Eduardo Úrculo

(Santurce, 1938 - Madrid, 2003) Pintor español. Creador determinante en la historia de la vanguardia en España, Eduardo Úrculo fue el impulsor del pop art en España y, junto con el desaparecido Equipo Crónica, uno de sus máximos representantes. Aunque a lo largo de su trayectoria artística pasó por diversos estilos, desde el expresionismo social de sus inicios hasta el neocubismo de algunas pinturas de los últimos años, fue dentro de la corriente del pop art donde su obra se manifestó con un lenguaje más audaz y personal. A lo largo de su vida realizó un sinfín de exposiciones, algunas de ellas tan importantes como la que en 1997 le dedicó el Centro Cultural de la Villa de Madrid o la muestra antológica que en 2000 le ofreció el Museo de Arte Contemporáneo de Caracas.


Eduardo Úrculo

Eduardo Úrculo nació el 21 de septiembre de 1938 en la localidad vizcaína de Santurce. En 1941, los rigores y penurias posteriores a la Guerra Civil empujaron a su familia a trasladarse a Sama de Langreo, una pequeña, y por aquel entonces próspera, población de la cuenca minera asturiana.

En dicha localidad transcurrió su infancia, que, como la de tantos otros niños españoles de la posguerra, estuvo marcada por la carestía y las obligadas estrecheces de aquellos años difíciles. En 1948 ingresó en el instituto de enseñanza media, pero cuatro años más tarde dejaría los estudios para empezar a trabajar como ayudante de topografía en una empresa minera.

Aun así, los años que pasó en dicho centro no fueron en balde, toda vez que allí fue donde despertó su interés por el dibujo y donde descubrió, a través de libros ilustrados, la obra de pintores como Henri de Toulouse-Lautrec, Vincent van Gogh o Amedeo Modigliani. «Fue gracias a aquellas reproducciones de escasa calidad que empecé a familiarizarme con unos cuadros que nunca había visto», diría años más tarde rememorando sus azarosos inicios artísticos.

En 1954, a causa de una grave hepatitis, tuvo que permanecer en cama cerca de nueve meses, circunstancia que aprovechó para dedicarse más al estudio del dibujo y la pintura. Una vez repuesto de la enfermedad, y reincorporado de nuevo a su antiguo trabajo, empezó a pintar -a la manera de sus admirados pintores impresionistas- las casas, los recovecos y las calles de su villa adoptiva. Éste fue precisamente el tema de su primera exposición individual, que tuvo lugar en 1957 en el vecino pueblo de La Felguera (Asturias).

Primeras creaciones y transición

Tras esa muestra, el Ayuntamiento de Langreo le concedió una beca que le permitió trasladarse a Madrid, donde asistió a clases en el Círculo de Bellas Artes y en la Escuela Nacional de Artes Gráficas. Asimismo, durante su estadía en la capital de España, se dedicó a pintar el ambiente paupérrimo de las fábricas y los suburbios con una clara intención de denuncia. Las obras pertenecientes a esta época han sido catalogadas por la crítica como «pintura social» o «expresionismo social».

Al año siguiente, el joven Úrculo vio hecho realidad uno de sus sueños de la infancia: viajar a París. En la capital francesa, además de recibir clases en La Grande Chaumière, tuvo la oportunidad de ver con nuevos ojos muchas de aquellas obras que de niño había aprehendido a través de las imágenes en blanco y negro de los libros ilustrados.

En 1960 el servicio militar lo llevó al Sahara Occidental primero y un año después a las Islas Canarias. En Tenerife trabó amistad con el artista surrealista Eduardo Westerdahl, bajo cuya influencia pintaría una serie de obras abstractas (las únicas de su carrera). Aquellas exploraciones, aun siendo efímeras, le sirvieron, no obstante, para enriquecer plásticamente su pintura y adquirir mayor soltura en la técnica y el tratamiento de la materia. En febrero de 1962 viajó nuevamente a París, donde retomó el expresionismo figurativo y los temas de fondo social que habían caracterizado sus primeras obras.

En 1966, y después de pasar por una fuerte crisis creativa que le hizo abandonar la «pintura social», se instaló en Ibiza, en aquellos tiempos auténtica meca del movimiento hippy. Este período de transición y profundo cuestionamiento de la práctica pictórica culminó un año más tarde cuando, en un viaje por el norte de Europa, descubrió -en una exposición antológica de pop art americano en Estocolmo- los trabajos de Andy Warhol, Roy Lichtenstein y Robert Rauschenberg. Lo que con tanto afán había buscado en Ibiza -un nuevo lenguaje creativo- lo encontró finalmente, como por arte de magia, en Suecia.

La «época erótica»

Su pintura enseguida se imbuyó de los postulados del pop art, lo que técnicamente se tradujo en el abandono del óleo por el acrílico y en la utilización de una paleta de colores mucho más cálida, cromáticamente más próxima al mundo de la publicidad y el cómic. Asimismo, en lo temático, su pintura también experimentó cambios substanciales: su máximo referente pasó a ser el cuerpo femenino, que, ya entero ya fragmentado, representó en sugerentes posiciones.

Este período, que abarcaría los últimos años sesenta y toda la década de los setenta, ha sido definido como «época erótica». Pero aun así, las obras de esos años no serían tan banales -y más teniendo en cuenta la situación política de la España de aquella época- como a simple vista pudiera parecer.

El propio artista, reafirmando precisamente el carácter transgresor de dichas pinturas, diría: «Mis trabajos de entonces participaban de algún modo de la llamada “revolución sexual”, tenían un propósito de lucha, de autoafirmación frente a un sistema represivo». Coincidiendo con el embarazo de su esposa, en 1975, enriqueció su repertorio iconográfico con un nuevo elemento, la vaca, con el que quería simbolizar la fertilidad y la maternidad.

Exploración de nuevos caminos

A partir de los años ochenta, los motivos autobiográficos irán desplazando paulatinamente a los anteriores. Así, la soledad del hombre moderno, la figura del viajero errabundo o la relación del artista con su obra, quedará plasmada en el lienzo a través de esos inquietantes personajes -álter ego del propio artista-, ataviados con sombrero y siempre de espaldas al espectador. Estas figuras ensimismadas y de mirada ausente serían, según su autor, una representación existencial del hombre que «como protagonista solitario de un periplo metafórico, bucea en los espacios de lo íntimo más allá de la ciudad vacía».

En 1984 realizó sus primeras esculturas en bronce, que pudieron verse expuestas al año siguiente en la feria de arte contemporáneo Arco. Sin abandonar nunca la pintura, la escultura irá ocupando, sobre todo a partir de la década siguiente, un papel cada vez más relevante en su actividad. En estas piezas, Úrculo, que siempre se definió como «un pintor que hace esculturas», reproducirá en bronce fundido algunas de las imágenes más significativas de su repertorio: sillas vacías, maletas, paraguas, sombreros, etc.

Con todo, sus esculturas más conocidas serán aquellas que se emplazaron en lugares públicos, como: El viajero (1991), en la estación de Atocha de Madrid; Homenaje a Santiago Roldán (1993), en los jardines de la Villa Olímpica de Barcelona; El regreso de Williams B. Arrensberg (1993), en Oviedo, o Exaltación de la manzana (1996), en el parque Ballina de Villaviciosa.

En los últimos años, y fruto de la admiración que sentía por las estampas japonesas, nació una serie de obras de temática oriental que tenían como protagonista la figura de la geisha. A diferencia de épocas pasadas, no representará a la mujer oriental desnuda, sino vestida con el tradicional kimono. Esta vestimenta, en cierto modo, será un pretexto en el que proyectará geométricos y rítmicos juegos compositivos.

El 31 de marzo del 2003, cuando en compañía de su esposa, Victoria Hidalgo, asistía a un almuerzo en la Residencia de Estudiantes de Madrid, falleció repentinamente a causa de un ataque cardíaco. Hasta ese momento, el artista estaba lleno de vitalidad y de proyectos; tan sólo tres semanas antes había asistido en Pekín a la inauguración de una exposición antológica de su obra y para julio tenía prevista su primera muestra en Nueva York, en la Galería Galander O’Reilly, proyecto que llevarían adelante su viuda y el hijo del pintor, Yoann, nacido de su primer matrimonio con la francesa Annie Chanvallon.

Cómo citar este artículo:
Tomás Fernández y Elena Tamaro. «» [Internet]. Barcelona, España: Editorial Biografías y Vidas, 2004. Disponible en [página consultada el ].