Franco Zeffirelli

(Florencia, 1923 - Roma, 2019) Director de cine y teatro italiano. Aunque su verdadero nombre era Gianfranco Corsi, ha pasado a la historia del cine con el pseudónimo artístico de Franco Zeffirelli. Autor de algunas de las películas más representativas del cine italiano del último cuarto del siglo XX, aportó al séptimo arte una visión esteticista y decadente, aunque no exenta de humanidad y ternura.


Franco Zeffirelli

Tuvo una infancia triste y poco común, marcada por la tragedia, el desarraigo y la falta de referentes familiares que le guiasen en su formación académica y su educación sentimental. Su madre, una diseñadora de modas, lo había concebido en una relación adulterina, por lo que inventó para él un apellido -el de Zeffirelli- que no le vinculase con la familia de los Corsi (es decir, la de su legítimo esposo). Creció, pues, durante sus primeros años al lado de su madre, que murió prematuramente, víctima de la tuberculosis, cuando el pequeño Gianfranco sólo contaba ocho años de edad. El futuro cineasta quedó entonces al cuidado de una prima de su progenitor, que fue su tutora hasta que el joven alcanzó la mayoría de edad.

Interesado, en su juventud, por la arquitectura, Franco Zeffirelli se matriculó en la Accademia di Belle Arti de su ciudad natal, donde llegó a licenciarse en dicha materia. Sin embargo, pronto se sintió más atraído por el mundo del cine, el teatro y los medios de comunicación; y así, tras un breve período como colaborador en Radio Firenze (1946), debutó en el celuloide en calidad de actor, interpretando el papel secundario de Fillippo Garrone en L'onorevole Angelina (La diputada Angelina, 1947), del director romano Luigi Zampa (1905-1991).

Durante sus estudios de arquitectura, Zeffirelli había descubierto su inclinación por las artes plásticas y la decoración, por lo que unió esta afición a su interés por el mundo del espectáculo y empezó a trabajar como decorador y escenógrafo en el Teatro della Pergola. Allí, además de aprender numerosos trucos de escenografía que habrían de serle de gran utilidad en el futuro, conoció al gran cineasta Luchino Visconti (1906-1976), a cuyo equipo pronto se incorporó, en condición de ayudante de dirección. Este período de formación al lado de Visconti -al que asistió en los rodajes de algunas películas suyas tan celebradas como La tierra trema (1948), Bellissima (1951) y Senso (1954)- influyó de forma decisiva en la forja del estilo que luego habría de caracterizar a Zeffirelli en su faceta de director.

Con este bagaje, durante el primer lustro de los años cincuenta Franco Zeffirelli se independizó y empezó a trabajar como escenógrafo, decorador, diseñador de vestuario y regisseur de óperas; durante muchos años habría de compaginar estas actividades (sobre todo, la que le vinculaba estrechamente con el mundo operístico) con su dedicación a la dirección cinematográfica. Triunfó, por aquel tiempo, con la puesta en escena de la obra Lulù, y fue muy aplaudido también por sus trabajos como ayudante de dirección de algunos cineastas de la talla de Michelangelo Antonioni (1912-2007), Vittorio De Sica (1901-1974) y Roberto Rossellini (1906-1976).

Tras haber colaborado, también como ayudante de dirección, con Antonio Pietrangeli en los rodajes de Il sole negli occhi y Lo scapolo, se decidió a lanzarse por su cuenta a la aventura de dirigir una película y rodó su primera producción original. Se trata de la comedia sentimental Camping (1958), un film de escasa calidad que, en opinión de la crítica especializada, resulta demasiado convencional.

Seguía, entretanto, realizando notables montajes de óperas y piezas teatrales que pronto empezó a adaptar a la gran pantalla. Convirtió, en efecto, en película esa obra maestra del género lírico que es La Bohème, de Giacomo Puccini (1858-1924), y poco después sorprendió gratamente a la crítica y el público con sus adaptaciones cinematográficas de dos piezas geniales de Shakespeare: La fierecilla domada y Romeo y Julieta. Para la primera, que se tituló La mujer indomable (1967), contó con las actuaciones estelares de Elizabeth Taylor y Richard Burton. En Romeo y Julieta (1968), acaso la más apreciable de las adaptaciones cinematográficas de la tragedia shakespeariana, aprovechó su anterior experiencia en el montaje de la versión teatral, que había dirigido con gran éxito en 1960.


Romeo y Julieta (1968)

Zeffirelli cuidó con especial detenimiento todo lo concerniente a la recreación y la ambientación histórica, fijando, con ello, una de las principales señas de identidad de su particular estilo cinematográfico; y a tal punto extremó esta preocupación por reflejar fielmente el texto de Shakespeare, que eligió, para encarnar a los protagonistas de Romeo y Julieta, a los actores debutantes Leonard Whiting y Olivia Hussey, quienes tenían entonces la edad de los dos personajes principales del drama (diecisiete y quince años, respectivamente). Los expertos subrayaron el buen gusto y la elegancia figurativa que Zeffirelli había derrochado en estas dos brillantes adaptaciones.

En colaboración con su inseparable maestro y amigo Visconti, Zeffirelli puso en escena, entre 1948 y 1953, varias obras teatrales de algunos de los grandes genios universales del arte de Talía, como Antón Chéjov (1860-1904), Tennessee Williams (1911-1983) y el recién citado William Shakespeare. Particularmente exitosos fueron sus montajes de Otello -que presentó en el festival de Stratford-on-Avon, cuna del genial dramaturgo inglés, en 1961- y de ¿Quién teme a Virginia Wolf?, del autor teatral estadounidense Edward Albee (1928-2016). Y, en los circuitos operísticos internacionales, fue muy aplaudida su versión de Aida, de Giuseppe Verdi (1813-1901).

En el campo del cine, tras su sutil, delicada y romántica versión de Romeo y Julieta, Franco Zeffirelli apostó por un trabajo radicalmente original y rodó Fratello sole, sorella luna (Hermano sol, hermana luna, 1972), una mística y sugerente recreación, bastante sui generis, de la vida de San Francisco de Asís. La radical originalidad de Zeffirelli, patente aquí en una ambientación intencionadamente hippie del santo y su entorno, no fue bien recibida por la crítica y el público de los años setenta.

Este fracaso mermó, en parte, la reputación internacional que había alcanzado con filmes anteriores, y dio lugar a que algunos críticos aseverasen que Zeffirelli poseía más dotes para la dirección teatral y operística que para la creación específicamente cinematográfica. En cualquier caso, Hermano sol, hermana luna reforzó ese universo intimista y espiritual del artista florentino, tendente siempre hacia la introspección mística a través de una estilizada ambientación decadente.


Jesús de Nazaret (1977)

Esta riqueza espiritual de su profundo universo interior volvió a quedar patente en su Gesù di Nazareth (Jesús de Nazaret, 1977), una nueva producción fílmica -rodada específicamente para la pequeña pantalla- en la que todo el delicado romanticismo ético y estético de Zeffirelli trabaja en pro de resaltar la dimensión humana de la figura de Cristo. Aunque esta producción gustó mucho tanto a la crítica como al público en general, recibió algunos ataques furibundos por parte de los cristianos más ortodoxos, a quienes molestaba mucho esa visión tan humanizada de Jesús de Nazaret, presentado por Zeffirelli prácticamente como un ser vulgar y corriente.

La popularidad que había restituido a Zeffirelli su Jesús de Nazaret animó a la industria de Hollywood a contar con él para un par de largometrajes facilones que explotaban esa vena sentimental tan bien cultivada por el cineasta florentino en trabajos anteriores, aunque ahora decididamente inclinada hacia los excesos sensibleros y lacrimógenos. Se trata de obras menores -bien es cierto que de notable tirón popular- como Campeón (1979) y Endless Love (Amor sin fin, 1981), esta última protagonizada por Brooke Shields.

Poco después, Zeffirelli recuperó su prestigio en los círculos artísticos e intelectuales más rigurosos de todo el mundo merced a su vuelta a los temas y géneros que mejor había cultivado desde el inicio de su carrera creativa: el teatro y la ópera. Ofreció, pues, magníficas versiones cinematográficas de La Traviata (1982), Otello (1986) y, entre otras obras similares, Hamlet (1990), esta última interpretada, de forma sorprendente, por dos actores tan alejados de la tradición teatral shakespeariana como los estadounidenses Mel Gibson y Glenn Close. En ellas volvió a hacer gala de algunos de esos rasgos distintivos de su peculiar estilo, como la minuciosa reconstrucción de trajes, muebles y demás enseres que permiten recrear a la perfección una época concreta de la historia, o el enfoque espiritual que busca resaltar los sentimientos humanos de los personajes.

Pero antes de sorprender de nuevo a propios y extraños con el estreno de su particular versión del Hamlet shakespeariano, Zeffirelli había vuelto a los titulares de las páginas culturales de todo el mundo a raíz de una agria polémica que protagonizó en 1988, tras la presentación en Venecia de La última tentación de Cristo (1988), otra polémica recreación de la vida del Nazareno. Rodada por el cineasta norteamericano Martin Scorsese a partir de la novela homónima del griego Nikos Kazantzakis, esta cinta despertó de nuevo el recelo de los cristianos de todo el mundo, entre ellos Franco Zeffirelli, quien, después de haber ofrecido en la década anterior su Jesús de Nazaret, se creyó sobradamente autorizado para enjuiciar esta nueva mirada cinematográfica a los aspectos más humanos en la peripecia vital de Jesucristo.

Zeffirelli criticó con dureza la cinta de Scorsese, y se sumó al coro de quienes denunciaban en el filme del norteamericano un exceso de carnalidad impropio de la pureza de Cristo; pero, al mismo tiempo, no pudo ocultar su disgusto porque, en el transcurso de aquel mismo festival, había pasado inadvertida su cinta El joven Toscanini (1988), retirada de las pantallas tras una única exhibición. Por aquel tiempo, además, el cineasta florentino manifestó sus simpatías ideológicas por la línea política del magnate (y, más tarde, presidente del gobierno italiano) Silvio Berlusconi, lo que acabó por empeorar su imagen en los ambientes más progresistas de todo el mundo.

A partir de entonces casi todos sus filmes serían acogidos con cierta frialdad, como le ocurrió a su película Stori di una capinera (1993). En 1995 dirigió en el Reino Unido una nueva versión de la novela Jane Eyre, obra de la afamada escritora decimonónica Charlotte Brontë; y cuatro años después añadió a su filmografía el largometraje Té con Mussolini (1999), con Maggie Smith y Lily Tomlin en los papeles protagonistas. Finalmente, volvió a la ópera con el documental Callas forever (2002), dedicada a su íntima amiga María Callas, con la que había trabajado en diferentes montajes operísticos. Una de sus últimas producciones fue Tre fratelli (2005), aunque su labor como director de escena pudo volver a admirarse en la adaptación que hizo de La Traviata de Verdi (estrenada en Madrid en agosto de 2006). En noviembre de 2004 fue nombrado Caballero del Imperio Británico, siendo el primer italiano que recibió esta distinción.

Cómo citar este artículo:
Tamaro, Elena y Fernández, Tomás. «» [Internet]. Barcelona, España: Editorial Biografías y Vidas, 2004. Disponible en [página consultada el ].