Hélinand de Froidmont
(Pronleroy, Beauvaisis, c. 1160 - ?, c. 1230) Poeta francés. Vivió en la corte de Felipe II Augusto de Francia, y en 1206 se hizo monje en la abadía de Froidmont. Es autor de una crónica y de sermones en latín; pero debe su fama a un poema escrito en francés, Versos de la muerte, obra inspirada en las danzas macabras de la época.
Hélinand de Froidmont
Nacido probablemente hacia 1160 en una familia flamenca de Picardía, Hélinand de Froidmont estudió en Beauvais y vivió durante algunos años la existencia brillante y disipada propia de un trovero. Admirado y aplaudido por doquier, alcanzó muy pronto la celebridad; sin embargo, su espíritu inquieto le impulsaba continuamente en pos de un ideal, quizá sólo un afán de libertad sin límites.
Cierto día, hacia los cuarenta años, ingresó inesperadamente, ante la sorpresa general, en el monasterio cisterciense de Froidmont, cerca de Beauvais, con la intención de expiar los errores de su vida mundana. En adelante, el mismo ardor que impulsara al joven en busca del placer alentó al hombre en la austeridad y la penitencia; y en el cenobio, entre 1194 y 1197, compuso el sublime poema Versos de la muerte, el último canto del poeta, con el cual invitaba a los pecadores a la expiación. Tras ello no saldría ya de su pluma ni un verso más. De Hélinand de Froidmont se conservan también algunos textos en latín: escritos diversos, cartas, sermones y una crónica.
Los Versos de la muerte de Hélinand de Froidmont se articulan sobre una serie de apóstrofes impetuosos y de consideraciones sobre el poder inexorable de la muerte, junto con invectivas contra los acaudalados y pudientes que pierden su alma en los placeres mundanos. Hélinand quiere infundir en los hombres el temor a la muerte, y es por tanto a la misma Muerte, personificada, a quien confía el encargo de saludar de su parte a sus contemporáneos, a los príncipes, obispos y cardenales franceses, ingleses e italianos.
De esta manera recuerda el poder de la muerte, que quita de repente todo lo que la avaricia acumuló, que transforma en llanto la risa, que es igual para los ricos y los pobres, y frente a la cual de nada sirve la belleza. El ser humano no ha de abandonarse a los placeres tomando lo que la vida puede dar, sino que ha de pensar en la vida futura. Las pasajeras alegrías terrenales tendrán como recompensa las penas eternas, mientras que el que sufre gozará del paraíso.
El contenido de los Versos de la muerte es bastante común, aunque el estilo y el acento del autor tienen a menudo gran fuerza poética; por esta razón el pequeño poema, que era leído en público, causó una gran impresión entre sus contemporáneos. Ha llegado hasta nosotros en varios ejemplares, y numerosas imitaciones y frecuentes ecos del poema se encuentran en obras posteriores.
Cómo citar este artículo:
Tomás Fernández y Elena Tamaro. «» [Internet].
Barcelona, España: Editorial Biografías y Vidas, 2004. Disponible en
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