Caspar David Friedrich

(Greifswald, 1774 - Dresde, 1840) Pintor alemán. Fue el paisajista más notable del romanticismo alemán. En sus pinturas se encuentra un sentimiento de profunda angustia ante la naturaleza (Dolmen en la nieve, 1807) y el conocimiento atónito y casi doloroso de la insignificancia del hombre frente a su grandeza (El viajero frente al mar de niebla, 1818). El significado de sus obras se va enriqueciendo por frecuentes referencias a la mitología alemana; en las pinturas más tardías, el valor simbólico se hace más evidente en la elección del tema y en la simplificación de las formas. El artista prefirió el paisaje en determinadas horas del día, cuando se presta a correlaciones psicológicas más directas, como en las obras donde aparecen, aisladas y casi perdidas, pequeñas figuras humanas (Dos hombres contemplando la luna, 1819). Es interesante el trabajo de los artistas que actuaron alrededor de Friedrich (Georg Friedrich Kersting, Johan Christian Dahl), si bien nunca dio lugar a una verdadera escuela.


Caspar David Friedrich

Por su intensa expresión de la inconmensurabilidad del universo frente a la experiencia humana, Caspar David Friedrich es apreciado como la más destacada figura del paisajismo alemán. En su período de formación le influyó la vivencia religiosa familiar, severa y opresiva, a la que acabó sobreponiéndose gracias a la filosofía y la poesía de la escuela de Jena, que descubrió de la mano de G. L. Kosegarten.

Hijo de un fabricante de velas y nacido junto al Báltico, Caspar David Friedrich pintó el mar, las montañas nevadas, los árboles, el sol y la luna, temas transfigurados por la iluminación del sentimiento interior del artista enfrentado a la grandiosidad envolvente de la naturaleza. "Si los hombres van a otro mundo después de la muerte, éste sería, indudablemente, la luna", dijo en una ocasión, y en su obra Salida de la luna sobre el mar (1822, Staatliche Museen, Berlín), un hombre y dos mujeres apostados sobre una roca contemplan cómo la luna, símbolo de la divinidad, disipa con su resplandor anaranjado la tristeza de un cielo violeta y plomizo, mientras dos barcos, símbolo de la vida próxima a su fin, se orientan hacia un mar denso y profundo.


Salida de la luna sobre el mar (1822)

En Dos hombres contemplando la luna (1819, Gemäldegalerie, Dresde), cuadro que alcanzó una gran popularidad en su época por las innovaciones formales y compositivas que introdujo en el género, y en la ya citada Salida de la luna sobre el mar, la luna ocupa con su tenue resplandor el centro de la composición y la atención de las miradas de los personajes que la contemplan, despertando una especie de ensoñación perceptiva que parece muy cercana a la experiencia mística.

Abadía en el robledal (1809-1810, Nationalgalerie, Berlín) y Monje en la orilla del mar (1808-1810, Staatliche Museen, Berlín) formaban inicialmente un binomio, y fueron expuestos en la exposición de la Academia de Berlín en 1810 y adquiridos por Federico Guillermo III. Monje en la orilla del mar, uno de los paisajes más radicales del romanticismo alemán, despertó la admiración de Clements Brentano, Achim von Arnim y Heinrich von Kleist. En la obra se pueden observar tres franjas horizontales: en primer término la arena, seguida de un oscuro mar cuyas olas brillan bajo la luna, y un cielo inmenso que ocupa más de las tres cuartas partes del cuadro. Dichas franjas se ven alteradas únicamente por la tímida presencia de un diminuto monje que, ensimismado ante el espectáculo, da la espalda al espectador.


Monje en la orilla del mar (1808-1810, detalle)

La reiterada horizontalidad rompe la profundidad espacial, pero, desde su estatismo monótono e ilimitado, abre una grieta metafísica. La pequeña vertical encarnada por el monje representa al propio Friedrich formando parte de la escena. "La tarea del paisajista -escribió Friedrich en La voz interior (1830)- no es la fiel representación del aire, el agua, los peñascos y los árboles, sino que es su alma, su sentimiento, lo que ha de reflejarse. Descubrir el espíritu de la naturaleza y penetrarlo, acogerlo y transmitirlo con todo el corazón y el ánimo es tarea de la obra de arte." Horizontal y vertical representan la presencia del mundo y el ser humano sobrecogido ante él. El monje, como la mayoría de las figuras que aparecen en la obra de Friedrich, nos da la espalda, facilitando de este modo nuestra identificación con él en su actitud contemplativa. Nosotros somos el monje, que es Friedrich, y como él sentimos desde nuestra insignificancia la magnitud del universo.

Contrariamente a lo que ocurre en la mayoría de sus obras, en Las edades de la vida (1835, Museum der Bildenden Künste, Leipzig), aparecen cinco personajes. La pintura, aunque encierra una gran densidad simbólica, puede interpretarse como el regreso al hogar: del mismo modo en que los barcos se acercan a la orilla para echar el ancla, el hombre más anciano, que es de nuevo el propio Friedrich con su pelliza gris y birrete, camina ayudándose con un bastón (después de su ataque de apoplejía no podía andar) hacia su postrero lugar de reposo: la tierra, el mar, la naturaleza, el ansiado "todo" del que con su nacimiento fue trágicamente arrancado.


Las edades de la vida (1835)

Caspar David Friedrich falleció en Dresde en 1840. Novalis diría: "Todas las pasiones terminan en tragedia, todo lo que es limitado termina muriendo, toda poesía tiene algo de trágico." En la muerte, el alma romántica encuentra la liberación de la finitud, la ansiada armonía del Uno y el Todo. La invocación de la muerte es, para el artista romántico, la invocación de la vida. Pese a toda su radicalidad y grandeza, la pintura de Friedrich permaneció durante mucho tiempo eclipsada debido a las opiniones de quienes identificaron las raíces del nazismo con el transcendentalismo germánico, de cuya expresión pictórica Friedrich era un claro representante.

En 1972, sin embargo, se realizó una exposición completa de su obra en la Tate Gallery de Londres, y su figura fue recuperada. Su pintura sería reivindicada también en gran medida por artistas del siglo XX, como Mark Rothko, en cuya expresión cromática y estructuras rectangulares trascendentales parece preservarse el deseo romántico de una visión original del infinito. La obra de Friedrich nos conduce hasta ese límite existencial donde se enfrentan cultura y caos, orden humano y naturaleza. Hay un deseo de búsqueda que comporta la ruptura de las normas del clasicismo, de armonía y búsqueda de la belleza. Sus paisajes reflejan situaciones extremas del ser humano.

Cómo citar este artículo:
Tomás Fernández y Elena Tamaro. «» [Internet]. Barcelona, España: Editorial Biografías y Vidas, 2004. Disponible en [página consultada el ].