Pablo de Olavide
(Lima, 1725 - Baeza, 1803) Ilustrado español. Nacido en una rica e influyente familia criolla de ascendencia navarra, cursó estudios en el elitista Real Colegio de San Martín, y en la Universidad de San Marcos de Lima, donde se licenció y doctoró en Teología, en el año 1740, para dos años más tarde licenciarse también en Derecho Civil. Su carrera académica culminó en 1742 con la obtención de una cátedra de teología en dicha universidad. Al poco tiempo inició su carrera judicial, que le llevó, en 1745, a ocupar el puesto de asesor del Tribunal del Consulado y oidor de la Audiencia de Lima.
Pablo de Olavide
Pero su rápida ascensión se vio de repente truncada por su actuación algo más que dudosa tras el terremoto que asoló Lima, en 1746, en el que falleció su padre. Olavide fue acusado de ocultación de la herencia paterna y de malversación de caudales, lo que provocó su caída en desgracia dentro de la administración colonial. Pablo de Olavide marchó hacia España, en 1750, para justificar su conducta ante las autoridades del Consejo de Indias. En el año 1754 fue encarcelado y se confiscaron todos sus bienes, pero poco después pudo conseguir la libertad bajo fianza.
Una vez libre de todo cargo, se casó con Isabel de los Ríos, rica viuda que le donó toda su fortuna. Gracias a este matrimonio, a todas luces de conveniencia, Pablo de Olavide pudo empezar a recuperar su deteriorada posición social y saldar sus cuentas con la justicia, mediante el pago de una multa y una breve inhabilitación para desempeñar cargos públicos.
Entre los años 1757 y 1765 realizó tres largos viajes por Francia e Italia, que le dieron la oportunidad de conocer a las figuras más importantes de la Ilustración europea. Gracias a su nueva posición socioeconómica, Pablo de Olavide convirtió su casa de Madrid en uno de los centros de reunión de la elite ilustrada.
Olavide supo aprovecharse de los influyentes personajes que iba conociendo en la Corte, gracias a los cuales pudo reanudar su truncada carrera en la administración, ayudado también por la nueva coyuntura política surgida tras los motines del año 1766. Ese mismo año fue nombrado director de los Reales Hospicios de San Fernando y de Madrid, y en el año 1767 fue designado síndico personero del Ayuntamiento de Madrid.
Olavide siempre apoyó y defendió la política reformista llevada a cabo por Campomanes y el conde de Aranda, el cual lo tomaría bajo su protección directa, ofreciéndole, en 1767, el cargo de superintendente de las Nuevas Poblaciones de Sierra Morena, para dirigir la realización del mayor proyecto de colonización agraria llevado a cabo en el reinado de Carlos III. Para reforzar sus atribuciones y mejorar el control sobre el proyecto, también fue nombrado asistente corregidor de Sevilla e intendente del ejército de Andalucía.
Durante el tiempo que Olavide estuvo al frente de tal proyecto (hasta el año 1775), elaboró dos de los proyectos más representativos e importantes del reformismo ilustrado: el Plan de Estudios para la Universidad de Sevilla, del año 1767, y el Informe sobre la Ley Agraria, del año 1768. La actuación de Pablo de Olavide en Sevilla se extendió hacia ámbitos y esferas muy diversas: el saneamiento de la hacienda municipal y la mejora del abastecimiento de la población; la reforma y secularización de la asistencia social; las obras públicas y el urbanismo; la animación cultural, etc.
Pero, sin lugar a dudas, su actuación más sobresaliente la realizó al frente de la colonización de Sierra Morena, proyecto del que fue su máximo impulsor y valedor, todo ello pese a las grandes dificultades, de todo tipo, que tuvo que sortear. En el año 1771, Pablo de Olavide había logrado fundar más de cuarenta nuevos núcleos de población y colonizar una gran extensión de tierras baldías.
La actividad reformista y modernizadora que desplegó Pablo de Olavide suscitó pronto la oposición de los poderosos sectores reaccionarios y conservadores de la Corte, los cuales, desde un principio, trataron de provocar su caída en desgracia mediante campañas difamatorias de todo tipo y denuncias ante el Santo Oficio. Pablo de Olavide, debido sobre todo a su anterior encuentro con la justicia, pronto fue puesto en la mira del Tribunal Supremo. El inquisidor general solicitó y obtuvo de Carlos III el procesamiento de Olavide, a finales del año 1775.
Éste intentó defenderse de las falsas acusaciones que se vertieron contra él, pero no logró salvar su persona, y en 1776 se decretó su encarcelamiento y la confiscación cautelar de todos sus bienes. Olavide pasó dos largos años en los calabozos de la Inquisición, hasta el año 1778, cuando se hizo pública su sentencia definitiva, por la que fue condenado a ocho años de reclusión en un monasterio. Dicha sentencia provocó un sentimiento general de rechazo por parte de los círculos ilustrados españoles. A tal indignación se sumaron destacados representantes de la intelectualidad europea, como fue el caso de Voltaire y Diderot.
Pablo de Olavide fue recluido, en un principio, en el monasterio leonés de Sahagún, pero atendiendo a una súplica de traslado por su mala salud, se le trasladó a un convento de Murcia y se le autorizó a efectuar prolongadas estancias en diversas estaciones termales. Precisamente, a finales de 1780, cuando se encontraba en el balneario de Caldas de Malavella (Gerona), Olavide aprovechó su proximidad con la frontera francesa para huir al país vecino.
En el París de los años ochenta, Olavide llevó una vida cómoda y apacible, recuperando sus antiguas relaciones sociales, pero ya alejado de la política activa. El estallido de la Revolución Francesa fue saludado por el ilustrado español con alegría y esperanza, pero debido a la creciente radicalización del proceso, Olavide optó por marcharse de la capital francesa e instalarse en el campo, en el castillo de Menug-sur-Loire. Pero en abril del año 1794 fue detenido acusado de extranjero sospechoso de colaborar con la aristocracia, motivo por el que pasó nueve meses en prisión, con la incertidumbre de si viviría o no. Con la caída del régimen de terror impuesto por los jacobinos fue puesto en libertad.
Las angustias y privaciones que pasó en el presidio le causaron una profunda impresión en el ánimo, que le supuso una vuelta a las prácticas religiosas con un fervor renovado. Fruto de su nuevo estado religioso, publicó en 1797, en la ciudad de Valencia y de forma anónima, el libro El Evangelio en triunfo o la historia de un filósofo desengañado. La obra alcanzó un éxito fulgurante, lo que sirvió para facilitar su regreso a España, a la vez que se le rehabilitaba públicamente y se le concedía una pensión vitalicia. Estableció su residencia en Baeza, donde llevó en sus últimos años una vida completamente al margen de la política y de la vida social.
Cómo citar este artículo:
Tomás Fernández y Elena Tamaro. «» [Internet].
Barcelona, España: Editorial Biografías y Vidas, 2004. Disponible en
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