Enrique Fernández Arbós

(Madrid, 1863 - San Sebastián, 1939) Violinista, compositor y director de orquesta español. Hijo de un músico militar (clarinetista y director de banda), Enrique Fernández Arbós inició sus estudios solfísticos con su propio padre y los de violín con un amigo de la familia durante una estancia en Valencia. Cuando sólo tenía seis años recibió, como regalo de Reyes, su primer violín. En un año, su progreso llevó a su profesor a recomendar a los padres el regreso a Madrid para que el niño ingresara en el Conservatorio, lo que se produjo al año siguiente. Fue su primer profesor el violinista Jesús de Monasterio. De estos años data su amistad con el pintor Darío de Regoyos, que los mantendría unidos toda la vida y que se vio favorecida por la afición recíproca que el pintor sentía por la música y el músico por la pintura, amén de por la mutua admiración que se profesaban. Al concluir sus estudios en Madrid, obtuvo el premio extraordinario del conservatorio.


Enrique Fernández Arbós

Sus excepcionales aptitudes para el violín le valieron una beca de la Infanta Isabel para la ampliación de estudios en Bruselas, en 1877. Allí perfeccionó el violín con Vieuxtemps (de cuya obra sería, años más tarde, editor para la casa alemana Peters) y estudió composición con François Auguste Gevaert, del que también era alumno Isaac Albéniz, con el que hizo Arbós gran amistad. En 1878, con sólo quince años, fue nombrado profesor auxiliar del Conservatorio de Bruselas merced a la que sería última enfermedad de Vieuxtemps. Tocó en la orquesta del centro y realizó numerosas veladas de música de cámara. Gracias a estas participaciones conjuntas conoció repertorios prácticamente desconocidos, cuando no despreciados, por aquel entonces en España, como los oratorios de Bach y Händel o la música de cámara de Franz Schubert, Robert Schumann, Johannes Brahms o Edvard Grieg. Recibió además lecciones de violín de Wieniawski.

En 1879 obtuvo el premio de excelencia en el conservatorio. En el mismo año lo lograron los también españoles Isaac Albéniz en piano y Daniel Campalans en órgano. Fue con ellos, y con Regoyos, con los que llevó una vida estudiantil y divertida en Bruselas hasta que, en 1880 y merced a los consejos de Joseph Joachim, se trasladó a Berlín.Tras cuatro años en la Musikhochschule de dicha ciudad, regresó a España y se dio a conocer como violinista en conciertos a solo y de cámara. Tenía entonces tan sólo dieciocho años. Su experiencia en Alemania le permitió ampliar el repertorio camerístico, harto breve a la sazón entre los músicos españoles. De este modo, se sabe que fue él quien proporcionó al cuarteto de Jesús de Monasterio la partitura del Gran quinteto en Do Mayor con dos violonchelos D 956 de Schubert. Del mismo modo, sus actuaciones en trío en el palacio de las vizcondes Daupias en Lisboa contribuyeron a la difusión de la música de cámara entre la alta sociedad lisboeta.

En 1884 regresó a Berlín, y fue aquí donde comenzó una carrera internacional casi inusitada entre los músicos españoles del XIX: pocas veces se abrían camino fuera de España y, cuando lo hacían, era como primerísimas figuras solistas (así los tenores Manuel García y Julián Gayarre, el también violinista Pablo Sarasate o el violonchelista y director de orquesta Pau Casals), pero no como músicos de oficio como fue el caso de Fernández Arbós, que fue concertino de las orquestas Filarmónica de Berlín y de Glasgow y de la Sinfónica de Boston.

En 1886 publicó en Berlín sus Tríos españoles. Mientras, renunció a la pensión de la infanta Isabel y comenzó a ganarse la vida con conciertos y composiciones propias. De entre los primeros, destacó su memorable participación en el concierto con el que se estrenó en Berlín la Cuarta Sinfonía de Brahms, en el que interpretó, con su maestro Joachim, el doble concierto del mismo compositor y varias obras como solistas (Joachim dirigía la velada completa). Poco después, y como se ha señalado, fue nombrado concertino de la Filarmónica que lo había acompañado.

El año de 1887 trajo varias sorpresas al joven violinista: tras concluir su contrato con la Filarmónica, logró la plaza de profesor de violín en Hamburgo (puesto que llevaba aparejados los de concertino de la orquesta sinfónica y primer violín del cuarteto local). Aceptó el puesto y, mientras se produjo el inicio del siguiente curso, pasó algunos meses en la orquesta de Glasgow. De su estancia en Inglaterra se llevó Arbós, además, el conocimiento de la música de Henry Purcell, completamente desconocida en España por aquellas fechas. A continuación, regresó a España, donde se le ofreció la plaza de Monasterio en el Real Conservatorio Superior de Música de la capital, lo que le llevó a renunciar al puesto del Conservatorio de Hamburgo y a establecerse en Madrid, donde pronto pasó a formar parte del mundo intelectual. Así, fue miembro de la tertulia que dio origen al Círculo de Bellas Artes y formó parte de los conjuntos de cámara habituales en los palacios de la reina regente (el Palacio Real) y de la infanta Isabel en la calle de Quintana.

No obstante, chocó pronto con la estrechez de miras del mundo musical español: las críticas de Francisco Asenjo Barbieri y Tomás Bretón a la música de cámara que interpretó con su cuarteto, distinto ya del de Monasterio (lo que le creó también algún problema con el iracundo maestro montañés) y a sus composiciones de estilo schumanniano (sus Canciones sobre Rimas de Bécquer y unas Romanzas inconclusas) le mostraron lo diferente del mundo musical de Madrid. Sin embargo, y pese a las críticas de los supuestos expertos, logró gran éxito de público en sus conciertos de música de cámara e incluso consiguió introducir los Lieder de Schubert y Schumann en las sesiones privadas de los marqueses de Bolaños merced a la afición de la condesa a cantar. Del mismo modo, creó en ese año la Sociedad de Música de Cámara, en la que presentó su cuarteto. Asimismo, y de nuevo a pesar de los "entendidos", logró interpretar con éxito alguna de las Sonatas para violín solo de Bach en alguna de las sesiones de la Sociedad de Conciertos que dirigía Tomás Bretón.


Enrique Fernández Arbós

Dos años permaneció Arbós en el conservatorio madrileño, entre 1887 y 1889. En 1889, durante el verano, tuvieron lugar sus primeras experiencias como director de orquesta en el Casino de Santander. Ya en 1890, marchó a Londres por invitación de Albéniz para dar allí una serie de conciertos. Durante los veinte años siguientes permaneció en Inglaterra, en principio como concertista por ciudades de provincia y a las órdenes de un representante que le buscaba trabajos tan dispares, y tan del disgusto del violinista, como la composición de música incidental para unos cuadros plásticos o, siempre en colaboración con Albéniz, de una opereta en inglés (El Ópalo Mágico) que hubo de concluir Albéniz en solitario, pues Arbós saltó a escenarios de primera de la mano, de nuevo, de Joachim, quien interpretó con él el Concierto para dos violines de Bach ante el público londinense en 1892. Fue también en Londres donde compuso su primera obra orquestal: Ausencia (serenata española).

Dos años después, obtuvo la plaza de catedrático de violín del Royal College of Music de Londres, en el que permaneció desde 1894 hasta 1916. Viajó, no obstante, a Madrid en 1903 con motivo de la muerte de sus padres, ocasión que los libretistas Ricardo Monasterio y Celso Lucio aprovecharon para ofrecerle el libreto de la zarzuela El Centro de la Tierra, que Arbós aceptó para aliviar la pesada situación moral. El contraste entre la profesionalidad del compositor y la improvisación del mundo zarzuelero dieron lugar a un estreno accidentado y a un sonoro fracaso (similar probablemente al de Manuel de Falla: la música estaba demasiado elaborada para cantantes, instrumentistas -e incluso público- de escasa o nula formación musical). Durante otra de sus escapadas a España conoció a Pau Casals, entonces casi un niño, y consiguió que el conde Morphy y la reina María Cristina de Habsburgo lo pensionaran.

Al tiempo, la vida musical de Londres lo puso en contacto con lo más granado del mundo musical europeo: compositores como Richard Strauss o Gabriel Fauré (con el que llegó a tocar en público) e intérpretes del renombre de Ignacy Jan Paderewski, el propio Casals, Carlo Alfredo Piatti o Nellie Melba le dieron una perspectiva musical incomparablemente más ancha que la del resto de los músicos españoles, experiencia que fue vital en su posterior etapa al frente de la Sinfónica de Madrid. Fue en Londres donde abordó también la composición con orquesta, que tendría su primer fruto en sus tres piezas para violín y orquesta: Zambra, Guajiras y Tango.

En 1903 se le ofreció el puesto de solista y concertino de la Orquesta Sinfónica de Boston, lo que le llevó a dejar Londres temporalmente y a instalarse en los Estados Unidos, donde estrenó su Tango. En 1904 volvió a Londres, pero su contacto con España, en la que pasaba los veranos, era cada vez mayor. En el año 1904 retomó la dirección en la Orquesta del Casino de San Sebastián. Es el paso anterior a su consagración como director en España, consagración que acabará por absorber sus otras dos facetas de violinista y compositor. No es posible, sin embargo, dejar pasar la relación que durante veinte años unió a Arbós al verano donostiarra, durante el que se celebraban festivales de música en los que la colaboración del Orfeón Donostiarra le permitía interpretar obras que, como la Novena Sinfonía de Beethoven, el Requiem Alemán de Brahms, numerosos oratorios de Bach y Haendel o La demoiselle elúe y L'Enfant Prodigue de Debussy, precisaban un coro mejor preparado que los que había entonces en Madrid. A estos festivales acudieron numerosos solistas de fama mundial: Wanda Landowska, Magda Tagliaferro, José Cubiles, Jacques Thibaud, Alfred Cortot, Pablo Sarasate y Arthur Rubinstein, quien siempre aseguró deber su carrera internacional a la invitación de Arbós para tocar uno de los conciertos de Brahms en San Sebastián.

En efecto, en 1905, y mientras aún vivía en Londres, Enrique Fernández Arbós aceptó la dirección de la recién fundada Orquesta Sinfónica de Madrid, que hoy lleva en su honor el sobrenombre de "Orquesta Arbós" y en cuyo podio permaneció hasta el estallido de la guerra civil. En una principio, Arbós continuó viviendo en Londres, donde fundó en 1905 The Concert's Club. También dirigió la Sinfónica de Londres. Su labor al frente de la Sinfónica de Madrid hizo de ésta la mejor del Madrid, y aun de la España, de su tiempo. Amplió la sección de cuerda y logró un empaste de los instrumentos hasta entonces desusado. Asimismo, logró transportar a Madrid varias de las masas corales de diversas provincias que alternaron con la Masa Coral de Madrid en la interpretación del repertorio sinfónico-coral.

Respecto del repertorio, se centró en la buena interpretación de partituras ya clásicas que se ejecutaban todavía de forma fragmentaria, así como a abarcar mayor número de autores y estilos. Así, se deben a Fernández Arbós las primeras interpretaciones en Madrid de piezas tan variadas como los Conciertos de Brandemburgo o las Suites para Orquesta de Bach, de música de Purcell, con la soprano Carlota Dahmen como solista (la misma que en 1934 compartiría con Arbós el notable atrevimiento de presentar en Madrid varios fragmentos del Wozzeck de Alban Berg), la Sinfonía en Re y el poema sinfónico Redención de César Franck, el Preludio a la Siesta de un Fauno de Debussy (primer acercamiento del público madrileño a la música del impresionismo francés que no dejó de contar con sus opositores en pleno concierto), la Sinfonía en Sol de Tomás Bretón o el Prólogo de La Divina Comedia de Conrado del Campo, a la sazón viola de la orquesta, y más adelante de obras de vanguardia como La Consagración de la Primavera de Stravinsky, ocasión en la que aconteció la conocida anécdota de rebelársele al maestro los músicos ante aquella obra y ser precisa la intervención de Manuel de Falla, presente en el ensayo y personaje muy querido por la orquesta, para convencerles de la calidad de la partitura que se negaban a interpretar.

Con todo (corría ya el año 1932) el entonces joven crítico y después ilustre musicólogo Adolfo Salazar saludó desde las páginas de El Sol la valentía del ya casi sexagenario maestro. Peor fue el caso del estreno de El Mandarín Maravilloso de Bela Bartok, en el que el público pateó la pieza sin la más mínima consideración. No desanimaban, sin embargo, tales fracasos al maestro Arbós, como era habitualmente conocido. Todavía a la altura de 1936 tuvo la paciencia de organizar la velada barcelonesa en la que se estrenó en España el Concierto a la memoria de un ángel de Alban Berg. Del mismo modo logró que Prokofiev se trasladara a Madrid en 1935 para asistir al estreno de su Concierto para violín en Sol menor, segundo de los compuestos para dicho instrumento, y para dirigir a la Sinfónica su Sinfonía Clásica, estrenada años antes por Arbós.

Parecido esfuerzo realizó en pro de la música española, dentro de la que se suele destacar, habitualmente, el estreno en 1913 de las Noches en los Jardines de España de Manuel de Falla con José Cubiles al piano. A pesar de los pateos y silbidos que las obras modernas recibían, lo cierto es que Arbós logró impresionar a público y crítica y crear un clima favorable a la música sinfónica y un cierto respeto por la música de vanguardia. Junto con ello, la creación de un ciclo de conciertos populares en las mañanas de los domingos ayudó a conseguir un público más amplio. Consideró Arbós a estos conciertos como un ciclo de progresiva educación musical en los que, a partir de obras fáciles, se fue subiendo la dificultad de los programas hasta conseguir la ejecución de obras de la dificultad de la Sinfonía de los Salmos de Stravinsky. Lo mismo sucedió con las giras de conciertos por provincias, iniciadas con gran éxito en Barcelona en 1909. Por otro lado, el éxito de la orquesta la llevó, desde 1911, a realizar giras por otros países, la primera de ellas a Rusia, donde se estrenaron obras de Albéniz, Conrado del Campo, Pérez Casas y el propio Arbós.

Ya instalado en Madrid, prosiguió su labor docente en el conservatorio madrileño y en numerosos conciertos con su cuarteto (para el que contó con el pianista portugués José Vianna da Motta) llamados a atraer al público hacia la música de cámara de todo el romanticismo, prácticamente desconocida en España a aquellas alturas. Fue también primer violín de la Real Capilla y director invitado del Teatro Real de Madrid, donde dirigió los estrenos de Cosi fan tutte de Mozart o del Orfeo de Gluck y, más tarde, de La Valquiria de Wagner. También dio en gira por provincias diversas audiciones de óperas de Wagner que, cuando no eran estrenos absolutos en España, sí que suponían la primera audición de la ópera completa fuera de los dos teatros de ópera principales, el Liceo barcelonés y el Real de Madrid; tal fue el caso de Lohengrin, Parsifal o Tristán e Isolda.

Entre 1920 y 1931 dirigió varias orquestas en Europa y América: la del Concertgebouw de Amsterdam, la Residenz de La Haya, la de la Ópera de París, la Orquesta de Conciertos de Budapest, las sinfónicas de Nueva York y San Luis. Durante los años treinta grabó una serie de discos con su orquesta que constituyen hoy un impagable testimonio del hacer del maestro madrileño.

En 1933, con motivo de su septuagésimo cumpleaños y de su jubilación como profesor del Conservatorio, se le organizó un homenaje para el que se compusieron una serie de piezas sobre el nombre de ARBÓS, que en notación alemana, algo fantaseada, equivale a las notas La, Re, Si, Do, Sol. Fueron sus autores Óscar Esplá, Joaquín Turina, Ernesto Halffter, Adolfo Salazar, Conrado del Campo y Manuel de Falla, entre otros. De todas ellas sólo permanece en el repertorio la Fanfarria de Falla, que fue incluida después en sus Homenajes. Con motivo de tal decidió Arbós dar un concierto extraordinario con su orquesta en el que se produjo el mencionado estreno en Madrid de la Sinfonía de los Salmos de Stravinsky.

De su labor como compositor, reducida al tiempo que le dejaron sus obligaciones como solista primero y como director y profesor después, sólo nos ha llegado una parte. Nada se sabe de sus juveniles Valses, que él mismo calificó de "brahmsianos", ni de sus canciones sobre textos de Gustavo Adolfo Bécquer. Un rastreo por las bibliotecas y los archivos madrileños serían necesarios de cara a descubrir esta cara todavía oculta de uno de los más grandes músicos españoles.

Sí se conservan, en cambio, sus Tríos españoles para piano, violín y violonchelo, integrados por Bolero, Habanera y Seguidillas Gitanas y publicados en Berlín; Tango, pieza para violín dedicada a Pablo Sarasate; Sur la Plage, canción sobre texto de Edmond Picard, u obras orquestales breves como Ausencia (posteriormente incluida en una Pequeña Suite Española, integrada además por Noche de Arabia, Habanera y Baile Andaluz, esta última procedente de un baile de gnomos de la malograda El Centro de la Tierra), o Zambra, Guajira y Tango para violín y orquesta, además de la ya mencionada zarzuela El Centro de la Tierra, única tentativa en el género teatral, y varias orquestaciones de Iberia de Albéniz realizadas a petición del autor, que no quedó satisfecho en sus sucesivos intentos de orquestarla él mismo. De ellas destaca el excelente conocimiento que del medio orquestal tenía Arbós y la delicadeza con la que lo adaptaba a la música del que fuera su entrañable amigo. Son estas orquestaciones lo único que de la labor compositiva de Arbós se escucha en la actualidad.

Como violinista, desarrolló una amplia carrera iniciada muy temprano y en la que logró importantes éxitos. Fue desde sus primeras actuaciones comparado con Pablo Sarasate, el otro gran violinista español del XIX, con el que Arbós tendría ocasión de tocar en más de una ocasión y al que le uniría siempre una gran amistad que no obstaría para la que mantuvo Arbós con Joseph Joachim, su maestro en Berlín y rival de Sarasate en las lides violinísticas. Como solista y en agrupaciones de cámara, sus conciertos fueron solicitados tanto por el público como por diversas familias reales, como la inglesa, la portuguesa (de la que obtuvo el nombramiento de Caballero de la Orden de Villaviciosa) y, sobre todo, la española, con la que llegó a mantener amistad, especialmente con la reina María Cristina de Habsburgo-Lorena y la infanta Isabel.

Asimismo, la protección de Joseph Joachim le permitió acceder a ocasiones de la importancia del estreno de la Cuarta Sinfonía de Brahms, con asistencia del propio compositor, y su presencia en Londres le permitió tocar con artistas de fama mundial en conciertos domésticos. Todo ello preparó al que había de ser el director Arbós, empeñado en la ampliación del horizonte musical español como director, profesor e intérprete, aunque esta última faceta fuese absorbida por la dirección a partir de 1919.

Cómo citar este artículo:
Fernández, Tomás y Tamaro, Elena. «». En Biografías y Vidas. La enciclopedia biográfica en línea [Internet]. Barcelona, España, 2004. Disponible en [fecha de acceso: ].