Arthur Penn
(Philadelphia, 1922 - Nueva York, 2010) Director de cine estadounidense. Después de la Segunda Guerra Mundial se unió a una compañía de teatro como actor y asistió a clases de arte dramático en el Actor's Studio; en 1951 entró en la cadena de televisión NBC como regidor de programas. En 1958 realizó su primera película, El zurdo; la fría acogida que tuvo en su estreno significó un freno temporal en su carrera cinematográfica, pero prosperó como director de teatro en obras de Broadway. En 1962 regresó al cine con El milagro de Ana Sullivan, película por la que Anne Bancroft y Patty Duke ganaron sendos Oscar. En 1964 sufrió un nuevo revés con Acosado (1965), mientras que La jauría humana (1966), con Marlon Brando, fue recibida con división de opiniones. Su siguiente filme, Bonnie y Clyde (1967), constituyó un éxito rotundo, logrando por fin hacer valer su talento. Al igual que Bonnie y Clyde, algunas otras de sus películas abordan el pasado en términos aplicables al presente, y muchos consideran sus filmes de los años 60 como las obras estadounidenses más relevantes de la pantalla de esa época. Fue nominado al Oscar al mejor director en tres ocasiones y ocupó una posición privilegiada en el panteón de Hollywood en los años 60 y 70. Sus obras posteriores fueron desiguales, lo cual contribuyó a menguar su prestigio.
Arthur Penn
Desde los tiempos del instituto el teatro interesó al joven Arthur Penn, que llevaría su inclinación por la escena hasta Fort Jackson, donde estuvo destinado durante la Segunda Guerra Mundial. Más tarde se unió a la compañía teatral de Joshua Logan y completó sus estudios en Italia, en el Actor's Studio, bajo las directrices de Michael Chekhov. Tras estos inicios como actor, pasó a la televisión; para la NBC trabajó como regidor en la Colgate Comedy Hour, y antes de dos años ya había empezado a escribir y dirigir dramas para Philco Playhouse, un espacio televisivo que adaptaba novelas, obras de teatro, historias originales e incluso musicales de Broadway. Otros directores como Delbert Mann o Robert Mulligan también iniciaron allí sus carreras. En 1951 comenzó a participar en la serie Goodyear Television Playhouse, considerada uno de los mejores shows de televisión, que duró más o menos hasta 1957. Pero el año decisivo para Penn fue 1958. Broadway le aplaudía: Two for the Seesaw sólo sería el primero de muchos éxitos teatrales, y ese mismo año dirigió su primera película.
Las leyendas americanas, o más exactamente, los personajes legendarios, han conocido un tratamiento privilegiado en el cine de Penn: la forma en que los forajidos se vuelven héroes a los ojos del público es lo que valió a Arthur Penn sus éxitos comerciales, pero también fue la causa de una polémica encendida por parte de los practicantes de la doble moral. El zurdo (1958) y Bonnie y Clyde (1967) están separadas por más de diez años, pero ambas llevan impreso el mismo sello. La primera, que supuso el debut cinematográfico del director, se salta la reglas del western tradicional para desarrollar un estudio psicológico sobre el personaje de la novela de Gore Vidal, al que Paul Newman confirió una actitud provocativa con su mera presencia.
Bonnie y Clyde (1967) no estaba destinada a Arthur Penn, sino a François Truffaut, escogido por los dos guionistas, Robert Benton y David Newman, que querían ver la historia trazada al estilo europeo. Pero Truffaut estaba dirigiendo Farenheit 451, y el proyecto pasó a Jean-Luc Godard, quien no congenió con los guionistas. Fue el actor Warren Beatty, que se enamoró del personaje, quien decidió producir la película y contratar a Penn, con quien ya había trabajado en Acosado (1965), para dirigirla.
Warren Beatty y Faye Dunaway en Bonnie y Clyde (1967)
El argumento del filme se basa en hechos y personajes reales. Bonnie Parker, una joven camarera, conoce a Clyde Barrow en una calle de Dallas cuando éste intenta robar un coche. Clyde acaba de salir de la cárcel tras cumplir su condena por asalto a mano armada, y Bonnie, hastiada de la monotonía, decide irse con él. Su encuentro será el punto de partida de una fulgurante carrera delictiva que tiene como telón de fondo la época de la Depresión. Pronto se les unirá Clarence W. Moss, un joven empleado de gasolinera que maneja con sorprendente destreza los automóviles; y, más adelante, el hermano de Clyde y la esposa de éste. Todos juntos, metralleta en mano, se dedican a asaltar bancos, siempre con alguna víctima mortal, hasta que son reducidos y eliminados por la policía.
Quizás la secuencia más impactante sea precisamente la final, que recoge la muerte de la pareja: para la misma se necesitaron tres mil balas, y se invirtieron tres días de rodaje con cuatro cámaras a velocidades distintas, para luego dar el efecto de cámara lenta en la sala de montaje. Bonnie y Clyde supuso un éxito de taquilla inesperado, y el salto a la fama para Faye Dunaway. Arthur Penn se documentó con profusión antes de iniciar el rodaje, entrevistando a personas que conocieron a la criminal pareja y consultando la prensa de la época. Pero lo que sobre todo debe destacarse es que Penn retrata a la pareja de forajidos no sólo a través de sus acciones delictivas, sino también entre bambalinas, lo que le permite conectar con sus problemas más personales, y prepararlos como esos “héroes ilegales” con los que el espectador puede identificarse.
Ese tratamiento de los héroes, aunque de otra catadura, ya había tenido lugar en La jauría humana (1966), que se alza paradójicamente como una de las películas corales con los personajes más individualistas que ha dado el cine. La jauría humana es quizá el ejemplo de la historia que se crece ante las dificultades (muchos jefes y un productor asfixiante: Sam Spiegel), y cuyo rodaje tormentoso da lugar a un perfecto engranaje, a pesar también de la supuestamente difícil convivencia de tanta estrella en un reparto que contó con Marlon Brando y Robert Redford, entre otras figuras.
La jauría humana (1966)
No siempre la experimentación o la narrativa atípica le dio a Penn buenos resultados. Acosado (1965) creó lazos entre Beatty y el director, pero el público no se identificó con ellos. Las incursiones surrealistas que Penn hace en un personaje paranoico a causa de la persecución de que se siente objeto fue uno de los momentos más bajos del director. A causa quizás de su excesiva implicación en la historia, dejaba de lado al espectador; la clave podía estar en las palabras del personaje: “soy culpable de no ser inocente”. Pero ni siquiera la excelente banda sonora de jazz ayudó.
El restaurante de Alicia (1969) también corría el riesgo de fracasar, pero disfrutó de una suerte distinta, proporcionándole a Penn una nominación al Oscar como mejor director. El hecho de que fuese una comedia musical era un arma de doble filo en Hollywood, aunque Penn, al igual que la canción de Arlo Guthrie que da título a la película, conectó con el espíritu de los sesenta, algo que volvería a hacer con Georgia (1981), a través de un grupo de estudiantes universitarios.
Un año después de El restaurante de Alicia, Arthur Penn asumió otro riesgo: rodar Pequeño Gran Hombre (1970), que fue una de las primeras películas que retrató a los indios como algo más que eternos y sanguinarios enemigos. Los esfuerzos de Dustin Hoffman (de quien se dice que gritó durante más de una hora para conseguir la voz de un hombre de más de cien años) también contribuyeron al éxito. Aún así fue otro actor, Chief Dan George, el que se llevó nominaciones al Oscar y a los Globos de Oro como mejor actor secundario. Era la forma que tenía la Academia de decir que también respetaba al pueblo indio.
Arthur Penn no sólo demostró su dominio del oficio en la mezcla de géneros, sino en formatos clásicos. En el western Missouri (1976) volvió a dirigir a Brando, el indómito sheriff de La jauría humana. En El milagro de Anna Sullivan (1962) adaptó un drama de William Gibson superando a la versión anterior, Deliverance (1919), y sentando las bases para una posterior versión televisiva en 1979. Penn eligió el blanco y negro para quedarse a solas con sus dos personajes femeninos y hacer que ambas, Anne Bancroft y Patty Duke, ganasen sendos Oscar. Y aún tendría lugar en su filmografía una comedia: Penn & Teller Get Killed (1989), otro de sus fracasos comerciales, que además hizo levantar la ceja de los críticos.
Pero fue el thriller el género al que recurrió con más soltura. En 1975 dirigió La noche se mueve, con Gene Hackman, una historia pesimista que evalúa la América posterior al escándalo Watergate. Diez años después repitió género y actor con Agente doble en Berlín (1985), filme comercial y sin pretensiones en el que sin embargo muestra su dominio de la acción, adquirido a través de los años. Con Muerte en el invierno (1987) volvió a tentar el recurso del “remake”, esta vez de My Name is Julia Ross, que en 1945 había dirigido Joseph H. Lewis y protagonizado Nina Foch. Muerte en el invierno cuenta con Mary Steenburgen para interpretar a una actriz que aparentemente es contratada para protagonizar una película, pero que en realidad ha de suplir a una mujer secuestrada y asesinada. Penn se sirve en esta ocasión del decorado para dotar de un fondo inquietante a la historia; con una intención expresionista, la arquitectura de la casa, con sus espejos y sus escaleras, se convierte en el mejor apoyo de una historia claustrofóbica.
En sus últimos trabajos, Penn recurrió de nuevo a obras literarias. The Portrait (1993), un trabajo para televisión basado en la obra de teatro de Tina Howe, recuperó nostálgicamente a Gregory Peck y Lauren Bacall, asumiendo el riesgo no sólo de resucitar a viejas glorias, sino de sumergirse en un relato profundo, alejado de los cánones comerciales, que lo devolvió a una de sus actividades favoritas: el estudio de personajes. Su último trabajo, Inside (1996), constituyó un esfuerzo notable por adaptarse a los tiempos e involucrarse políticamente: Penn situó su cámara frente a las experiencias que Bima Stagg recoge en su novela sobre la historia de un oficial que, en el marco del Apartheid, tortura a un prisionero político Sudafricano, para verse, diez años después, en el lugar del prisionero.
Cómo citar este artículo:
Tomás Fernández y Elena Tamaro. «» [Internet].
Barcelona, España: Editorial Biografías y Vidas, 2004. Disponible en
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