencia tanto política como económica en Barcelona era mucha.

Otro hecho significativo, es que Martí comunicaba a Hervás que: “Valiéndome de la erudita obra de vuestra merced, se hace a favor de éstos una Gramática manual o colección de señas relativas a cualquier parte de la oración.” Habría que aclarar que lo que le estaba diciendo Martí, era que al parecer, valiéndose de la misma obra de Hervás, Martí había escrito un libro muy específico, hoy desaparecido, dedicado a la Gramática manual, o colección de las señas necesarias para explicar a los sordos las partes de la oración.

De intentar comprender aquel comentario de Martí, habrá que explicar antes, que Hervás en su obra de 1795, aconsejaba a los posibles y futuros maestros de sordos, que de decidir lanzarse a aquella caritativa labor docente, el maestro debería conocer al dedillo la lengua de señas, propia de los sordos, si tenía la sana intención de llegar a comunicarse con ellos, y a poder ser, era muy aconsejable que el maestro se hiciera para sí un libro o manual con las señas más comunes, tal como él mismo hizo, publicándolo dentro del segundo volumen de su obra y llamándolo “diccionario somalógico”, diccionario de señas manuales y corporales, en el que a cada palabra prescribía la seña manual o corporal correspondiente, a imitación Dictionnaire général des signes del francés L’Epée, obra póstuma que se encargo de concluir su discípulo Sicard.

De ahí, el comentario de Hervás al respecto, que aparece en su obra:

“Es pues necesario valerse de señas manuales o corporales para dar a entender a los Sordomudos la sintaxis, o el artificio de los idiomas, y para certificarnos por medio de preguntas que se les hagan, si entienden la naturaleza, y las diversas propiedades de cada parte de la oración.”

Reconociendo punto seguido Hervás que:

“Epée ha sido el maestro de Sordomudos, que más ha promovido y perfeccionado la instrucción por medio de las señas. Él solamente determinó una seña para denotar la significación de las preposiciones, conjunciones, e interjecciones de muchísimos adverbios, y de muchísimos verbos, y nombres verbales.” [34]

De lo anterior, se puede sacar la conclusión de que Martí, siguiendo el consejo de Hervás, se había esmerado en escribir a la carrera un libro o manual, en el cual, y según Martí, se recogían en específico aquellas señas elementales, pero significantes, con las que poder explicar a los alumnos sordos de Barcelona la Gramática española, pero mediante el uso de señas y siguiendo Martí el ejemplo anterior de su maestro Hervás.

Libro o manual que Martí tenía concluido en agosto de 1799, teniendo en cuenta que la primera noticia referida a la dedicación de Martí a los sordos, era de mayo anterior, muestra de su gran interés y diligencia en aquel asunto que tanto le atañía. Obra la de Martí, de la cual no existe ejemplar alguno, quedando de esta forma la duda de si se llegó o no a imprimir dicha obra.

Pero cuestión que nos devuelve al principio, ya que todo parece apuntar a que Martí intentó que Hervás le editara aquel libro, al decidir enviárselo directamente, propuesta que aunque no escrita, sobrevuela en los comentarios de Martí. De ahí, que la no edición de aquella obra de Martí, pudo haber pasado muy bien, también en directo, por los contrapuestos intereses personales de Hervás, al saberse con certeza que Hervás, a pesar de todos sus esfuerzos, no pudo vender íntegra y durante mismos años, la edición de su obra de 1795.

A la vista de lo acaecido con la obra de Martí, es lícito poder pensar que Hervás pudo valorar pausadamente, que no era cuestión de embarcarse en otra nueva aventura editorial, en aquel caso ajena, visto el fracaso de la propia y menos aún, cuando al parecer la obra de Martí había salido directamente de la suya, según reconocía ex profeso el propio personaje.

Cuestión diferente es que Hervás, en su segundo volumen, y al dar noticias de que aquellas mismas señas, reconocía y confesaba que la mayoría de ellas procedían del francés L’Epée, pero avisando en algunas de ellas, que él las había modificado a su conveniencia y según su corta práctica en la escuela de Roma, lugar de donde las había tomado, al poder consultar a discreción, con el correspondiente permiso de Camilo Mariani, los apuntes que en su día había tomado en Paris, en 1784, Tommaso Silvestri, fundador de la escuela de Roma, incluidos entre ellos, se supone, el manuscrito original de una obra de Silvestri que había quedado inédita: Sulla maniera di far parlare e d'istruire speditamente i sordi e muti dalla nasita, obra de cual Hervás, de forma curiosa, no dice nada en la suya. [35]

Hecho, que en cierto modo lleva a la conclusión simple, de que aunque Hervás hubiera puesto a su obra por título Escuela española de sordomudos, poco o casi nada tenía de española, al proceder directamente, cuando menos, en aquel espacio metodológico concreto, de las señas “relativas a cualquier parte de la oración”, del método francés, obra primera de L’Epée, y en alguna medida del italiano Silvestri, en su caso, subsidiario también del francés, y cuya influencia en la obra de Hervás se desconoce, desconociéndose igualmente si Silvestri se basó al cien por cien en los “signos metódicos” ideados por L’Epée, o si a su vez modifico en algo dicho sistema, al no existir estudios comparativos.

Pero el siguiente comentario de Martí, es aún más esclarecedor respecto a sus peripecias personales, al decir en agosto de 1799 que:

“Por haber gastado todo cuanto tenía yo, y no haber cobrado todavía ningún socorro, no he mudado de habitación, lo que atrasa mucho el progreso de los discípulos que se van aumentando, y que vendrían con más exactitud y mayor número si tuvieran una escuela con las proporciones que tengo ideadas, aunque por ahora se halle muy distante.”

En resumen, queda claro en aquel comentario que Martí, que en aquellas fechas de agosto de 1799, ya se había gastado en aquella educación todo su dinero particular, y al no tenerlo, no se había podido mudar de casa, la cual resultaba pequeña ante el número tan elevado de alumnos que asistían a sus clases particulares y gratuitas, pero ya llevaba en cabeza el cómo debería ser la futura escuela, pero sin haber recibido hasta aquel momento ayuda de nadie, al menos así lo afirma, circunstancia que lleva a preguntarse: ¿de qué vivía Martí?

Pero el penúltimo párrafo, también tiene enjundia, al decir Martí que:

“Si se consigue, pues, plantar dicha escuela me determino en acabar mis días en este Católico Reino, y así no desconfío tener el gusto de disfrutar aún de su agradable trato y acertadas luces.”

Es decir, lo que Martí explicaba a Hervás era que si conseguía abrir la escuela en Barcelona, Martí se comprometía a no regresar nunca a Francia, acabando sus días en la Ciudad Condal, siempre y cuando pudiera contar con la ayuda de Hervás, promesa que por cierto Martí incumplió. Firmando aquella misiva, con el apabullante título de “Instructor de sordomudos”, y cuando dicho título formal todavía no existía, y no existirá hasta 1816, obteniendo el primero, el dominico catalán Manuel Estrada Estrada, tercer maestro de la Escuela Municipal de Sordomudos de Barcelona.

El método pedagógico de Juan Albert Martí

De tratar de adivinar en nuestro tiempo, que se encerraba tras aquel ambiguo comentario de Martí, referido a que en sus enseñanzas utilizaba, indiscriminadamente, tanto el método de Hervas y como el de L’Epée, pero sin hacer referencia Martí al uso específico del método español de Pablo Bonet, publicado en 1620, el comentario se presta a confusión, al saber como se sabe, el uso preciso que de aquella misma obra de Pablo Bonet hacía en su beneficio y desde el principio el propio L’Epée, y por tanto siendo en cierta forma subsidiario L’Epée de la obra de Pablo Bonet.

De ahí, que lo único que hacía común a aquellas dos escuelas tan dispares, la española y la francesa, era que el propio L'Epée reconocía abiertamente y sin tapujo alguno, que durante sus primeros pasos y con los nuevos alumnos, siempre utilizaba el “alfabeto manual español”, que en su caso servía para deletrear palabras con la ayuda de los dedos de la mano derecha, que imitaban las letras minúsculas y cursivas de la imprenta, el mismo alfabeto manual que también utilizaba Hervás, con algunas adiciones que él proponía en su obra y que nunca prosperaron en España, y menos aún en la escuela de Barcelona.

Alfabeto manual aquel, publicado por primera vez y en España, por el franciscano español Melchor Sánchez de Yebra en 1593, [36] y por segunda vez, por Pablo Bonet en 1620, y del cual L’Epée se servía, siguiendo después el método oral y fonético ideado también por Pablo Bonet, [37] en particular, a la hora de empezar la enseñanza del uso de la voz significativa, para finalmente seguir con el suyo propio, basado en su personal invento de los llamados “signos metódicos”, que casi nada tenían de común con las señas que utilizaban entre sí los sordos.

Tal como explica muy bien Martínez Palomares, en su estudio, Los inicios de la educación oralista en el Real Colegio de Sordo-mudos (1814-1823), [38] respecto a aquellos mismos “signos metódicos”, ideados por L’Epée, conviene aclarar que el uso de las señas que de común poseían los sordos en Francia, junto con los signos creados e ideados por los abates franceses oyentes L’Epée y su sucesor Sicart, en su caso los “metódicos”, permitió construir, mezclando ambos sistemas manuales, uno nuevo, con la pretensión de que sirviera para poner a los sordos franceses, en condiciones de poder acceder con facilidad al idioma francés. Método que en la práctica resultó un fracaso, tal como muchos años después reconoció el propio abate Sicard, al verse obligado a tener que simplificarlos.

Pues, en la práctica sólo se consiguió con él y en Francia, alcanzar el corto nivel de la pura y dura traducción (sic), puesto que los alumnos sordos, de la escuela de L’Epée, eran muy capaces de poder escribir al dictado, tanto en francés, en italiano como en español, o en latín, las señas que ordenadas morfo-sictácticamente les realizaba un intérprete puesto a la vista de los alumnos, sin que los sordos entendiesen una jota de lo que estaban escribiendo, con lo que difícilmente podían comunicarse con los oyentes por escrito o entender a lo que se les contestara por aquel medio, al ser aquel ejercicio, de puro lucimiento del maestro, en los actos a los que asistía el público.

Hecho aquel, que también reconoció por escrito el propio L’Epée, argumentando que no se le pidiera más, pues sus alumnos sordos, hasta entonces tenidos poco menos que como personas asociales, eran capaces de escribir con buena letra en cualquier idioma que se les dictara, lo que no era precisamente poco, y que por lo mismo que no se le podía pedir, además, que supieran dichos idiomas, al igual que sucedía con la mayoría de los oyentes, que podían intentar leer cualquier texto, en el idioma que fuera, pero sin entender a lo mejor un ápice de lo que estaban leyendo en voz alta, tal como sucedía en las propias universidades con los lectores de latín y griego clásico.

Detalle que nos lleva de nuevo a Hervás, dado que él también utilizaba muchos de aquellos mismos “signos metódicos” de L’Epée, al igual que al parecer hizo Martí, fiado de lo expuesto por Hervás en su obra de 1795, sin conocerse el impacto que significó su uso entre los sordos barceloneses, a la vista de la experiencia sufrida en carnes propias y en la avanzada escuela de París.

Por otra parte, todo parece apuntar a que Martí ejercitó sus primeras experiencias con alumnos sordos justamente en Barcelona, al no explicar en ningún momento que tenía una experiencia anterior, y con el objetivo final de: "enseñar gratuitamente a los sordo-mudos a leer y escribir", que no era precisamente poco para la época.

Pero, sin afirmar Martí, en ningún momento, que tuviera la pretensión de enseñarles, además, a hablar vocalmente, teniendo en cuenta que Hervás explicaba en su segundo volumen, el modo y la forma concreta de poder realizarlo, aunque muy disconforme con el método fonético descubierto en 1620, por el español Juan de Pablo Bonet, de hecho descubridor de la fonética en general y de la española en particular, además, de la logopedia y de la ortofonía, al ser más partidario Hervás del uso del antiguo método del “silabeo” o “silabario”, sistema de uso habitual, al utilizarse en todas las escuelas de oyentes de la época. [39]

Método aquel, que justamente rechazó rotundamente Pablo Bonet, al inventar el suyo, visto el fracaso escolar que se estaba produciendo en su misma época, en el aprendizaje de la lectura y en aquel caso concreto entre los niños oyentes, al utilizar los maestros de primeras letras dicho método, pero cada uno con su propia y respectiva filosofía pedagógica, y todas muy discutibles.

Método el de Pablo Bonet que sin más problemas se podía aplicar también directamente a los sordos, en el aprendizaje del habla al ser simplemente fonético, argumentando que el sonido de las letras simples se podía formar mediante el uso de la correspondiente y necesaria respiración y con la ayuda de la lengua y los dientes, pero siempre y cuando el sordo no padecieran problemas físicos en la lengua.

Una cuestión que queda clara, y con independencia del método que después aplicará Martí, es que en principio todos los gastos necesarios e inherentes para aquella enseñanza tan particular, pasaron por el propio bolsillo de Martí, tales como las pizarras, las láminas, el papel y las luces, o que las clases las daba en su propia casa: "una habitación reducida y demasiado apartada del centro de la ciudad", donde por la noche reunía a numerosos alumnos sordos.

Actitud altruista que en un momento dado debió llevarlo casi a la bancarrota, al ver mermados de forma alarmante sus cortos ingresos particulares, cuya fuente primera también se desconoce, pues lo único que se sabe es que podía hacer misas, y por tanto, posiblemente, vivir de las limosnas procedentes de sus posibles feligreses. Problema que intentó paliar Martí, solicitando un tiempo más tarde ayuda y apoyo al Ayuntamiento barcelonés.

Los primeros pasos

Pero sin duda alguna, fue la oportuna presencia durante unos cortos meses de Lorenzo Hervás y Panduro en la propia Barcelona, durante la primavera de 1799 y recién llegado de su exilio italiano, lo que acabó por decidir a Martí a la hora de iniciar su labor en aquella capital, ya que tal como reconocería el propio Martí en sus declaraciones ante el Ayuntamiento, Hervás en persona se constituyó en su maestro particular en aquella disciplina, alentándolo a su vez para que se lanzara a abrir una escuela pública y gratuita para sordos en la Ciudad Condal, similar a las que ya existían, hacía años, en Italia, en Francia o en Alemania.

Comentarios todos ellos que se recogerían en un documento municipal posterior, y donde se afirma que ambos religiosos, fueron puerta a puerta por toda Barcelona a la búsqueda de posibles alumnos sordos, convenciendo en muchos casos a los padres o a los tutores de los mismos, de la bondad de la nueva escuela, cruzada pedagógica aquella en la cual colaboró, de forma sorpresiva, el propio Intendente del Ejército, Blas de Aranza y Doyle.

“[Juan Albert Martí] Presbítero [...] que sin otra mira que la de hacer bien a la humanidad, y guiándose por los escritos de los célebres Abates Don Lorenzo Hervás español y L´Epée de París se ha dedicado a enseñar gratuitamente a los sordo-mudos a leer y escribir [...] El arte de enseñar a hablar a los sordo-mudos, cuya invención pertenece privativamente a las glorias de España aunque en la actualidad tan olvidado en ella como cultivo en otras naciones vecinas nuestras, reflorece en esta Ciudad. El sacerdote Don Juan Albert Martí [...] empezó a instruirse en este arte con la lectura de las obras del Abate Epée y principalmente del español Don Lorenzo Hervás, quien en tránsito y mansión de algunos meses en esta ciudad completó su instrucción, y le estimuló y alentó a abrir escuela pública gratuita [...] y tuvo Hervás, antes de partise de esta ciudad, la satisfacción de ver a todos los mudos en ella, y exhortó a sus padres o deudos a que no malograsen tan feliz oportunidad”. [40]

La enorme afluencia de alumnos, y el coste que representaban para el bolsillo de Martí las pizarras, las láminas, el papel, los libros, los lápices o el aceite necesario para alumbrarse fue lo que finalmente le forzó, a tener que buscar una ayuda del Ayuntamiento el día 4 de febrero de 1800. Por otra parte, Martí estaba muy esperanzado con los resultados obtenidos “no obstante las cortas e interrumpidas lecciones que han tomado los discípulos.”

“…que para empezar esta carrera ha gastado en libros, láminas, tablas, pisarras, lapis, papel, aseite, etc. todo quanto tenía; que ha pasado hasta ahora en una havitacion reducida y demasiado apartada del centro de la ciudad y no obstante las cortas e interrumpidas lecciones que han tomado los Discípulos, han vencido lo más dificultoso…”. [41]

Unido a ello, estaba la incapacidad física y material de poder continuar las clases en su propio domicilio, ya que dada la cantidad de alumnos se le había quedado corto para acogerlos, por ello solicitó del Consistorio una “sala ancha y larga”, donde poder impartir sus clases con comodidad. Martí, fundamentaba aquella petición suya, en la necesidad de que los sordos “puedan aprender a conjugar los verbos y juntar las partes de la oración”, referida siempre al idioma castellano.

Y puesto a pedir, también recabó del Ayuntamiento el que le facilitara, no sólo un sitio idóneo, sino que se le estableciera un horario concreto para sus clases, que pasó por proponer el de tarde noche:

“y que necesitándose, para que adelanten, una sala ancha y larga en la que puedan aprender a conjugar los verbos y juntar las partes de la oración, pide les facilite el Ayuntamiento desde la cinco de la tarde hasta las ocho de la noche, por ahora, un puesto cómodo que pueda conducir al realze y acierto de un instituto que acrecentará la gloria de Bar[celo]na.” [42]

Juan Antonio de Fivaller y de Bru, Marqués de Villel, [43] el regidor municipal que presentó la propuesta educativa de Martí, propuso al Pleno que dado el interés de aquella causa docente y a su vez humanitaria, el Ayuntamiento tenía la obligación moral de asumirla, reservándose, eso sí, el derecho de suprimirla en cualquier momento.

A la hora de la decisión, la parte económica quedó totalmente soslayada, y el compromiso del Consistorio se limitó a ceder para la educación de los sordos “la porción de claustro cerrado que media, en el cuarto principal de la Casa, desde la puerta del Salón grande hasta el extremo que da a la Plaza.”

“Y en vista de la que ha expuesto en voz el Señor Marques de Villel, a quien pasó el Aiuntamiento la d[ic]ha solicitud, proponiendo, como lo ha hecho, que atendiendo a la grande utilidad que tiene la instrucción de los sordomudos será muy propio del Aiuntam[ien]to el faciltarlo por el medio que se le pide, en tanto que no ocurra embarazo e inconveniente y reservándose el discontinuar aquella gracia siempre que le parezca…” [44]

Pero, el lugar donde debería tener lugar las clases, en aquel momento estaba ocupado por la Administración de Carnes, motivo por el cual el Ayuntamiento decidió que mientras no se desalojase el sitio asignado, éstas podrían tener efecto en el “Salón grande”, es decir, en el actual salón gótico, llamado de común Saló del Consell de Cent.

“…y que si bien atendidos los usos y destinos que tiene dados a las piezas de estas Casas Consistoriales, no queda desocupada alguna a propósito para la referida enseñanza, y donde menos reparo habría que se hiciese, es en la porción de claustro cerrado que media, en el quarto pr[incip]al de la Casa, desde la puerta del Salón grande hasta el extremo que da a la parte de la Plaza, respecto de hallarse actualmente ocupado aquel sitio con algunos enseres de la Adm[inistraci]ón de Carnes, podría el Aiunta[mien]to acordar que mientras se desocupa el referido lugar y se traslade allí para durante beneplácito del Aiuntam[ien]to la instrucción de los Sordo-mudos, se execute esta en el mencionado Salón grande, sin perjuicio de los otros objetos a que el Aiuntam[ien]to lo tiene destinado, concedido o lo quiera ocupar en adelante.” [45]

La apertura de la escuela municipal no se retardó demasiado, al inaugurarse oficialmente la tarde del 16 de febrero con un “ensayo o examen público”, una especie de ensayo general, donde los alumnos sordos presentados mostraron los avances conseguidos por Martí en su educación, a pesar de “los cortos meses” que les había dedicado, de hecho, sólo ocho cortos meses.

Los primeros exámenes públicos de sordos celebrados en Barcelona

En el único examen público, que se realizó, al ser la tónica de lo que se hacía en el resto de las escuelas normales, según consta en las actas municipales el día 7 de marzo de 1800, se puso de manifiesto que el sistema educativo de Martí pasaba, de forma casi fundamental, por el uso de grandes “cartones” o “láminas”, sistema utilizado con anterioridad por el maestro de sordos inglés Jorge Dalgarno, [46] en el siglo XVII, o por el alemán Juan Luis Fernando Arnoldi en el siguiente. [47]

“Inmediatamente empezaron los sordo-mudos que han adelantado más, en número de 10, a explicar el catecismo y varios puntos de la gramática castellana, escrito todo y repartido en unos grandes cartones colocados a la vista de todos, con éste método.” [48]

El acto fue público, invitándose al mismo a miembros del clero y de la nobleza, cabe pensar en un intento voluntarioso, por parte del Ayuntamiento, encaminado a incitar la conciencia de las clases dominantes, para posteriormente poder recabar de ellas los fondos necesarios para dotar económicamente aquella enseñanza, y que el Consistorio barcelonés no estaba precisamente en circunstancias de poder proveer en aquel preciso momento.

Dicho acto se inició, como por otra parte era lógico esperar, con un encendido discurso de Martí, donde aquel se encargó de remarcar la infelicidad y el abandono de los sordos, un hecho evidentemente real y cierto, y las ventajas que reportaría, tanto para la Religión y como para el propio Estado, de llevarse acabo la instrucción de los mismos.

“Convidóse para d[ic]ha función a muchos individuos del Clero y de la Nobleza, autorizándola varios vocales del Ayuntam[ien]to, y abrió con su Discurso en q[u]e el enumerado maestro Albert muy tierna y eloquentemente pintó la infeliz suerte de los sordo-mudos; ponderó la felicidad y ventajas q[u]e de su instrucción resultarían a la Religión y al Estado, y peroró exhortando el concurso al fomento y protección de tan útil establecim[ien]to.” [49]

Punto seguido, concluido el discurso, Martí presentó a la concurrencia, no a todos, sino a diez alumnos, en su caso, los más preparados. Pero dado el número tan elevado de alumnos presentados en aquel examen público, resulta fácil discernir que la cantidad total de los mismos debería ser por otra parte muy respetable.

Al inicio de aquella demostración, es de imaginar planteada según la idea del propio Martí, sus alumnos sordos la iniciaron explicando el Catecismo y varios puntos de la gramática castellana, pero a partir de unos grandes cartones escritos.

Durante aquella demostración, uno de sus alumnos, iba señalando con una varilla, sucesivamente, las palabras escritas en aquellos cartones, palabra indicada que era explicada en su significante por su compañero en la demostración, y por mediación del uso de unas “señas muy claras”.

“Uno de los sordo-mudos con una varilla iba señalando sucesivamente las palabras escritas en los cartones, y a cada una de ellas el mudo destinado para la explicación, con señas muy claras y en que no cabía equivocación, manifestaba el sentido de aquella voz [...] se les insinuó que escribiesen lo mismo...”

Llegados a éste punto, no es difícil afirmar, a la vista del comentario anterior: “señas muy claras”, recogido por el secretario municipal de turno, que el método utilizado por Martí, cuando menos en aquella primera fase de su sistema educativo, apunta casi directamente al sistema del francés L'Epée de “signos metódicos”, o a un híbrido a medio camino de todo, dado que el propio Hervás, tan pronto proponía en su obra los “signos” utilizados de L’Epée en París, como otros suyos propios, según él, ideados en función de su propia aunque corta experiencia personal.

Pero habrá también que reconocer, que no ha quedado constancia alguna, ni en éste ni en ninguno otro documento posterior, de que Martí utilizara en su labor educativa el “alfabeto manual español”, o el sistema fonético, ideado y publicado por el español Juan de Pablo Bonet en 1620, ya que ninguno de sus alumnos habló vocalmente, ni poco ni mucho, cuando menos, durante aquella primera y única demostración, pues no consta.

En el siguiente ejercicio que tuvo lugar, “se les insinuó”, se supone que por mediación de señas, que escribiesen lo mismo que habían explicado. Indicación, que realizaron cada uno en su pizarra, con “elegantes caracteres”. Esto último vuelve a corroborar lo anterior. Los alumnos de Martí leían y escribían de manera simple, según su promesa al Ayuntamiento, pero a la hora de tener que expresarse lo hacían mediante “signos” o señas, o por escrito, y lo último, siempre y cuando antes se les hubiera impuesto en cómo escribir, con “elegantes caracteres”, la respuesta correcta, a una pregunta también concreta y conocida de antemano.

Señas, que de haber seguido al pie de la letra Martí los consejos de Hervás, en su primera fase, resultarían ser las utilizadas de común por los propios alumnos sordos, denominadas en argot “señas familiares”, pero cuestión que desafortunadamente se desconoce al no constar en las actas municipales.

Detalle que, por otra parte, no tiene que implicar el hecho de que alguno de ellos ya hubiera logrado expresar alguna palabra, o algún sonido significante, y más aún en el caso de que hubiera entre ellos algún sordo postlocutivo, tipo de sordo más hábil en la pronunciación vocal, que el de nacimiento. De haber sido así, cuestión que se desconoce, Martí no debió considerar conveniente el realizar la oportuna demostración pública, pues, en las actas municipales no consta semejante adelanto.

“Concluido este exercicio, q[u]e turnó por todos, se les insinuó que escribiesen lo mismo que habían explicado, como en efecto así lo practicaron, notándolo cada uno en su pizarra con elegantes caracteres. Exprimió lágrimas de ternura a muchos concurrentes el gusto de ver a aquellos infelices con la instrucción y cultura que parecía inasequible para ellos.” [50]

Finalmente, el acto concluyó con una vehemente exhortación del Ayuntamiento barcelonés a las personas amantes del “bien público”, para que colaboraran con Martí, cuando menos, con “auxilios gratuitos”. Es decir, con vulgares y voluntarios donativos, dados sus personales y cortos medios económicos.

“En el mismo salón continua todos los días la enseñanza el infatigable y caritativo Albert; y se espera q[u]e con los auxilios gratuitos de algunas personas amantes del bien público, compadecidas de las cortas o ningunas facultades del enunciado Profesor, podrá darse solidez y permanencia a tan útil establecim[ien]to.” [51]

El acto debió impactar y mucho, a los propios regidores municipales barceloneses, ya que dos días más tarde, acordaron en el Pleno municipal siguiente, anunciar la apertura de la escuela en el Diario de la ciudad, más conocido por Diario de Barcelona y, además, en la Gazeta (sic) de Madrid. Acuerdo que tuvo efecto y en extenso el día 22 del mismo mes. Noticia periodística que se recogerá íntegra en el acta de Acords del día 7 de marzo de 1800.

Un hecho curioso, pero que demuestra a las claras la nula influencia ejercida hasta aquel entonces por la Real Escuela de Sordomudos de San Fernando, en Madrid, dirigida por el escolapio Fernández de Navarrete y abierta por Orden Real desde 1795, es que en la Barcelona del 1800 no se tenía noticia alguna al respecto de su propia existencia, teniendo en cuenta que dicha escuela todavía permaneció abierta dos años más. La prueba está en un párrafo del artículo aparecido en la Gazeta de Madrid, donde el Ayuntamiento de Barcelona, muy ufano, hacía constar que la Ciudad Condal era la primera ciudad de España en abrir una escuela municipal para los sordos, comentario aquel que nadie desmintió en su momento y menos aún en Madrid.

“… y que siendo a lo que se cree, esta Ciudad la primera de España en que se establece esta instrucción, y digna de protección, como se le ha dispensado el Aiuntam[ien]to admitiendo por ahora la escuela en sus casas consistoriales”

El misterio de la segunda carta de Martí a Hervás

Sin embargo, la segunda carta de Martí a Hervás, fechada el 5 de marzo, es decir, dos días antes de que tuvieran lugar aquellos mismos exámenes públicos, da en sospechar que algo no está bien asentado en las actas municipales que se conservan, de creer a pies juntillas en los propios comentarios que hacía Martí en dicha misiva:

“Mi dueño y muy señor mío don Lorenzo Hervás:
Mientras voy aprontando para los sordos-mudos otra obra más destacada y en asunto diferente, dígnese vuestra merced admitir esa pequeña prueba de mis ansias de hacerme útil a la Humanidad. A vuestra merced le debo el ejemplo y estímulo de semejantes sentimientos y me esmeraré siempre en granjearme su agrado y patrocinio.
De entender lo contenido en ese librito, lo han manifestado mis discípulos con general aplauso en un examen público.
Cualquiera dice que merezco un buen beneficio, y, sin embargo, me quedo aún con el socorro de una onza por el año, la cual renta me señaló el muy ilustre Ayuntamiento.
Por serme tan conocido el buen corazón de vuestra merced, confío que, hallando proporción de valerme con sus poderosos empeños, me tendrá presente y se servirá mandar cuanto fuere de su gusto a su más humilde, agradecido y rendido servidor que su mano besa.
Juan Albert y Martí
Presbítero, instructor de sordo-mudos.
Mi dueño y muy señor mío.
Don Lorenzo Hervás y Panduro.
Barcelona, 5 de marzo de 1801”.
[52]

A destacar en primer lugar, el comentario de inicio de Martí, donde afirma:

“Mientras voy aprontando para los sordos-mudos otra obra más destacada y en asunto diferente, dígnese vuestra merced admitir esa pequeña prueba de mis ansias de hacerme útil a la Humanidad…”

Si en su primera carta de agosto del año anterior, Martí afirmaba que había escrito un libro sobre “Gramatica manual”, en esta segunda Martí informaba a Hervas, que tiene una segunda obra, a la cual no pone título, pero que al parecer remitió a Hervás al decir, “dígnese vuestra merced admitir esa pequeña prueba”.

Afirmando punto seguido que: “De entender lo contenido en ese librito, lo han manifestado mis discípulos con general aplauso en un examen público.” Haciendo referencia de aquel modo, que en un examen público, sus alumnos, siguiendo el programa docente contenido en aquel libro, habían conseguido el aplauso general del público asistente a aquella demostración, a la cual Martí no ponía fecha.

Y aquí surgen las dudas, ya que hay constancia de dos fechas concretas, en las que tuvieron lugar aquellas demostraciones, la primera del 16 de febrero, de hecho un ensayo, y la segunda el día 7 de marzo, primer examen público, mientras que la carta de Martí está fechada en Barcelona el día 5 de marzo.

De ahí que quepa la pregunta respecto a qué examen en concreto se refería Martí con aquel comentario dirigido a Hervás, puesto que el examen público conocido tuvo lugar dos días más tarde de reexpedirse aquella misma carta, cuestión que por lo mismo queda en la sombra.

Del mismo modo que nada se sabe respecto a la “otra obra más destacada y en asunto diferente”, que al parecer Martí remitió a Hervás, pues, al igual que sucede con la primera, no aparece en ninguna biblioteca, ni española ni francesa, y probablemente por las misma causas que la primera, que Hervás decidió no editar aquella obra, pues de hecho, a lo mejor, le podría hacer competencia a la suya propia.

Por otra parte, visto que aquella demostración se centró en dos temas muy concretos, Gramática y Catecismo, y sabiendo antes que el primer libro era de Gramática manual, cabe inferir que el segundo, posiblemente hacía referencia a un “catecismo” para sordos, pero de señas, ya que el catecismo de Hervas, publicado en su segundo volumen, estaba pensado para sordos que, previamente, supieran hablar de forma vocal, cuestión aquella, al parecer, todavía no resuelta por Martí en aquellas fechas.

Otra cuestión curiosa, es cuando Martí afirmaba en aquella misma carta, que está recibiendo una pequeña ayuda económica, que según él le está pagando el Ayuntamiento, cuando consta oficialmente que Martí no la empezará a cobrar hasta poco tiempo después, y no precisamente por el corto montante que Martí daba a Hervás.

Hecho que hace sospechar que dicha ayuda debería corresponder a otro concepto distinto, y no a causa de su personal dedicación a la enseñanza de sordos, y por tanto, es posible que pudiera corresponder a la que el gobierno español estaba dando, de forma generosa, a todos los sacerdotes franceses exiliados en España.

“Cualquiera dice que merezco un buen beneficio, y, sin embargo, me quedo aún con el socorro de una onza por el año, la cual renta me señaló el muy ilustre Ayuntamiento”

Las consecuencias de aquellos exámenes

El 11 de marzo siguiente, el mismo Marqués de Villel, satisfecho de la “aplicazión, celo, y habilidad del Preceptor”, y siendo Barcelona, al menos así se creía en aquel momento de buena fe, la primera ciudad de España en establecer aquella institución, y dado que el maestro lo hacía de forma gratuita, era de recibo que Martí, además, no tuviera que arrostrar, pagando de su bolsillo, con los gastos de las luces, dada la hora tan tardía en que tenía lugar la enseñanza, por lo que consideraba que el Ayuntamiento, al menos, debería contribuir al pago del gasto de las “quatro” que hacían falta y que estas “no importará sean de Azeite”. Para poder suministrar dichas “luces”, se traspasó la solución de aquel problema, en realidad logístico, al Director del alumbrado público de la ciudad.

“Acuerda que atendida la cortedad del gasto que pueden ocasionar las quatro luces que se piden, la grande utilidad del objeto a que han de servir, y que por estas mismas razones ha pedido el Señor Diputado concurrente, que adhiera el Aiuntam[ien]to a ello toda vez que se executa en sus casas la d[ic]ha enseñanza, se subministren las referidas luces: cometiéndolo como lo comete el Aiuntam[ien]to al Señor Director del alumbrado publico; y que se de noticia en el diario de esta Ciudad, y en la Gazeta, de la abertura de d[ic]ha escuela, viéndose antes en Aiuntam[ien]to el papel que se forme para ello.” [53]

El 4 de abril siguiente, Pedro Martín Golorons, clérigo y miembro del Ayuntamiento, reconocía que a pesar de que el Consistorio había cedido un local, de que había publicado en la Gazeta la apertura de la escuela, y que también había proporcionado las necesarias e imprescindibles luces a Martí, con todo ello todavía no había suficiente.

Dejando entrever así, que la buena voluntad de los ciudadanos “ilustres”, o del clero no había funcionado para nada a la hora de tener que mantener económicamente aquella enseñanza especial. Por el mismo motivo, Golorons pidió al Pleno municipal una “subvención” para poder seguir manteniendo la misma, y muy en particular para pagar a su sacrificado maestro, en aquel caso, Martí.

El Pleno, pidió al propio regidor que reflexionase sobre aquella petición, preguntándole si existía algún medio con el cual poder solucionar de inmediato aquel problema. Es de suponer que Golorons ya tenía el tema más que estudiado, pues, punto seguido, apuntó que dicha ayuda podría salir, o bien del “gasto menudo” de la casa, o del “producto de la casa y hornos” que el Ayuntamiento tenía situados en el barrio marinero de la Barceloneta.

El Pleno no dudo en aprobar aquella sugerencia. Motivo por el cual, resulta fácil inferir que la propuesta ya estaba pactada de antemano, al dotarse de aquel modo al maestro con la cantidad de “diez libras cada cuatro meses”, empezando a ser cobradas por primera vez en aquel mismo momento. Cantidad que en cierto modo, debió ser pensada, con la sana intención, de cubrir los gastos anteriores sufridos en su bolsillo por Martí.

“En vista de lo que ha hecho p[ate]nte en voz el Sr. Diputado Pedro Martín Golorons exponiendo que consequente a que en diez y ocho de Febrero de este año, día en que acordó el Aiuntam[ien]to dar noticia en el diario de esta Ciudad y en la Gazeta de la abertura de la Escuela de Sordomudos en ella, y la subministracion de quatro luces para d[ic]ha Escuela, haviendo expuesto en voz d[ic]ho Sr. Diputado que si bien el Aiuntam[ien]to por su falta de Caudales no podía promover la d[ic]ha enseñanza con la conformidad que convendría ni recompensar al Maestro el laudable y apreciabilisimo trabajo que se toma, podría tal vez encontrase algún medio con que socorriendo la escasez en que se halla el d[ic]ho Maestro contribuiesse el Aiuntam[ien]to de algún modo a la subsistencia de una empresa tan útil, se le respondió a d[ic]ho. Señor Diputado que el mismo lo refleccionase y examinase; y si hallaba medio lo propusiesse: hecha seria refleccion sobre el asunto le parece que podría el Aiuntam[ien]to del ramo del gasto de menudo, o del producto de la casa y hornos que tiene en la Barceloneta, destinar alguna cantidad con que subvenir a d[ic]ho Maestro, y conseguir que se mantenga en esta Ciudad una enseñanza tan importante.

Acuerda que del Caudal destinado a gasto de menudo se den de quatro en quatro meses diez libras al mencionado Maestro de Sordomudos d[o]n. Juan Albert y Martí, entregándosele por la primera vez ahora, y siguiendo después las entregas una cada quatro meses.” [54]

A partir de aquel día, un gran silencio cayó, tanto sobre la labor como sobre la propia vida de Martí, al no constar si aquella ayuda fue realmente efectiva, o por el contrario quedó, como acostumbraba a ser lo común en la época, en simple papel mojado. Al mismo tiempo, y por el mismo motivo, se desconocen también las peripecias sufridas por dicha escuela, con independencia de los evidentes problemas económicos que había.

De este modo, lo único que consta por otras fuentes, en este caso por mediación de Rouyer, que veinticinco meses más tarde, Martí había regresado a su país natal, Francia, concretamente en mayo de 1802, pero quedando en la sombra si la labor de Martí fue continuada, a titulo particular, por otro nuevo y anónimo maestro voluntario, o por alguno de los propios alumnos sordos más avanzados.

Más misterios

Otra noticia rescatada por Ferrerons, [55] permite en cierto modo establecer, con una posible certeza, la duración de aquella escuela municipal de sordos, abierta dentro del edificio del propio Ayuntamiento, en los primeros días de febrero de 1800. De este modo, en una carta autógrafa, remitida al Ayuntamiento el 16 de junio de 1801, por el librero Juan Magrinyá, al parecer, el encargado del mantenimiento diario de aquella escuela, se dice lo siguiente:

“Juan Magrinyá Librero con la devida veneración Expone a V.S. como habra cosa de un año y quatro meses que sirve a la Escuela de Sordos Mudos de orden a V. S. cuyas ocupaciones son continuas todos los días por espacio de dos oras (…), ensender las luzes limpiarlas y demás cosas serviles a dicha Escuela. Por lo que Suplica a V. S. por cuyos trabajos sea de su agrado darle alguna gratificación (…)”. [56]

Petición del librero Magrinyá, que fue aprobada por el Ayuntamiento, sin más problemas, el 30 de junio siguiente.

De dicha petición, resaltar el detalle donde Magrinyá declara que lleva trabajando para la escuela de sordomudos un año y cuatro meses, es decir, desde febrero de 1801. Teniendo en cuenta, además, que el último documento directo referido a Juan Albert Martí es del 4 de abril del año anterior. Hecho que viene a indicar que, cuando menos, en mayo de 1802 la escuela continuaba abierta.

Cuestión distinta es en que fecha exacta se debió cerrar ésta de forma definitiva, aunque lo más probable sea que dicha escuela cerrara a la marcha de Martín en aquel mismo mes de mayo, y de ahí que Magrinyá solicitara una gratificación por el trabajo que había estado realizando hasta aquel entonces, a petición del Ayuntamiento, pero pensando Magrinyá que dicho trabajo ya había concluido, al haberse cerrado la escuela.

Como misterio resulta el que Martí no hubiera continuado carteándose con Hervás, y si no lo hizo, pues no se conservan más cartas, el hecho pudo haber pasado por cuestión tan simple como era que Hervás no lo había amparado en su misión de Barcelona, tal como le suplicaba Martí en sus dos misivas, teniendo en cuenta las importantes relaciones que mantenía Hervás en España, y ante aquel desamparo, unido al posible desinterés de Hervás, al haber decidido éste no editar sus obras, que Martí diligentemente le había enviado, pero sin recomendarle ni tan siquiera a alguien que pudiera estar interesado en ello, pues no consta, Martí pudo verse forzado a tener que salir de España, casi por obligación y al no ver futuro, marchando de vuelta a su país natal, donde a buen seguro tendría más medios para poder sobrevivir.

Otra hipótesis referida a la prematura marcha de Martí de España, es que dicha marcha podría haber pasado directamente por la propia situación personal de Hervás, y en particular al renovarse de nuevo el viejo edicto de 1767, referido a la expulsión de los jesuitas de España, el 15 de marzo de 1801, conminándolos a volver a su destierro italiano, y con orden de concentración en los puertos de embarque de Barcelona, Valencia y Alicante, sustituidos después por el de Cartagena, lugar donde Hervás pasó a residir durante más de un año, y partiendo de allí para Italia en julio de 1802.

De ahí, que tras la celebración del primer examen público en Barcelona, que tuvo lugar, el día 7 de marzo de 1801, y al darse aquel edicto de expulsión de los jesuitas, que afectaba directamente a Hervás, el día 15 de aquel mismo mes, se hace más que evidente el desamparo en que debió quedar sumido Martí, con un Hervás en Cartagena y del cual en cierto modo dependía, y al quedar Hervás pendiente, de marchar en cualquier momento a Italia.

Motivo más que suficiente para que Martí se tuviera que replantear su propio futuro en Barcelona, que al final pasará por marchar a Francia, curiosamente, dos meses antes de que Hervás marche a su vez, como exiliado a Italia. Circunstancia que nos devuelve a la evidente relación que existía entre ambos, y en particular en todo lo referido a la escuela municipal de sordos de Barcelona.

Consideraciones pedagógicas

Puestos en el terreno pedagógico, habrá que advertir que Martí se empeñó, desde el primer día, en enseñar a los sordos barceloneses, únicamente “gramática castellana”. Cuando la realidad cotidiana en Barcelona, y también en la misma Cataluña, pasaba por el hecho que el pueblo llano hablaba y escribía, no en castellano, sino en catalán. De ahí que de muy poco les podría servir a los sordos catalanes, aprender a leer y escribir en castellano, no digamos ya “hablar” castellano, cuando su entorno lingüístico era, por lógica, el catalán.

Cuestión aquella, que tal vez daría explicación a la extraña actitud pedagógica adoptada por Martí, en cuanto al habla de sus alumnos, al no hacerla efectiva, pues no consta, y no digamos ya a la no enseñanza de la “lectura labial”, pues de dicha enseñanza tampoco hay constancia, que de nada les hubiera servido a sus alumnos, de enseñarles la última, ya que en el caso de aprender la “lectura labial”, los parientes y los amigos del sordo, a buen seguro sólo hablarían, entre ellos, en catalán, y probablemente tampoco sabrían, en general, leer y escribir, y menos aún en castellano.

De ahí que se pueda pensar que otra de las posibles causas de la salida de Martí de Barcelona, pudo haber pasado por un fracaso parcial, en su loable empeño por enseñar a los sordos barceloneses a leer y escribir, pero justamente en castellano. Al descubrir un tiempo después Martí, que aquel aprendizaje no les servía para nada en el plano práctico y cotidiano, y menos aún a los sordos de baja extracción social, pues sus familias a buen seguro serían ágrafas.

Fracaso parcial, que si se produjo al final, hecho que se desconoce, pues no figura en las fuentes documentales, en cierto modo resulta explicable, al empeñarse tanto Martí como Hervás, en abrir una escuela de sordos en Barcelona, sin prever antes la dificultad que representaba aquel empeño, dada la diferencia lingüística que evidentemente existía en el caso concreto de Cataluña, y teniendo en cuenta, además, que Hervás era un reputado y afamado lingüista

Por lo mismo, no se entiende aquel empeño de Hervás, y menos aún el por qué ayudó y convenció a Martín a embarcarse en aquella aventura, que de forma previsible podía acabar en fracaso. Salvo, claro está, que los intereses de Hervás, a largo plazo, fueran en otra dirección, distinta a la de Martí, y con las perspectivas, las de Hervás, puestas en otro objetivo posterior y más lejano, y cuyo trampolín, fijó primero, Hervás en Barcelona, para dar el salto, pero perspectivas, las suyas, que a causa de su nueva expulsión a Italia, se truncaron, y de paso las del propio Martí.

Cuestión aquella que unos pocos años más tarde, tuvo muy en cuenta y posiblemente al ser sabedor de ello, el segundo maestro de sordos de aquella misma escuela municipal barcelonesa, Salvador Vieta i Catá (1805-1806), [57] al imponer a los sordos barceloneses, desde el primer día, en el uso, tanto hablado como escrito de las dos lenguas, de hecho y de común cooficiales en Cataluña, y al ser Vieta catalán de nacimiento.

Problema lingüístico aquel, el catalán, que volvería a denunciar, por segunda vez y en 1840, José María Moralejo, [58] sacerdote originario de Madrid y liberal, y en su caso maestro y director de la escuela de sordos patrocinada por la Junta de Comercio de Barcelona durante casi tres años, al ser precisamente uno de los principales problemas que le llevaron a dimitir, con todo el dolor de su corazón, de su cargo, pero sin que nadie y menos aún el Ayuntamiento lo tuviera en cuenta durante 77 años, y hasta la época anterior a la Dictadura de Primo de Rivera.

Avance que en 1917 propició y en la propia escuela municipal, el lingüista y fonetista catalán Pere Barnils, dando lugar así a una escuela bilingüe, enseñanza del catalán abolida en 1923 por la Dictadura, no volviendo a ponerse en práctica hasta la llegada de la II República en abril de 1931, para volver a ser abolida al final de la Guerra Civil española en 1939, pero por fin instaurada en 1970 y durante los finales mismos del franquismo.

El extraño patrón de los sordos barceloneses

Como igualmente resulta un misterio, la historia que relata el folclorista barcelonés Joan Amades, respecto al patrón de los sordos barceloneses del 1800, afirmando que dicho patrón se llamaba, de forma curiosa, Sant Albert, patronazgo por cierto muy equívoco. Detalle, que a Amades en su momento le llamó poderosamente la atención, pero sin poder encontrar la razón de ello:

“La iglesia de los mudos:
Como lo mudos barceloneses del ochocientos tenían por patrón a Sant Albert y la mayoría de ellos iban a misa a aquella iglesia, esta venía a ser así un punto de reunión de los faltos de la palabra, sobretodo los domingos por la mañana. Diciéndose que era la iglesia donde se habla más y donde había más silencio.
Mucha gente rechazaba el ir a misa a aquel templo por evitar el espectáculo de ver tantos mudos juntos: en cambio, otros preferían ir para aprender a gesticular como ellos, por aquello de que el saber no ocupa lugar.
Sant Albert, además de patrón de los sordo-mudos, era tenido por abogado de los celos…”. [59]

Por otra parte, Sant Albert, además, de ser el abogado de los celos, tal como afirmaba Amades, era también patrono de las fiebres y de las parturientas. En cuanto a la iglesia a cual se refiere Amades en su comentario, era la situada en el Convento de los Carmelitas, sito en la calle Hospital, iglesia hoy desaparecida.

Sin embargo, no deja de ser hasta cierto punto intrigante aquel “patronazgo” de Sant Albert, adjudicado de facto, según Amades, por los propios sordos de Barcelona y en el siglo XIX, y no por la propia Iglesia, como debería haber sido lo común y propio.

De este modo, viene a resultar que el patrón oficial de los sordos es, por parte de la iglesia actual, San Francisco de Sales (1567-1622), nombrado como tal por el Papa Pío XII, así como el de los periodistas, y aquel nombramiento concreto obedeció a la historia de que, al parecer, dicho santo había enseñado a un sordomudo la Religión, sordo curiosamente llamado Martí.

Piadosa historia aquella que nos lleva a una pregunta simple: ¿No sería aquella misma historia religiosa motivo y consecuencia, en Barcelona y entre los sordos barceloneses, para unir ambas historias, la del sordo Martí, educado por San Francisco de Sales, pero recogiendo al paso la venerable memoria de (Sant) Albert Martí, su primer y abnegado maestro francés?

De hecho, aquella dicotomía, se hace comprensible de pensar que aquellos mismos sordos del siglo XIX, había tenido como maestros, y en la escuela municipal, al presbítero Juan Albert Martí, al sacerdote Salvador Vieta i Catá, y al dominico Manuel Estrada Estrada, durante un periodo que abarcó desde 1800 hasta 1823.

De ahí que aquel “patronazgo”, dedicado de forma simple a Sant Albert, cobre mucho sentido, y más aún cuando no resulta nada descabellado pensar que Martí, además, les oficiara misas en aquella misma iglesia, donde después convergerían, y mediante señas, tal como se hizo durante el primer examen público, con independencia de que no existan noticias de aquellos hechos.

Otra cuestión que corrobora lo anterior, es el detalle de que en varias actas municipales, se cite en explícito, “al maestro Albert”, sin más, o que se haga constar que su gracia entera era Juan Albert y Martí, dando de aquel modo a entender que Albert no era patronímico sino el primer apellido, siendo el segundo Martí, al igual que sucede en el Registro de sacerdotes franceses afincados en Barcelona, en el año 1799, donde figura registrado como “Albert, Don Juan, y Martí = Pbro. Francés…”

Conclusiones

Tal como se ha visto, existen todavía muchas incógnitas respecto a Martí. Aunque algunas de ellas se hayan solucionado por mediación de hipótesis, eso sí, basadas en documentos o en hechos muy concretos. Aunque la principal de ellas pasa por no tener noticia alguna, referida a los dos manuales o libros que al parecer elaboró Martí durante su estancia en Barcelona, ya que estos no han aparecido.

Enigma, que tal vez pase directamente por la contraposición de los intereses de Martí respecto a los del propio Hervás, pues todo apunta a que una de las muchas razones que atrajo a Hervás para volver a España, fue la defender y rentabilizar la inversión que había realizado en su libro Escuela Española de Sordomudos, cuestión evidentemente lícita y muy humana, pero que en cierto modo pudo perjudicar los intereses de Martí, al tener intención éste de publicar sus dos manuales manuscritos, dedicados justamente a la enseñanza de los sordos.

Pero justamente por lo mismo, se entiende el hecho de que Martí y Hervás se decidieran a embarcarse en aquella aventura barcelonesa, dedicada en directo a abrir una escuela para sordos, pero cada uno por motivos distintos y ambos por motivos muy particulares, que de una forma u otra vinieron a confluir en dicha escuela, que de aquella forma se pudo abrir, siendo un buen ejemplo para el resto de España, y con indiferencia de que los deseos de ambos se vieran, en buena parte, incumplidos.

Un hecho a resaltar, pasa por la circunstancia de que el nombre y los dos apellidos de Martí, siendo como era francés, tuvieran aires de ser netamente españoles. Circunstancia que se une al detalle de que sus cartas a Hervás, se las dirigiera en un perfecto castellano, en sus formas y en su uso, y no en francés, o que decidiera enseñar a los ágrafos sordos barceloneses, algo tan complejo como era la Gramática castellana.

Otro hecho digno de resaltar, es que Martí “desapareció” a su regresó a Francia, pues no figura, por ejemplo, en la plantilla de la escuela de sordos de París, ni está citado por ningún autor francés. Del mismo modo que tampoco hay ninguna obra suya en la Biblioteca Nacional de París. Hechos todos ellos que podrían indicar que a su vuelta a Francia, Martí abandonó definitivamente la enseñanza de sordos, volviendo a de nuevo a ocupar una parroquia, como simple sacerdote.

Cuestiones todas que no desmerecen en absoluto la labor de Martí en Barcelona, en pro de la educación de los sordos, ya que gracias a él, la escuela municipal de sordos barcelonesa ha tenido continuidad hasta nuestros días, resultando ser Martí, indudablemente, el genial pionero de aquella misma escuela, ejemplo el suyo que seguirán otros muchos personajes, pero en aquel caso, casi todos ellos catalanes de nacimiento.

Bibliografía básica

Lorenzo Hervás y Panduro, Escuela Española de Sordomudos o Arte para enseñarles a escribir y hablar el idioma español, Madrid, 1795, II Volúmenes.

A. Gascón Ricao y J. G. Storch de Gracia y Asensio, Historia de la educación de los sordos en España, y su influencia en Europa y América. Editorial universitaria Ramón Areces, Colección “Por más señas”, Madrid, 2004.


[1] Juan Pablo Bonet, Reducción de las letras y Arte para enseñar a hablar los mudos, Madrid, 1620. Siguiendo la obra fonética de Pablo Bonet, en Holanda, le siguió Conrado Amman (1669-1724), y en Gran Bretaña, Juan Bulwer (1614-1684), y Juan Wallis (1616-1703). A. Gascón Ricao, “Juan Pablo Bonet, pionero de la fonética y sistematizador de la enseñanza a sordomudos”, Programa Europa de Estancias de Investigación 1987/2002, Zaragoza, 2003, pp. 237-242.
[2] Según las Crónicas benedictinas, para pasto interno, el monje Pedro Ponce de Ponce, residente en el monasterio de Oña (Burgos), durante el siglo XVI, había conseguido enseñar a “hablar”, leer y escribir a dos sobrinos del Condestable de Castilla, y por lo mismo se le consideró como el primer hombre que lo había conseguido, y cuando la historia no fue precisamente de aquel modo. A. Gascón Ricao y J. G. Storch de Gracia y Asensio, Fray Pedro Ponce de León y los antiguos mitos sobre la educación de los sordos, Editorial universitaria Ramón Areces, Colección “Por más señas”, Madrid, 2006.
[3] Benito Jerónimo Feijoo y Montenegro, Teatro crítico universal. Madrid, 1730, Tomo IV, Discurso 14, números 100 y 101; Cartas eruditas y curiosas. Madrid, 1759, Tomo IV, Carta séptima, núm. 2.
[4] A. Gascón Ricao, La defensa de Lorenzo Hervás y Panduro y Tomás Navarro Tomás de la persona y de la obra de Juan de Pablo Bonet, ante las malévolas acusaciones de Jerónimo Feijoo, www.cervantesvirtual. com/FichaObra.htlm?Ref=32207.
[5] A. Gascón Ricao, “Pedro Ponce de León y Juan Pablo Bonet, dos doctrinas pedagógicas enfrentadas”, www.ucm.es/info/civil/herpan/docs/ponce_bonet.pdf.
[6] En base a unos ambiguos comentarios aparecidos en aquellas Crónicas, se ha estado buscando durante dos siglos el supuesto tratado de Ponce de León, donde se suponía explicaba su doctrina pedagógica, dándole sus buscadores, incluso, título a la obra, Doctrina para los mudos-sordos. “Tratado” que apareció en el Archivo Histórico Nacional de Madrid en 1985, reducido a un simple folio a dos caras, y además, incompleto, y donde se puede comprobar lo primitivo de su método, de compararlo con lo publicado por Pablo Bonet. Álvaro López Núñez, Licenciado Lasso: Tratado legal de los mudos o Tratado de Tova”, Madrid, 1919.
[7] L’Epée, abrió su primera escuela, en su caso, particular y gratuita en 1760. Siguiendo el ejemplo de L’Epée, el alemán Samuel Heinicke también abrió escuela en 1774, partidario en su caso de escuela oralista a diferencia de L’Epée, partidario del uso de los signos, escuelas por tanto abiertas 35 y 21 años respectivamente, antes que la escuela de Madrid.
[8] Resulta cuando menos chocante, observar que en las últimas películas españolas, donde el principal protagonista es Goya, ver a un Goya oyendo y hablando perfectamente, cuando no era así, pues consta por una carta de Ramón Posada, a la sazón presidente de la Junta de Gobierno de la Academia de San Carlos, de Méjico, fechada en Madrid el 26 de noviembre de 1794, de que Goya se comunico con él mediante notas escritas, respondiendo Posada con el mismo medio. Prueba de que en aquel año Goya ya había dejado de hablar. A. Gascón Ricao, “Las cifras de la mano de Francisco de Goya, Boletín del Museo e Instituto Camón Aznar, Zaragoza, nº LXXXII, Año 2000, pp. 273-281.
[9] Así en Madrid, sustituto del Real Colegio de Sordomudos de San Fernando, habrá el Real Colegio de Sordomudos y Ciegos, y después el Colegio Nacional de Sordomudos y Ciegos, cuando en el resto de España no había ningún otro colegio de aquellas características, con la única excepción de Barcelona, que desde los principios del siglo XIX se preocupó al tener dos escuelas abiertas, totalmente municipales, universales, gratuitas y obligatorias, dedicadas en exclusiva a la enseñanza de sordos y ciegos.
[10] Lorenzo Hervás y Panduro, Escuela Española de Sordomudos o Arte para enseñarles a escribir y hablar el idioma español, Madrid, 1795, II Volúmenes. Ángel Alonso Cortés, Lorenzo Hervás y el lenguaje de los sordos, www.ucm.es/info/circulo/no4/alonsocortes.htm; María Isabel Corts Giner y Eduardo García Jiménez, La enseñanza de los sordomudos en España en el siglo XVIII a través de la obra de Hervás y Panduro, www.cervantesvirtual.com/FichaObra.html?Ref=28530; de los mismos autores, La enseñanza de los sordomudos en España en los siglos XVII y XVIII. Análisis comparativo de las obras de J. P. Bonet y L. Hervás y Panduro, www.cervantesvirtual.com/FichaObra.html?Ref=28402. A. Gascón Ricao y J. G. Storch de Gracia y Asensio, Lección 13. Lorenzo Hervás y Panduro. www.cervantesvirtual. com/FichaObra.html?Ref=302678.
[11] José Miguel de Alea, (1795) Carta dirigida al editor del Diario Madrid, Madrid: “La Academia Calasancia”, XVI, 1906-1907, pp. 256-263, 286-290, 322-326. Alea, durante la ocupación francesa de 1808, dirigirá el Real Colegio de Sordomudos de Madrid, teniendo que exiliarse en Francia, a la retirada de los invasores en 1814, al ser, según la denominación de aquella época, un afrancesado.
[12] El misterio de aquella historia, relatada por Alea, es que el Padre Vidal, supuesto miembro de los escolapios del Colegio de Santo Tomás de Zaragoza, según comentario del propio Santa Fe, no figura en la relación de maestros de dicho colegio y en la época, y ni la propia orden escolapia lo reconoce como miembro, al no figurar en sus registros internos.
[13] A. Gascón Ricao, “Gregorio de Santa Fe, un sordo aragonés ilustrado en el Madrid goyesco”. “Trébede. Mensual Aragonés de Análisis, Opinión y Cultura”, números 28/29, 1999. A. Gascón Ricao y J. G. Storch de Gracia y Asensio, Historia de la educación de los sordos en España, y su influencia en Europa y América. Editorial universitaria Ramón Areces, Colección “Por más señas”, Madrid, 2004. Ver Lección 15.1., “Gregorio de Santa Fe, un sordo aragonés ilustrado”.
[14] C. M., L’Epée La véritable manière d'instruire les sourds et muets, confirmée par une longue expérience, París, 1794.
[15] José Miguel Alea, Continuación del discurso de Sicard “sobre los sordomudos”, Revista Variedades de ciencias, literatura y artes, Madrid, 1803-1804, Vol. 2, pp. 109-120; J. M. Alea, Lecciones analíticas para conducir a los sordomudos al conocimiento de las facultades intelectuales, al Ser Supremo y al de la moral: obra igualmente útil para los que oyen y hablan / escrita en francés por R. A. Sicard; traducida y aumentada con un Apéndice de observaciones ideológicas sobre la capacidad de los sordomudos para las ideas abastractas (sic) y generales por José Miguel Alea, Madrid, 1807; J. M. Alea, Éloge de l’abbé de L’Epée, traducida del castellano por…, París, 1824.
[16] Ramón Ferrerons Ruiz: “Acerca del maestro de sordos francés Juan Albert Martí”. Revista “Faro del Silencio”, 1999, núm. 170, mayo-junio; A. Gascón Ricao y J. G. Storch de Gracia y Asensio, Historia de la educación. Ver Lección 18.1., “Juan Albert Martí, y la primera Escuela Municipal de Sordomudos de Barcelona (1800-1802)”.
[17] Por no crear confusiones, dado que de primer apellido se llamaba Albert, en apariencia un nombre común, se ha optado por citar al personaje, a todo lo largo del trabajo, por su segundo apellido: Martí.
[18] Susan Plann, “Roberto Francisco Prádez: sordo, primer profesor de sordos”. Revista Complutense de Educación. Madrid, 1999, vol. 3, nº 1 y 2; Una minoría silenciosa, Madrid, 2004; A. Gascón Ricao y J. G. Storch de Gracia y Asensio, Historia de la educación. Ver Lección 16.1., “El “affaire” Rouyer”.
[19] Pedro Pablo Abarca de Bolea y Ximénez de Urrea, Conde de Aranda, Castillo de Siétamo, (Huesca), 1719 – Épila, (Zaragoza), 1798.
[20] Tomás de Lorenzana Butrón, León, 1727 – Gerona, 1796. Obispo de Gerona, 1775-1796.
[21] Biografies. Sacerdots francesos. Finals s. XVIII. ADB. Se tienen noticias, casi contemporáneas, que durante aquel mismo periodo, 1792 – 1801, emigraron a España más de 10.000 sacerdotes franceses, sólo en la diócesis de Toledo había más de 500, a los cuales habría que sumar 2.000 más, exiliados en Portugal. Según Caussergues, “Calculando en 500 francos la manutención y vestuario de estos doce mil eclesiásticos franceses, durante 9 años, resulta para España y Portugal, un gasto de 54 millones”. Jean Claude de Caussergues, Observaciones varias sobre la Revolución de España: la intervención de la Francia…, Perpiñán, 1823, p. 162.
[22] R. Ferrerons Ruiz, artículo citado.
[23] Eustaquio de Azara Perera, Barbuñales, (Huesca), 1727 – Barcelona, 1797. Obispo de Barcelona 1794-1797.
[24] Llicèncias ministerials, vol III. Archivo Diocesano del Obispado de Barcelona.
[25] R. Ferrerons Ruiz, art. cit.
[26] Pedro Díaz de Valdés, Gijón, 1740 – Barcelona, 1807. Obispo de Barcelona 1798-1807.
[27] Biografies. Sacerdots francesos. Finals s. XVIII. ADB.
[28] Blas de Aranza, mantuvo con Hervás una breve correspondencia, concretamente tres misivas, entre julio de 1799 y abril de 1800, donde Aranza le daba noticias de Barcelona y de la buena marcha de la escuela de sordos, prueba de su interés por aquella escuela y de su relación personal con Hervás.
[29] L. Hervás y Panduro, Cartas familiares del abate Hervás, BNE, ms. 22996, f.66.
[30] Antonio Astorgano Abajo, Las cartas familiares de Hervás, como información lingüística literaria, www.cervantesvirtual.com/DichaObrahtlm?Erf=26028.
[31] Carta del abate Don Juan Andrés sobre el origen y las vicisitudes del arte de enseñar a hablar a los mudos sordos / Juan Andrés y Morell, Madrid, 1794. De conocer como ahora se conoce, la historia de aquella misma educación en España, Juan Andrés, el autor de aquella obra, editada antes en Italia, era bastante más ignorante que Hervás, pues, Hervás, en su obra de 1895, daba muchas y mejores noticias directas, tanto de autores como de obras genéricamente dedicadas al asunto de los sordos o de maestros, dentro de su primer volumen. Obra, la Hervás, de la que se aprovecharon numerosos autores españoles en los principios del siglo XX, en su beneficio y sin citarlo, a diferencia de la de Juan Andrés, que no mereció casi ningún comentario y con motivo de sus evidentes errores.
[32] L. Hervás y Panduro, Cartas familiares del abate Hervás, Biblioteca Nacional de Madrid, (BNM), Ms. 22996, ff. 120-129v. Cortesía de Antonio Astorgano Abajo.
[33] A. Astorgano Abajo, Hervás, la Bascongada y los lingüistas del vasco-iberismo, en el marco del fuerismo, San Sebastián, 2003.
[34] L. Hervás y Panduro, ob. cit., Vol. II, p.7.
[35] Silvestri, en base a aquellos mismos apuntes que había tomado en París, al año siguiente dio fin a un Tratado al cual le puso por título Sulla maniera di far parlare e d'istruire speditamente i sordi e muti dalla nascita, pero el texto quedo inédito y sin imprimir, salvo en algunas de sus partes, que se decidieron imprimir tardíamente en 1889, pero el manuscrito original de dicha obra se conserva hoy en el Istituto Nazionale dei Sordi en Roma.
[36] Melchor Sánchez de Yebra, Libro llamado Refugium infirmorum, muy útil y provechoso para todo género de gente, en el cual se contienen muchos avisos espirituales para socorro de los afligidos enfermos, y para ayudar a bien morir a los que están en lo último de su vida; con un Alfabeto de S. Buenaventura para hablar por la mano, Madrid, 1593.
[37] J. de Pablo Bonet, ob. cit.
[38] Pedro Martínez Palomares, “Los inicios de la educación oralista en el Real Colegio de Sordo-mudos (1814-1823)”, en El largo camino hacia una educación inclusiva: la educación especial y social del siglo XIX a nuestros días: XV Coloquio de Historia de la Educación, Pamplona-Iruñea, 29, 30 de junio y 1 de julio de 2009, Pamplona, 2009, pp. 283-295.
[39] Silabario es un texto destinado a la enseñanza inicial de la lectura, o alfabetización, basado en la presentación de palabras sencillas, descompuestas en sílabas.
[40] Acords, 4 de febrero de 1800, f. 37, Ajuntament Borbònic (AB), Arxiu Històric de la Ciutat (AHC).
[41] Acta citada del día 4 de febrero de 1808.
[42] Acta cit. Cuando en los textos, procedentes de las Actas de Ayuntamiento de Barcelona, figure […], significa que el texto original está abreviado, pero para una mayor comprensión del lector, se ha decidido escribir, amparado bajo mismo epígrafe […] el texto completo.
[43] Juan Antonio de Fivaller y de Bru, Marqués de Villel, sería vocal por Cataluña, durante el periodo de las Cortes de Cádiz, formando parte de la Junta Central Suprema y Gubernativo del Reino, desde septiembre de 1808 a enero de 1810. De aquel periodo o de su intervención en la Guerra de la Independencia, Carlos Marx y Federico Engels, afirman lo siguiente de él: “En Cádiz, que era lo más revolucionario de España en aquella época, la presencia de un delegado de la Junta Central, el estúpido y engreído marqués de Villel provocó una insurrección el 22 y 23 de febrero de 1809, que de no haber sido desviada a tiempo hacia el cauce de la guerra por la independencia, hubiera tenido las más desastrosas consecuencias.” Carlos Marx y Federico Engels, “La España revolucionaria”, New Cork Daily Tribune, 27 de octubre de 1854.
[44] Acta cit.
[45] Acta cit.
[46] A. Gascón Ricao y J. G. Storch de Gracia y Asensio, Historia de la educación. Ver Lección 11.3.3., “Jorge Dalgarno (1626-1687) y su Didascalocophus”.
[47] A. Gascón Ricao y J. G. Storch de Gracia y Asensio, Historia de la educación. Ver Lección 11.5.3., “Juan Luis Fernando Arnoldi (1737-1783)”.
[48] 7 de marzo de 1800, Acords, fol. 60-61, AB, AHC.
[49] Acta cit.
[50] Acta cit.
[51] Acta cit.
[52] L. Hervás y Panduro, Cartas familiares del abate Hervás, BNM, Ms. 22996, f. 121. Cortesía de Antonio Astorgano Abajo.
[53] Acords, 11 de marzo de 1800, f. 63, AB, AHC.
[54] 4 de abril de 1800, Acords, fol. 109, AB, AHC.
[55] R. Ferrerons Ruiz, art. cit.
[56] 16 junio de 1801, Acords. AB, AHC.
[57] A. Gascón Ricao y J. G. Storch de Gracia y Asensio (2003): “Salvador Vieta i Catá, segundo maestro barcelonés de sordos (1805-1806)”, publicado en www.ucm.es/info/civil/herpan/docs/vieta.pdf
[58] A. Gascón Ricao y J. G. Storch de Gracia y Asensio (2003): “La escuela de sordomudos de la Junta de Comercio de Barcelona (1838-1840)”, publicado en www.ucm.es/info/civil/herpan/docs/moralejo.pdf.
[59] Joan Amades, Històries i llegendes de Barcelona. Segunda edición, Barcelona, 1984, Vol. I, pp. 327-328.

Cómo citar este artículo:
Gascón Ricao, A. (2009). «». En Biografías y Vidas. La enciclopedia biográfica en línea [Internet]. Barcelona, España. Disponible en [fecha de acceso: ].