Pedro Berruguete

(Paredes de Nava, España, h. 1450 - id., h. 1504) Pintor español. Se formó en Palencia antes de marchar a Italia, donde trabajó al servicio del duque de Urbino en la decoración de la biblioteca de su palacio. Regresó en 1482 a España, donde trabajó primero en Toledo y, a partir de 1495, en Ávila. Para el convento de los dominicos de esta última ciudad realizó su obra más famosa, diez tablas con Escenas de la vida de santo Domingo, en las que brilla su estilo de dibujo vigoroso, robusto, modelado y de alegre colorido. Tanto en estas creaciones como en sus tablas sobre milagros de santos y en general en toda su obra, se advierte la característica fusión que llevó a cabo entre el estilo hispanoflamenco, de corte realista, y el estilo italianizante, clasicista y de gran refinamiento. Esta fusión está, sin duda, en la base de sus peculiaridades estilísticas.


Adoración de los Reyes (c. 1475), de Pedro Berruguete

Padre de Alonso Berruguete y tío abuelo de Inocencio Berruguete, ambos destacados escultores, el pintor palentino Pedro Berruguete fue el gran maestro de la pintura castellana en tiempos de los Reyes Católicos y uno de los principales introductores en España del renacimiento italiano. Aunque se desconocen numerosos datos sobre sus comienzos artísticos, Pedro Berruguete pudo formarse en Castilla, donde recibiría el influjo flamenco, aunque no se descarta su estancia en Flandes y en el reino de Nápoles, ciudad en la que tomaría contacto con el círculo del pintor Colantonio. Lo más característico de su estilo deriva, sin embargo, de su probable estancia en la corte de Urbino (Italia), donde al servicio del duque Federico de Montefeltro trabajaban artistas como Justo de Gante, Piero della Francesca, Melozzo da Forli, Luca Signorelli, Luciano Laurana, Francesco di Giorgio y Donato Bramante.

Al parecer, Berruguete participó activamente en la decoración del palacio ducal de Urbino: intervino en parte de los veintiocho retratos imaginarios de hombres ilustres de la Antigüedad y de la Edad Media realizados para el studiolo o camarín del duque (actualmente en el propio palacio y en el Museo del Louvre de París) y en las Alegorías de las artes liberales (la Dialéctica y la Música en la National Gallery de Londres, Reino Unido; las destruidas Retórica y la Astronomía y las desaparecidas Gramática, Geometría y Aritmética); y pintó el retrato del duque Federico de Montefeltro y su hijo conservado en la Galleria Nazionale della Marche en Urbino, así como el retrato de Federico y Guidobaldo escuchando la oratio de Antonio Bonfini (Colección Real del castillo de Windsor en Londres) para el studiolo palatino de Gubbio. También en Italia se le atribuyen un Cristo muerto sostenido por dos ángeles (Pinacoteca Brera, Milán) y un San Sebastián (Museo de Urbino); es dudosa su colaboración en la Sacra conversazione de Piero della Francesca.

En la producción de esta etapa se funden el detallismo descriptivo propio de lo flamenco con la monumentalidad, la composición y las concepciones renacentistas de la perspectiva, del espacio y de la luz. A la muerte del duque de Urbino en 1482, Pedro Berruguete regresó a España, donde ha sido considerado el introductor de la corriente italianizante y humanista aprendida en las escuelas de Urbino y Ferrara, frente a la corriente flamenca representada por Fernando Gallego y Bartolomé Bermejo.

Berruguete, sin embargo, no rompió radicalmente con la formación gótica adquirida en su Castilla natal, aunque planteó desde el inicio de su actividad en la península Ibérica una idea antidramática de la pintura basada en los términos de medida y proporción. Sus figuras, por oposición a las de Gallego, alcanzan una corporeidad monumental y parece más preocupado por insertar acciones y figuras individualizadas en un espacio tangible (en el que la luz desempeña un papel esencial) que por el contenido devocional y emotivo.


El rey David (c. 1482), de Pedro Berruguete

Esta reflexión sobre las figuras monumentales ubicadas en un espacio cuantificado por la luz y la perspectiva queda ejemplificada (con algunos matices originales) en las sargas que representan a San Pedro y San Pablo conservadas en el Museo del Prado y en la Anunciación de la cartuja de Miraflores de Burgos, que recuerda obras de Colantonio y de Antonello de Messina. De su producción hispana destacan además las pinturas al fresco de la catedral de Sevilla (perdidas) y los trabajos realizados para la catedral de Toledo; entre éstos están la decoración de la capilla del Sagrario viejo (destruida a finales del siglo XVI) y las escenas de la Encarnación, la Natividad y la Epifanía para el claustro, contratadas junto con Fernando del Rincón en 1488, así como la pintura de la capilla de San Pedro y un panel con la Virgen de la Esperanza para la capilla del Sagrario.

En 1497, y tras diez años de estancia en Toledo (adonde regresó en 1500 o 1501 para cobrar o terminar alguna obra), marchó a Ávila, ciudad en la que pintó las escenas de cuatro retablos. El mayor de éstos estaba destinado a la catedral (1499, inacabado a su muerte y terminado por Juan de Borgoña) y de él pueden atribuirse a Berruguete las ocho tablas de los Evangelistas y los Padres de la Iglesia y las escenas de la Oración en el Huerto y la Flagelación. Los otros tres retablos (contratos conseguidos gracias a su parentesco con el inquisidor Tomás de Torquemada, pues los artistas italianos acaparaban los encargos oficiales) fueron pintados para el monasterio de Santo Tomás de Ávila; los dedicados a Santo Domingo de Guzmán (con cuatro historias y la imagen del titular) y San Pedro Mártir (de parecida estructura) se guardan en el Museo del Prado, mientras el del santo titular (con cuatro historias de Tomás, el titular, cuatro tablas de santos y varias de ángeles) constituyen el retablo mayor del real monasterio.

En estos trabajos es apreciable, más que una vuelta a sus orígenes flamencos (teoría generalmente defendida), una perduración de lo gótico, hecho particularmente evidente en la pérdida de relación entre las figuras y el fondo. De entre las diferentes obras conservadas en su población y provincia natal sobresalen las seis tablas con reyes de Israel del retablo de la iglesia de Santa Eulalia en Paredes de Nava. Las representaciones de los reyes de Israel han sido consideradas por algunos historiadores como el origen del gran retrato español, ya que en ellas los personajes ilustres sirven de pretexto para mostrar tipos individualizados; en este mismo sentido (y si la atribución es correcta) el Autorretrato conservado en el Museo Lázaro Galdiano (Madrid) constituye una de las pocas excepciones de la pintura de la época en la que el retrato alcanza el rango de género independiente.

Cómo citar este artículo:
Tomás Fernández y Elena Tamaro. «» [Internet]. Barcelona, España: Editorial Biografías y Vidas, 2004. Disponible en [página consultada el ].