Cecil B. DeMille

(Cecil Blount De Mille o DeMille; Ashfield, 1881 - Hollywood, 1959) Productor y director de cine estadounidense recordado especialmente por sus superproducciones de epopeyas históricas y religiosas. Hijo del dramaturgo Henry Churchill DeMille, en cuyas obras participó durante su infancia y primera adolescencia, cursó estudios en el colegio militar de Pennsylvania y en la Academia de Artes Dramáticas de Nueva York. Tras su graduación, inició su carrera como director de teatro y de cine mudo, y en 1913 fundó la productora Jesse Lasky Feature Play junto a Samuel Goldwyn y otros. En 1915 dirigió La marca del fuego, aclamada por la crítica y el público, a la siguieron varias comedias; en 1923 dirigió su obra maestra, Los diez mandamientos, con la que inició una larga lista de superproducciones, género en el que se especializó. De entre sus grandiosas películas posteriores cabe destacar Rey de Reyes (1927), Cleopatra (1934) y El mayor espectáculo del mundo (1952). De talante muy conservador y periódicamente enfrentado con los sindicatos, no consiguió que la crítica respondiera a sus películas con el mismo entusiasmo demostrado por el público.


Cecil B. DeMille

Nacido en el seno de una familia creativa, su padre fue maestro además de actor y autor dramático (trayectoria que continuó su otro hijo, William), mientras que su madre, también maestra, impartía clases de inglés en la Lockwood Academy de Brooklyn. El joven Cecil decidió estudiar Arte Dramático en Nueva York, adonde se trasladó la familia, tras pasar por la Escuela Militar de Pennsylvania y ser rechazado como soldado para luchar en la guerra contra España.

En 1900 logró interpretar algunas obras en Broadway (A Repentance, To Have and to Hold, Hamlet, My Wife’s Husbands) y formó parte, entre otras, de la compañía de Mary Pickford, gracias a la ayuda del director teatral David Belasco, amigo de su padre. Fueron años en los que, además de casarse con la actriz Constance Adams, se dedicó a producir y dirigir algunas obras (The Bohemian, The Mikado, The Marriage Not) y a escribir otras en solitario o con su hermano William (Son of the Winds, The Stampede, The Royal Mounted, After Five, Church Play), lo que le ayudó a alcanzar la experiencia suficiente y a conocer a fondo la puesta en escena, la dirección de actores y el mundo del espectáculo en general. Quizá la seguridad adquirida fue la que le animó a entrar de lleno en el mundo del cine, medio en el que tenía buenos contactos y donde conocía a numerosos empresarios.

En 1913 decidió crear una empresa de producción denominada Jesse Lasky Feature Play Company (para la que contó como socios con Samuel Goldwyn y Jesse Lasky), que poco después se fusionó con la Famous Players para dar lugar a la Famous Players Lasky. Esta plataforma permitió a DeMille iniciar su carrera como director y guionista con películas como El mestizo y La llamada del Norte (ambas de 1914), en una etapa muy prolífica en la que contó con un excelente colaborador en la persona del operador Alvin Wyckoff. Desde sus primeras obras demostró una gran preocupación por los aspectos narrativos, desde el guión (que siempre cuidó con esmero) a la representación. En este sentido, formó parte del reducido grupo de directores que buscaron consolidar una estructura narrativa eficaz para el progreso del relato y la aplicación de los recursos necesarios para obtener una mayor expresividad.

A su órdenes trabajaron actrices como Blanche Sweet (La muchacha del dorado Oeste, 1915), Geraldine Farrar (Tentación, 1916; Juana de Arco, 1917) y Mary Pickford (Alma de las cumbres; La pequeña heroína, 1917). En aquellos años, DeMille decidió trabajar sobre temas más comprometidos, que evolucionaron desde la comedia simple a aquella otra que ahondaba en los problemas de pareja, vistos desde los postulados más conservadores pero encerrando pese a ello buenas dosis de crítica a los convencionalismos sociales. En este sentido, profundizó con agudeza en las películas interpretadas por Gloria Swanson (A los hombres, 1918; Macho y hembra, 1919; ¿Por qué cambiar de esposa?; La fuerza de un querer, 1920; El señorito Primavera, 1921), con las que refrendó su interés por introducir una sugerencia moralista en contraste con la sensualidad emanada de una actriz con grandes recursos. Su habilidad para sortear todos los inconvenientes que pudieran surgir tras la proyección fue notable, al centrar algunos de los pasajes más resolutivos en épocas históricas pasadas.

A partir de 1923, Cecil B. DeMille decidió ampliar su horizonte como productor. Se alió con Adolph Zukor para Los diez mandamientos (1923) y, dos años más tarde, se independizó para constituir la Producers Distributing Corporation, con la que realizó El Rey de Reyes (1927) y otras películas de alto presupuesto y compleja realización que, sorprendentemente, alcanzaron una notoriedad fuera de lo común y que marcaron la trayectoria de DeMille para una inmensa mayoría de espectadores. Este cine espectacular encerró grandes dosis de intimismo, aspecto que con los años se valoraría mucho más. El propio realizador confirmó que su trabajo le resultó mucho más atractivo al dirigir ciertos melodramas como Triunfo (1924), La cama de oro (1925) o La incrédula (1929).

A partir de la implantación del sonido, DeMille pensó en desarrollar al máximo sus propuestas. Sin embargo, no encontró el camino adecuado entre las historias del viejo Oeste y el cine histórico y bíblico. El western dio cobijo a varias películas de singular interés, y en El prófugo (1931), la tercera versión que dirigió de la historia de Edwin Milton Royle, presentó un trabajo muy interesante pero incomprendido. Con Búfalo Bill (1936), el director buscó adentrarse en la leyenda del cazador y explorador William Frederick Cody, más conocido como Buffalo Bill, sin olvidarse del necesario romanticismo entre los personajes de la historia, y con Unión Pacífico (1939) quiso reconstruir la unión del país a través del ferrocarril con el apoyo de los hombres y mujeres que vivieron y sufrieron para conseguir dicho logro. En cada caso, DeMille contó con la actriz ideal para sus aventuras, y respondieron con igual fuerza interpretativa Lupe Vélez, Jean Arthur, Barbara Stanwyck o Paulette Goddard en Policía Montada del Canadá (1940), Piratas del Mar Caribe (1942) y Los inconquistables (1947).

Sus producciones históricas estuvieron rodeadas del éxito que despertó siempre la superproducción en buena parte del público. El signo de la Cruz (1932) reunió la riqueza del gran decorado con la sensualidad y el erotismo que afloró de las relaciones que surgieron en el entorno de Nerón y su esposa Popea. Cleopatra (1934) fue una de las versiones más logradas de todas las que se acercaron hasta la fecha a la última reina de Egipto, amante de Julio César y Marco Antonio. Como en la película anterior, Claudette Colbert se convirtió desde su papel de Cleopatra en el eje de la historia, que mantuvo la inteligente apuesta sensual que tanto preocupó a DeMille. Las cruzadas (1935) supuso un notable acercamiento a una historia muy lejana para los estadounidenses; con todo, DeMille consiguió aglutinar lo fundamental (medios y ambientación) y crear algunos de los momentos más vibrantes que se recuerdan en este tipo de películas.


Charlton Heston y Yul Brynner
en Los diez mandamientos (1956)

Los temas bíblicos son, para muchos, las referencias de la obra de DeMille. Evidentemente, consiguió algunas de sus cotas más importantes, pero la comercialidad y el tono de superproducción que rodeó a sus trabajos restan en alguna medida el carácter apasionado e íntimo de su realización. No obstante, tanto Sansón y Dalila (1949), en la que Hedy Lamarr se convierte en tentación con la misma fuerza que lo había sido Gloria Swanson en su momento, como Los diez mandamientos (1956), con dos inolvidables interpretaciones de Charlton Heston y Yul Brynner, son dos monumentales aportaciones de uno de los directores más completos que dio el Hollywood clásico.

Cecil B. DeMille fue un director poco convencional. Ejerció una dictadura férrea sobre los rodajes e igualmente a la hora de preparar al detalle sus producciones. Además de contar con una de las mejores secretarias personales que hubo en Hollywood, Gladys Rosson, supo rodearse de un buen equipo, especialmente de operadores y directores de fotografía, pues, aparte de Wyckoff en su primera etapa, aprovechó posteriormente las aportaciones de otros como J. Peverell Marley, Harold Rosson, Karl Struss y Victor Milner. También influyó en su obra el trabajo de la guionista Jeannie McPherson; y Anne Bauchens fue la eficaz colaboradora que necesitó para el montaje de casi todas sus películas.

Su itinerario creativo se fundamentó en el diseño de grandes decorados (extensos exteriores y exuberantes y cuidados interiores) en los que logró conjugar las grandes acciones con otras más íntimas en historias con un gran acontecimiento de fondo, sobre móviles muy definidos y relaciones conflictivas que emanan del deseo de comunicarse, aunque los personajes se muevan entre la luz y la sombra misteriosa que encierra todo ser humano.

Aunque fue uno de los directores que fundaron en 1927 la Academia de las Ciencias y Artes Cinematográficas de Hollywood, y pese a que en 1949 recibió el Oscar Honorífico por toda su carrera, el trabajo de Cecil B. DeMille no fue muy premiado por la Academia. No llegaron a la treintena la nominaciones, y sólo destacan el Oscar a la Mejor Fotografía de Milner por Cleopatra, el Oscar al Mejor Montaje a Bauchens por Policía Montada del Canadá, el Oscar a los Mejores Efectos Especiales por Piratas del mar Caribe y los dos Oscar a la Mejor Película y Mejor Guión Original que recibió El mayor espectáculo del mundo.

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Fernández, Tomás y Tamaro, Elena. «». En Biografías y Vidas. La enciclopedia biográfica en línea [Internet]. Barcelona, España, 2004. Disponible en [fecha de acceso: ].