Mahmud Ahmadineyad

(Garmsar, 1956) Político iraní que fue presidente de la República Islámica de Irán desde 2005 hasta 2013. Hijo de un herrero, Mahmud Ahmadineyad nació en la localidad de Garmsar, en el norte del país. Estudió en la Facultad de Ciencias e Industria de la Universidad Politécnica de Teherán, en la que obtuvo el título de ingeniero, y se doctoró en ingeniería del transporte en 1987. Aunque decidió hacer carrera política, siguió vinculado como profesor a esa facultad.

Durante la campaña electoral que le llevó a la presidencia hizo valer su pasado de militante revolucionario. Según la biografía que podía consultarse en su página de Internet, fue uno de los fundadores de la Asamblea Islámica de Estudiantes, devota del ayatolá Ruhollah Jomeini, la misma que se responsabilizó del asalto y ocupación de la embajada de Estados Unidos en Teherán el 4 de noviembre de 1979, en la que mantuvo como rehenes a 52 estadounidenses durante 444 días.


Mahmud Ahmadineyad

En 2005 las relaciones diplomáticas de Washington con Teherán seguían sin recuperarse de aquella crisis. No obstante, el nuevo presidente desmintió las reiteradas acusaciones de Washington según las cuales desempeñó un importante papel en el allanamiento de la legación. En contrapartida, un diputado verde austriaco y un periodista iraní residente en Francia, cuyo nombre no fue revelado por motivos de seguridad, lo acusaron de estar implicado en el asesinato en Viena de tres opositores, en julio de 1989.

En 1986, en plena guerra contra Iraq, se alistó como voluntario en el cuerpo de los Guardianes de la Revolución (Pasdaran), una fuerza de choque que sufrió una verdadera sangría, y participó en operaciones clandestinas en el área de Kirkuk, en Iraq, y en el oeste de Irán. También fue instructor de la milicia paramilitar de los basiji (‘voluntarios’), una especie de ejército ideológico encargado de la defensa de los principios revolucionarios y de imponer el código y las costumbres islámicos. Estos méritos sin duda le permitieron convertirse en funcionario del Estado antes de ser designado gobernador de Maku, en el noroeste del país, y después de Ardabil, una nueva provincia creada en la misma región, en la que permaneció de 1993 a 1997.

En la pugna entre los reformistas del anterior presidente, Muhammad Jatami, y los conservadores del Guía de la Revolución, el ayatolá Alí Jamenei, Ahmadineyad permaneció fiel a éste y se consagró como uno de los representantes de la nueva generación de políticos conservadores, los Progresistas del Irán Islámico, que se alzaron con el triunfo en las elecciones municipales de 2003 y en las generales de febrero de 2004. Con el respaldo de ese grupo y con un programa de estricta obediencia islámica, fue elegido alcalde de Teherán en abril de 2003 por un ayuntamiento en cuya elección sólo había participado el 12 % del electorado.

Alcalde de Teherán

Las razones de su triunfo son complejas, pero el resultado puede explicarse por un simple cálculo electoral. De los 46 millones de iraníes en edad de votar, sólo unos 26 millones acudieron a las urnas, y se sabe también que el 15 % aproximadamente del cuerpo electoral vota normalmente por los conservadores. Muchos de los partidarios de las reformas, por el contrario, además de formar un conglomerado más heterogéneo y menos fiel, se abstuvieron en la segunda vuelta porque el ex presidente Rafsanjani (1989-1997), el hombre más rico del país y probablemente el más corrupto, no era suficientemente creíble para ser su candidato.

Ahmadineyad, con un discurso populista, de extremado rigor islámico, supo atraerse a todos los desheredados, la inmensa mayoría, así como a los frustrados por las promesas incumplidas durante los ocho años de reformismo sin resultados apreciables del presidente Jatami (1997-2005), al mismo tiempo que exacerbaba el resentimiento de los pobres contra su rival, Rafsanjani, representante de las clases minoritarias pero opulentas e insolidarias que emergieron en una época de petróleo caro (de hasta 60 dólares el barril) y a pesar de los principios igualitarios de la Revolución Islámica. Los observadores interpretaron la elección como un voto de protesta social, corolario del agotamiento del reformismo y del repliegue de las clases populares hacia el igualitarismo predicado por los medios chiitas más conservadores.

Su actuación como alcalde de Teherán fue bastante controvertida y suscitó el rechazo de los partidarios de la apertura. Nada más tomar posesión, impuso un sistema segregado de ascensores para hombres y mujeres en las oficinas municipales, cerró varios restaurantes de comida rápida y convirtió algunos centros culturales en lugares de culto y oración. Los reclamos publicitarios de los futbolistas de notoriedad internacional desaparecieron de las calles de Teherán.

Sus adversarios denunciaron su extremismo y advirtieron de que su elección podría empeorar la situación de los derechos humanos en el país y conducir rápidamente a una militarización de la vida política, para culminar en una “dominación fascista en el estilo de los talibanes”, pero sus seguidores no sólo desautorizaron esas sombrías predicciones, sino que insistieron en que “la verdadera libertad” se encuentra dentro de los parámetros de la Revolución Islámica.

Mientras Rafsanjani preconizó la reconciliación con Estados Unidos, Ahmadineyad adoptó una posición que parecía como un eco de la República Democrática Popular de Corea en la cuestión candente del programa nuclear. Su discurso no se apartó un ápice del islamismo radical y sus intervenciones electorales tuvieron una fuerte coloración socializante. Prometió conducir al pueblo iraní de nuevo hacia los principios de la revolución: el desarrollo económico basado en la justicia social y la defensa de la dignidad nacional en las relaciones internacionales.

Presidente de Irán

En la primera vuelta de las elecciones presidenciales, el 17 de junio, Ahmadineyad llegó en segunda posición, tras Rafsanjani, ambos con poco más del 30% de los sufragios, pero una semana después se produjo la sorpresa y se invirtió el orden lógico. El candidato de los pobres fue elegido con el 61,7 % de los votos, mientras que su rival se quedaba con el 35,9 %. Los resultados fueron puestos en tela de juicio por Estados Unidos y otros gobiernos occidentales, cuando no simplemente condenados por fraudulentos, debido al rechazo de algunas candidaturas y a las presiones ilegales de los clérigos y de las fuerzas militares y paramilitares en favor del vencedor.

La elección fue aprobada por una declaración del Guía Supremo de la República Islámica, el ayatolá Alí Jamenei, y el nuevo presidente reafirmó su compromiso de luchar por el hombre de la calle. En cuanto al abandono del programa de combustible nuclear a cambio de incentivos económicos, como pretendía la Unión Europea, consideró que el compromiso era inaceptable, y añadió sibilinamente: “Los elementos de amenazas mundiales, incluyendo las armas de exterminio, químicas y biológicas, que ahora están en manos de la hegemonía, deben ser erradicadas”.

El presidente de Irán designa a los ministros y dirige la acción del Gobierno, pero el poder gubernamental está controlado por una serie de organismos no elegidos que sólo responden ante Jamenei, líder religioso y, por tanto, la autoridad suprema del país, elegido con carácter vitalicio. Ahmadineyad era el primer presidente de la República Islámica que no era religioso, pese a su fidelidad al modelo teocrático.

Nada más tomar posesión, Ahmadineyad ordenó la reanudación del programa en la central de Esfahán, que preveía la conversión del uranio en gas, un tratamiento previo al conflictivo enriquecimiento necesario para la fabricación de armas nucleares. Paralelamente, nombró a un conservador intransigente, Alí Larijani, responsable de las negociaciones con la Unión Europea. Ambos rechazaban la discusión con Washington.

Cómo citar este artículo:
Tomás Fernández y Elena Tamaro. «» [Internet]. Barcelona, España: Editorial Biografías y Vidas, 2004. Disponible en [página consultada el ].