Gustav Theodor Fechner
(GrossSärchen, 1801-Leipzig, 1887) Filósofo alemán. Médico de formación, fue profesor de física (1834-1840) y de filosofía (desde 1846) en Leipzig. Concebía a Dios en el mundo como el alma en el cuerpo y que las almas individuales son partes del alma divina; también defendía la correlación entre lo físico y lo psíquico (ley de Weber-Fechner, según la cual «la intensidad de la sensación es igual a la intensidad del logaritmo del estímulo»). Sus principales obras son Zend-Avesta o sobre las cosas del cielo y del más allá (1851) y Elementos de psicofísica (1860).
Gustav Theodor Fechner
Hijo de un pastor protestante, se trasladó en 1817 a Leipzig para estudiar medicina; allí permaneció ya toda su vida. Una vez doctorado en tal materia, se dedicó, a pesar de las dificultades económicas, a los estudios de física, y en 1834 llegó a profesor titular de esta disciplina en la Universidad de Leipzig. Sin embargo, sólo ocupó la cátedra durante seis años, debido a que una grave dolencia nerviosa, que le atacó sobre todo a los ojos debido a los esfuerzos realizados en el estudio de los fenómenos luminosos, le llevó al borde de la ceguera y le obligó a solicitar el retiro en 1840.
Tres años después sanó inesperadamente, y en 1846 volvía a la enseñanza, aunque como profesor de filosofía: los temas filosóficos, secundarios o marginales en la primera etapa de su actividad, le absorbieron por completo durante los años de la dolencia, con lo cual empezó para Fechner la fase de la especulación filosófico-metafísica. Su concepción panteísta y panpsiquista le indujo a admitir la existencia de alma incluso en los organismos inferiores, a considerar animada toda la tierra, como lo es el cuerpo del hombre, y, al mismo tiempo, a negar el criterio monadista de las almas separadas; juzgaba todas las formas individuales como grados relativos de animación en el ámbito del espíritu superior y omnicomprensivo que es Dios.
Ello suponía una concepción poético-filosófica destinada a combatir el materialismo, pero conciliando las exigencias de las ciencias de la naturaleza con las de una metafísica espiritualista. Sin embargo, lo que mayor celebridad confirió a Fechner fue la creación, posteriormente, de la psicología experimental (psicofísica): mediante el estudio de los vínculos existentes entre las series de procesos físicos y psíquicos, llegó a establecer una relación matemática entre la sensación y el estímulo, la ley de Fechner-Weber, por él denominada de Weber en honor al fisiólogo que había sido su maestro, Ernst Heinrich Weber.
Estudió asimismo, siempre como psicólogo, los hechos estéticos, con un criterio sensualista y hedonista. Fue amigo de Lotze, quien, más joven que él, buscaba por otros caminos la conciliación entre mecanismo e idealismo. Lleno de curiosidad por todos los aspectos de la experiencia (al final se ocupó incluso del espiritismo y de la metapsíquica), Fechner fue una figura ejemplar de maestro, noble, activo y sediento de verdad.
Obras de Gustav Theodor Fechner
Su temprana obra El librito de la vida después de la muerte (1836), animada por un soplo poético y religioso, sigue siendo una destacada expresión del misticismo alemán, tal y como se fue formulando después del Romanticismo. En ella Fechner examina el destino del alma humana, en sus pasos sucesivos a los grados superiores de la existencia. La muerte, liberando al hombre de su cuerpo, al igual que su nacimiento le había liberado de las tinieblas del vientre materno, eleva al individuo hacia unas formas más altas de vida, en las que, puro espíritu entre espíritus puros, podrá, sin por ello pasar a otro mundo, compenetrarse con las cosas bellas terrenales, de las que su cuerpo le tenía alejado, al igual que le impedía una comunión verdaderamente íntima con los espíritus a los que quería. El autor adopta la idea cristiana de la vida como una prueba; las acciones buenas y malvadas del hombre seguirán actuando más allá de la vida terrenal, según un principio paralelo al físico, por el que no se pierde ninguna forma de energía. El alma humana es como el campo de una lucha entre espíritus buenos y malos, favorecidos, unos u otros, por la buena o la mala voluntad del hombre.
De acuerdo con su teoría de un animismo general de la naturaleza, que expondrá ampliamente en el Zend-Avesta y en las obras sucesivas, Fechner estudia en Nanna (1848) la vida de las plantas, refutando la opinión común que les niega un alma y rechazando las tentativas científicas de interpretar sus funciones desde un punto de vista quimicofísico. La intuición espontánea, que se refleja en una larga tradición legendaria y mítica, parece inspirar la hipótesis de una animación del reino vegetal. La observación de las reacciones ante el mundo externo y de la vida interior de los vegetales, según Fechner, lo confirma.
Naturalmente el alma de las plantas es de naturaleza distinta de la de los animales, pero no puede considerarse inferior en grado; representa más bien (y en ello Fechner anticipa las observaciones de Bergson) otra dirección de desarrollo. Su individualidad está menos desarrollada; es más profunda su adherencia a la vida del ambiente donde está radicada y del que no se mueve. Por ello carece de memoria e inteligencia, incluso en grado ínfimo; está más bien hincada en el curso de la vida, toda ella presa de la sensibilidad: sensación y reacción estrechamente fundidas y conjuntas. Es posible que, precisamente por ello, disfrute de una sensibilidad más intensa y difusa, en la que todavía no se anuncia la diferenciación de los sentidos singulares. De ello parece derivar esa impresión de integridad, de pureza vital que da la planta.
En Zend-Avesta, obra publicada en Leipzig en 1851 y que se parece al texto de Zoroastro por cierta afinidad de concepción, Gustav Fechner expone su concepción poético-filosófica del mundo, una metafísica fundamentada con bases empiricocientíficas, afín por sus directrices a la de Lotze, y más tarde a la de Wilhelm Wundt. Fechner sabe que tal metafísica es una simple hipótesis, pero una hipótesis racional fundada sobre bases científicas, y la formula de acuerdo con las exigencias ideales del espíritu.
Para Fechner el universo, tal como aparece a nuestra concepción objetiva y como la ciencia objetiva y abstractamente determina en sus leyes, no es más que una apariencia de la realidad. Lo íntimo de esta realidad ha de buscarse más bien (y aquí está claro el influjo de Schopenhauer) a través de la analogía con nosotros mismos; a la objetividad material corresponde una objetividad espiritual, y al cuerpo, el alma. Todos los seres están animados en diverso grado, y tal animación se revela en la armonía de su estructura: desde los cristales minerales a las plantas y desde los animales al hombre, en grados y formas distintos. Animados están también la Tierra y los astros, y las almas individuales reposan en la unidad de un alma suprema que funda y gobierna, en su íntimo sentido teleológico, todas las leyes naturales.
El mundo y Dios se identifican para Fechner, aunque no en el sentido de un monismo panteísta, pues el alma suprema deja subsistir (y halla incluso en ella su complemento necesario) la individualidad de las almas, y la unidad que en ellas se realiza es la unidad en un plano más elevado en que sólo ella vive. La conciencia del valor de la individualidad es tan viva en Fechner que admite la inmortalidad de las almas. El nacimiento es el paso de un germen de vida a su florecimiento, la muerte es el desenvolvimiento del mismo germen en forma más elevada, libre de los limites de la corporeidad primitiva en una espiritualidad y corporeidad nuevas. La inmortalidad, por tanto, no consiste en un más allá, sino que está en el propio mundo, en un plano que nuestra sensibilidad no alcanza, pero no por eso deja de ser real y de estar inserto en la armonía viviente del universo.
Este proceso y desenvolvimiento de las almas está de acuerdo con el progresar del universo, con el hecho de una perfección divina cada vez mayor, a la que colaboran nuestra vida y nuestra actividad. En esta obra, como en los demás escritos filosóficos de Fechner, la seriedad científica y el sentido crítico de la posición de los problemas y de los limites de sus soluciones se funden en una conmovida fantasía poética, en una curiosa armonía que da a su visión del mundo una estructura muy semejante a la de los filósofos renacentistas, pero sentida con un tono de nostalgia romántica frente a la rigidez que, en la segunda mitad del siglo XIX, tomó la concepción mecánica y positivista de la vida.
La obra más conocida de Fechner es sin duda Elementos de psicofísica (1860). Según su concepción metafísica de una animación universal de los seres y del mundo, desarrollada en sus trabajos anteriores, el universo material y el espiritual no son más que dos aspectos de una misma realidad, al igual que el lado cóncavo y el convexo de un mismo círculo. Transportando este monismo del campo cosmológico al antropológico, Fechner busca la formulación de la ley que determina el paralelismo psicofísico y cree, a través de una serie de experimentos, poderla expresar en la que llamó ley de Weber: el aumento de una sensación no es proporcional al aumento del estímulo físico, sino a la relación existente entre el aumento del estímulo y el estímulo total anteriormente existente.
Con la determinación de esta ley y la de los experimentos referentes a la misma se inician las investigaciones de la psicología experimental. Es cierto que ni el paralelismo psicofísico es hoy una hipótesis fácilmente aceptable ni la ley de Weber aparece como determinante de una relación entre lo físico y lo psíquico, sino más bien, y dentro de ciertos límites que no consienten la formulación general matemática, entre lo físico y lo fisiológico. Pero, expresado con palabras de Wundt, "la psicofísica... fue la primera conquista en un campo cuya sucesiva extensión ya no podía ofrecer serias dificultades, después de haberse ya dado el primer paso". Si la psicología experimental que de ella deriva ha reducido hoy día una gran parte de sus pretensiones especulativas, ha extendido, sin embargo, su horizonte de observación y ha hecho posibles interesantes experiencias que, al mismo tiempo que valen teoréticamente para destruir la validez de muchos conceptos que la psicología empírica o metafísica asumía dogmáticamente de la tradición y para revelar unas más complejas estructuras de experiencia, son el fundamento de la nueva psicotécnica, cuyo valor, dentro de ciertos límites, no se puede negar.
Testimonio del amplio campo que abarcaban sus intereses es Propedéutica a la estética (1876), obra fundamental para la historia de la estética en la medida en que representa una completa renovación de tal disciplina, al abandonar las concepciones idealistas y románticas. Tales concepciones (la estética "desde arriba") deducían las categorías, las estructuras, los valores estéticos y la propia historia de éstos partiendo de la idea de la estética como momento del espíritu, interpretada según una concepción metafísica de lo real. La estética fechneriana quiere ser una "estética desde abajo", que interprete la experiencia y la realidad estética partiendo de sus más elementales aspectos constitutivos, según un procedimiento experimental inductivo, y remontándose luego a las leyes generales.
Se trata de una estética psicológica que, por una parte, procede según el método común de introspección y observación, pero aplicado de modo que supere los límites y rompa los moldes de la experiencia tradicionalista, llena de determinaciones abstractas y genéricas; por otra parte, hace uso de un sistema de experimentación y de estudio del que Fechner expuso las reglas fundamentales. Estos experimentos van encaminados a determinar el valor estético y el placer producido por las diversas sensaciones o secuencias o relaciones de sensaciones, y se clasifican en tres tipos: experimentos de lección, o sea de preferencia y de valoración estética de los datos sensoriales; experimentos de producción, fundados sobre la actividad estética creadora y combinadora de los sujetos; y experimentos sobre los objetos usuales, encaminados a determinar su valor y naturaleza emocional.
De estos experimentos Fechner cree poder deducir unas leyes o principios esteticopsicológicos: el principio del umbral estético, según el cual el estímulo debe alcanzar un cierto grado de intensidad para producir el placer; el del refuerzo estético determinado por la convergencia de los estímulos; el de la uniforme conexión de lo múltiple, o sea, del valor de una relación entre unidad y multiplicidad; el de la ausencia de contradicción; el de la claridad de la asociación estética; el del contraste estético; el de la secuencia estética; el de la reconciliación estética; el del tiempo de estimulación; el del placer del mínimo esfuerzo.
Cierto es que tales leyes estéticas, si se prescinde de su formulación, entran en la esfera de observación general y, más que a la esfera estética, se refieren a la sensibilidad en general. Esto no impide que el método experimental, incluso en este campo, haya puesto en claro, aunque sea en un plano elemental, algunas relaciones notables, en especial por lo que respecta a las estructuras sensibles que caracterizan las distintas artes. La estética "desde abajo", aminoradas sus pretensiones, puede envanecerse de algunos éxitos, como demuestran las obras de Oswald Külpe y Theodor Ziehen. Pertenece a Fechner el mérito de una iniciativa metodológica, que es interesante también por sus límites.
Gustav Fechner sintetizó buena parte de su pensamiento en su última obra, La visión del día frente a la de la noche (1879). La "visión de la noche" es la idea materialista-mecánica del universo: todo principio de distinción cualitativa, de individualización y de libre actividad desaparece para dejar lugar a la necesidad indiferente y oscura. La "visión del día" es la idea de la animación del mundo, los astros, la tierra, el hombre, los animales, las plantas y los mismos minerales. Todo vive con una vida individual, múltiple y diferenciada. Y las infinitas vidas individuales se armonizan en el alma suprema del universo, en Dios, que es la fuente de su ser y de su proceso, a la vez que resultado del uno y del otro.
Tal idea corresponde a una fe abierta y activa en la vida: a nuestra actividad responde un consentimiento simpatizante de los seres; el mundo es una armonía en la que nuestra vida se integra y que halla en Dios su verdad y justificación. Nuestro vivir y obrar es vivir y obrar en la comunión con otras existencias, en la misma vida y actividad divinas en la que todo se consagra. Especialmente en esta última obra el pensamiento de Fechner asume un tono cada vez más alejado del primitivo naturalismo y cada vez más profundamente religioso.
Con ello el motivo de la trascendencia se acentúa y a la vez también el de la conciencia del destino individual de cada uno. El problema de la inmortalidad del alma ya había sido tratado en El librito de la vida después de la muerte y revisado más maduramente en Zend-Avesta, donde asumía un sentido religioso más acentuado. Fechner tiende en esta última obra a conectar su punto de vista con el cristianismo, aunque se trata de un cristianismo del que se elimina toda "theologia crucis".
La simpatía que enlaza todas las criaturas con la divina armonía del mundo se identifica con la "charitas", y la actividad de cada una de ellas (su propio vivir y sufrir, nacer y morir) adquiere en Dios un sentido positivo y un valor; pues ello precisamente significa la afirmación de que Dios es espíritu y debe ser adorado en espíritu y verdad, y que en Dios vive y obra el hombre. La redención no es sino el despertar a la visión del día y a la certidumbre del valor de la vida, de donde deriva la comunión de los espíritus y su jubilosa liberación más allá de la muerte. La visión del día frente a la de la noche se halla muy lejos de todo proceder científico especulativo; el pensamiento está más bien guiado en esta obra por una fantasía dirigida a crear un movimiento de serena certeza para las esperanzas y afanes de los hombres, aunque en ello estriba precisamente el valor de la obra de Fechner.
Cómo citar este artículo:
Tomás Fernández y Elena Tamaro. «» [Internet].
Barcelona, España: Editorial Biografías y Vidas, 2004. Disponible en
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