Salvador Rueda
(Salvador Rueda Santos; Benaque, Málaga, 1857 - Málaga, 1933) Poeta español que fue uno de los más destacados precursores del modernismo. Comenzó su carrera literaria como periodista en diarios de Andalucía. En 1880 envió su poema Arcano a Gaspar Núñez de Arce, quien le ofreció trabajo en La Gaceta de Madrid. Se trasladó entonces a la capital, donde, con los años, colaboró en los más prestigiosos periódicos y revistas de su época. Incursionó en todos los géneros (narración, teatro, ensayo y poesía), pero es sobre todo en esta última actividad donde más logros alcanzó. Su poesía, demasiado vasta en producción y temas, atestigua la riqueza exuberante de un espíritu no suficientemente disciplinado, circunstancia que da a sus páginas un evidente carácter discontinuo en cuanto a los matices. Abundante en imágenes, inclinado al fasto decorativo, espléndido innovador de la versificación, creador de un colorido fantástico y prodigiosamente musical, Rueda es considerado un precursor del modernismo, movimiento que no quiso aceptar como teoría, aunque igualmente los poetas hispanoamericanos vieron en él a un maestro.
Salvador Rueda
Nacido en el seno de una familia campesina, tuvo apenas una educación elemental, aunque desde muy joven recibió clases de latín y lírica española de manos de un sacerdote de su aldea natal. Entre 1870 y 1882 residió en Málaga, donde desempeñó diversos oficios y publicó sus primeros poemas, que aparecieron en el periódico El Mediodía de Málaga. En 1880 vio la luz su primer libro, Renglones cortos, integrado por versos publicados con anterioridad en el citado periódico desde su nuevo puesto de redactor y caracterizado por cierto prosaísmo quintanesco, que parecía situarlo dentro de la lírica decimonónica. Su siguiente obra, Noventa estrofas (1883), lo reveló sin embargo como un poeta innovador en las formas métricas. Publicado en Madrid, adonde se había trasladado para incorporarse a la redacción de La Gaceta de Madrid, el libro contó con un prólogo de Gaspar Núñez de Arce, su mentor en la capital de España, a quien iba dedicado.
A partir de entonces Rueda se consagró al estudio de los clásicos españoles del Siglo de Oro y de algunos extranjeros (Chateaubriand, Lamartine y, sobre todo, Víctor Hugo), mientras, alentado por su amigo Alfredo Vicente, publicaba sus primeros “cuadros andaluces” en el diario madrileño El Globo. Éstos, recogidos poco después en el libro Cuadros de Andalucía (1883), inauguran una serie de colecciones de cuentos en los que domina la descripción del ambiente regional y folclórico: El patio andaluz (1886), El cielo alegre (1887), Bajo la parra (1887), Granada y Sevilla (1890), Tanda de valses (1891) y Sinfonía callejera (1896). A estos rasgos hay que sumarle el cromatismo y un acusado sensualismo, muy presentes también en sus primeras novelas -El gusano de luz (1889), La reja (1890), La gitana (1892)-, que llevaron a Juan Ramón Jiménez a llamarle “el colorista nacional”.
El desbordamiento de los sentidos, unido al culto a la belleza y al arte que refleja toda su obra, han hecho que una parte de la crítica considere al poeta malagueño como el verdadero precursor del modernismo español, anterior incluso a Rubén Darío. De hecho, dos años antes de que el nicaragüense dedicara un elogioso y significativo “Pórtico” en verso al poemario de Salvador Rueda titulado En tropel (1892), el malagueño ya había escrito piezas tan audaces como los sonetos que componen el Himno a la carne (1890), libro del que Juan Valera censuró su “sensualidad enfermiza”, pero cuya aproximación al acto sexual, cargada de mística religiosidad, idealiza este último y supera el erotismo explícito. También su novela La cópula (1906) fue atacada en su momento por naturalista e impúdica, pese a que su visión del amor y el sexo, encajada en un panteísmo espiritual y simbólico, la aleja de cualquier pornografía al uso.
Esta consideración de Rueda como pionero del modernismo se justifica asimismo en su interés por la renovación de la métrica, el mismo que reflejan los artículos recopilados en El ritmo (1894), así como en una vena típicamente parnasiana en obras como La bacanal (1895), Mármoles (1900) o Trompetas de órgano (1907), en las que recreó en verso las impecables bellezas del mundo clásico. Fue Rueda quien introdujo a su gran amigo Rubén Darío en los círculos literarios madrileños y quien le abrió las puertas de las redacciones tras su llegada a España en 1892. Sin embargo, un artículo publicado en La Nación de Buenos Aires el 24 de agosto 1899, en el que Darío acusaba al poeta malagueño de haber defraudado las esperanzas de renovación en la lírica castellana, acabó provocando la ruptura definitiva entre los dos autores.
Pese a ello, el prestigio de Salvador Rueda siguió creciendo en España; la madurez poética alcanzada con libros como Fuente de salud (1906) y Lenguas de fuego (1908) mereció su coronación en Albacete (1908) y el reconocimiento como primer modernista por parte de críticos tan influyentes como Andrés González Blanco. En diciembre de 1909 emprendió el primero de sus numerosos viajes a América, en este caso a Cuba, enviado por la Junta Facultativa de Archivos para estudiar la organización de los archivos de La Habana. En esta ciudad fue de nuevo coronado poeta en agosto de 1910; regresó a España en octubre de 1911, pero no tardó en realizar otros viajes a Cuba y Argentina (1912-1913), Brasil (1914) y Filipinas (1915).
Desde enero de 1916 una enfermedad pulmonar le obligó a pasar algunas temporadas en la isla de Tabarca (Alicante), lo que no le impidió ocupar su nuevo empleo en la Biblioteca de Derecho de Madrid, una vez ascendido a jefe de tercer grado dentro del Cuerpo de Archivos, Bibliotecas y Museos. Apenas transcurrido un año, el 9 de diciembre de 1916 partió nuevamente hacia Filipinas y en noviembre de 1917 emprendió su último viaje a América para recalar en México y, otra vez, en Cuba. Los cinco viajes a América y a Filipinas (1909-1918), precedidos siempre por la fama de sus versos, acabaron afianzándole en el papel de misionero de la Hispanidad, tal como refleja el extenso y tardío poema El milagro de América (1929).
En 1919 alegó una vieja afección de bronquitis para solicitar su traslado a la Biblioteca Provincial de Málaga, donde trabajó hasta que en 1927 fue jubilado a petición propia. Elegido académico correspondiente de la Andaluza en junio de 1926, pasó sus últimos años entregado a una vida austera, mientras recibía frecuentes homenajes de sus paisanos y continuas visitas de poetas como José María Souvirón y Manuel Altolaguirre en su casa de Gibralfaro. Rueda es también autor de algunas piezas dramáticas que son una mera prolongación de su obra lírica, como los idilios La musa (1901), La guitarra (1907) y Vasos de rocío (1908). En última instancia, fue decisivo su papel de nexo entre el romanticismo y el modernismo gracias a su personal aportación a este movimiento, que habría de influir decisivamente en las primeras obras de Francisco Villaespesa, Gregorio Martínez Sierra y el propio Juan Ramón Jiménez.
Cómo citar este artículo:
Fernández, Tomás y Tamaro, Elena. «».
En Biografías y Vidas. La enciclopedia biográfica en línea [Internet]. Barcelona, España, 2004. Disponible en
[fecha de acceso: ].